16/09/2024

Mt 19, 16-22

HOMBRE PERFECTO

Reflexión para sacerdotes 

desde el Corazón de María

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís 

 

«Si quieres ser perfecto, ve a vender todo lo que tienes, dales el dinero a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme» (Mt 19, 21)

 

Hijo mío: para alcanzar la salvación no se necesita ser perfecto, se necesita creer en Cristo y cumplir los mandamientos, haciendo la voluntad del Padre que está en el cielo. Pero, para corresponder a su amor, es preciso luchar por alcanzar no sólo la salvación, sino la perfección.

El hombre perfecto es aquel que ha alcanzado la plenitud del amor porque ha vivido la caridad, se ha despojado de todo, ha puesto en práctica el amor sirviendo a los demás, especialmente a los pobres y necesitados, y ha seguido al Señor.

El sacerdote ha sido llamado por Cristo para ser perfecto, pero lo elige tal cual es, un ser miserable e imperfecto. Y lo configura con Él, y le da los medios para que pueda alcanzar la perfección en Él, haciéndose uno, para transformarse en instrumento divino de salvación, un medio de evangelización, un arca de misericordia para el pueblo de Dios. Y esa es la perfección del alma en donde radica la verdadera felicidad. 

Para eso has recibido formación; se te ha dado la gracia y el don para poner en el cielo tu corazón; has sido exento de toda responsabilidad en cuanto a mantener hijos y mujer, de modo que a todo bien terreno puedas renunciar, y tu vida al Señor completamente entregar, de modo que, teniendo en el cielo tus únicos tesoros, puedas alcanzar la perfección en Cristo, a través del amor desinteresado al prójimo. 

Imagina, hijo mío, por un momento, cómo sería tu vida si le hubieras dicho “no” a tu Señor. 

¿En dónde encontrarías tu felicidad?

Tu alma sedienta no descansaría buscando en todas partes la felicidad perdida, porque la vocación en tu corazón permanecería. 

El Evangelio del joven rico es semejante a esto que te digo.

Se fue triste ese muchacho porque no tuvo el valor de seguir a su Señor, no quiso aceptar la condición, no pasó la prueba, decidió amar al mundo y sus riquezas antes que a Dios. La felicidad está en Cristo, en vivir recibiendo y correspondiendo a su amor.

Algunos de mis hijos sacerdotes viven tristes porque, aunque le dijeron “sí” a su Señor, pretendieron dejarlo todo para seguirlo, pero no han logrado despojarse de sí mismos y no viven su vocación en plenitud, por tanto, no siguen a Cristo del modo que exige la vocación sacerdotal.

Quien ama su sacerdocio y se abandona en Él, no duda en dar todo lo suyo a los pobres, hacer la caridad y llevar la misericordia y la paz a los más necesitados, porque ahí precisamente ha encontrado la verdadera felicidad, siguiendo a Cristo sirviendo a sus hermanos. 

¡Cuánta sabiduría puedes descubrir en este pasaje del Evangelio si lo meditas pidiendo luz al Espíritu Santo para que te haga comprender la grandeza, la belleza, las maravillas de la vocación al sacerdocio!

Medita estas palabras y llénate de alegría porque tu riqueza es eterna, tus tesoros están en el Paraíso, pero, para alcanzarlos, debes ser perfecto, debes ser santo. La perfección se alcanza en el amor.

Vive la caridad siempre. Ese es el secreto, hijo mío, para alcanzar la verdadera y plena felicidad. Sacude la tristeza de tu vida, no es compatible con la alegría de un alma que ha sido elegida desde antes de nacer para ser feliz. 

Tu vocación es ser feliz en el Señor.

 

«Cuando se desea algo posible, posible es calmar el deseo cuando se logra; mas cuando se desea lo imposible, no hay otro remedio que apartarnos de semejante deseo, pues no cabe recuperar de otro modo nuestra alma. No suframos, pues, inútiles dolores; dejemos ese amor a las riquezas que nos pone en rabia continua y no sufre calmarse ni un momento; anclemos el corazón en otro amor capaz de hacernos felices y que es además por extremo fácil: deseemos los tesoros del cielo. Aquí no es tan grande el trabajo, la ganancia es indecible y, por poco que vigilemos y estemos alerta y despreciemos lo presente, no cabe que los perdamos; así como quien es esclavo de los tesoros de la tienda y se dejó una vez encadenar por ellos es de toda necesidad forzoso que un día los pierda»

(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, Homilía 63)

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

(Pastores, n. 65)

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

Forma Descripción generada automáticamente con confianza media