EL SILENCIO DE
LA ORACIÓN
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Ustedes oren así: Padre nuestro que estás en el cielo…» (Mt 6, 9)
Hijo mío, sacerdote: orar es fundamental, y es esencial en el ministerio sacerdotal.
Valora el don de la oración que te ha sido concedido por el Espíritu Santo. Y, como es un don, no es necesario que aprendas. Es un regalo. Basta que lo comprendas, que pongas los medios adecuados para evitar la distracción.
Hacer oración no es cosa tuya. Es una invitación de Dios para charlar contigo, para escucharte como un padre a un hijo, y para decirte lo que necesitas, palabras de verdad, expresiones de amor, luz para la oscuridad de tu alma, alimento para tu vida espiritual, y complemento indispensable, para frutos en tu labor poder dar.
No es necesario que esperes un mes, tres meses, seis meses, un año, para ir a un retiro espiritual. Todos los días debes darte esa oportunidad: cuidar el silencio como una joya, procurar esos momentos de silencio, para tener con Dios intimidad.
Y ¿qué voy a decirle?, te preguntas.
Y ¿cómo voy a escucharlo?
Y si tanto lo he ofendido ¿qué me dirá?
Y si soy tan pequeño e indigno ¿será pretencioso elevar mis ruegos?
Escuchará y atenderá tu sensatez, te responderá esas preguntas con una sola respuesta: estás configurado con el Hijo de Dios, en quien el Padre ha puesto sus complacencias ¡Escúchalo!
Y ¿cómo vas a escucharlo si hablas sin parar, si no callas tu voz, o si tantas cosas te preocupan y te distraen?
Guarda silencio, calla tu voz y eleva tu espíritu al cielo en el monte alto de la oración.
Abre tus brazos, lánzate al vuelo, como los ángeles, adorando a Dios.
Busca la luz, invocando al Espíritu Santo y pide al Padre, tu Padre, lo que necesitas, en el nombre de Jesús.
Ten la seguridad de que Él te mira, te escucha, y todo lo que le pidas te lo concederá.
Ten paciencia y verás todo cumplido si estás dispuesto a vivir en su divina voluntad, como hace todo buen hijo que al Padre va.
Ora como Jesús te enseñó. Esa es la oración perfecta. Y luego guarda silencio y espera, como lo hizo tu Señor.
Acepta la respuesta a tu petición. No siempre obtendrás lo que tú quieres, sino lo mejor.
Guarda el silencio como un tesoro, y medita todas las cosas en tu corazón. El silencio de los pequeños, que es la virtud de los santos.
Pide ese don: el silencio de José, tu padre y señor; el silencio de María, que dijo sí y luego calló.
El silencio de Jesús, cuando era conducido a la cruz, es el silencio de la sabiduría, en el que se comprenden, con la gracia, los misterios de Dios.
Procura tener un retiro espiritual de silencio cada día, aunque sea sólo un momento. Te aseguro que verás multiplicar tu tiempo y tu capacidad para trabajar, porque te inundará el amor de Dios y su paz.
Te bendigo, hijo mío. Este es tu retiro espiritual de cada día, con tu Señor y conmigo.
«¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!
Y ves que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste.
Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo.
Me retenían lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían.
Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera: brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste y me abrasé en tu paz»
(San Agustín, Confesiones, Libro X, 27).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 32)