RESPETAR LO PROMETIDO
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«‘Yo quiero darle al que llegó al último lo mismo que a ti. ¿Qué no puedo hacer con lo mío lo que yo quiero? ¿O vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?’. De igual manera, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos» (Mt 20, 14-16).
Amigo mío: te he llamado para que acudas a la oración, para hablar cara a cara con tu Señor, como quien habla con un amigo.
Yo te llamo amigo, pero tú eres un siervo mío.
Yo soy tu amigo, pero soy también tu Amo y Señor.
Tengo derecho sobre ti desde que escuchaste mi llamado y fuiste elegido para ser ordenado, y dijiste sí.
Pero yo tengo contra ti que no respetas aquello que a ti ya no te pertenece. Quieres hacer tu voluntad, y eso es robarme lo que es mío, porque tú me la diste, y no me dejas hacer con lo mío lo que yo quiero.
Cumple tu promesa, abandónate en mí. No me atormentes con tus quejas y lamentos.
¿Qué acaso no confías en mí?
¿Qué acaso me tienes rencor porque soy bueno?
Quiero darte lo que sé que es mejor para ti, mientras tú codicias lo que otros tienen.
¿No te das cuenta de que tú tienes más? Me tienes a mí, aquí estoy, frente a ti.
Tú mismo me llamas y, con el poder que yo te di, me haces bajar del cielo y descansar en tus manos, para ser alimento y saciarte de mí.
Deja que yo haga con los demás lo que yo quiera. Y, si yo quiero darles cosas buenas, ¿a ti qué? Tú haz lo que yo te digo: ¡sígueme!
Yo cumpliré mis promesas. Te daré el Paraíso prometido, que tú, por ti mismo, no has merecido, pero que yo he ganado para ti.
¿Qué acaso no he dado mi vida por ti?
¿Qué acaso hay algo más valioso que la vida del Hijo de Dios?
¿Qué acaso no me prometiste vivir para mí, dejarlo todo y seguirme?
¿Qué acaso el valor de mi preciosa Sangre no es suficiente para ti?
Tu trabajo glorifica al Señor, y de él se beneficia el pueblo entero.
Tú ama a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo, teniendo mis mismos sentimientos y mi deseo de llevar a todas las almas al Paraíso.
Hazte último, servidor de todos, como yo, y serás primero en el Reino de los cielos, como yo, perfectamente configurado conmigo, para darle gloria a Dios.
¿Qué acaso, amigo mío, no es eso para lo que tú has venido?
«De manera que por todos lados nos queda manifiesto que se dijo la parábola para quienes en su primera edad y para quienes más tardíamente y ya en la ancianidad siguen la virtud: para los primeros a fin de que no se ensoberbezcan ni se burlen de los que llegaron a la hora undécima; para los otros a fin de que comprendieran que podían en breve tiempo compensarlo todo. Pues hablaba Jesús del encendido fervor, de dejar las riquezas, de despreciar todas las cosas temporales; y para eso se necesitaba un ánimo juvenil y grande fervor, encendía en ellos la llama de la caridad y los preparaba para proceder con tenacidad y constancia y les ponía delante que quienes llegaron los postreros podían recibir el salario íntegro del día. Aunque esto no lo dice claramente para no arrojarlos a la soberbia, sino que deja entender que todo depende de su bondad, y que mediante su auxilio ellos no caerán sino que conseguirán los bienes inefables»
(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, n. 64).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 184)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES