CONFIANZA EN DIOS
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Jesús le tendió la mano, lo sostuvo y le dijo: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”» (Mt, 14, 31)
Hijos míos: ustedes, mis hijos sacerdotes, alimentan multitudes con el pan vivo bajado del cielo, que es un milagro patente que sucede cada día entre sus manos, y es Eucaristía.
Y aun así tienen miedo, no confían. ¿Qué acaso no creen en el amor y en el poder de su Señor?
La gente común, la que vive ordinariamente, la que no tiene la formación espiritual que ustedes tienen, la que no ve ni hace milagros, pero que tiene fe y esperanza, en ustedes confía. Les dan seguridad porque saben que, a través de ustedes, Dios se hace presente, y los mira, y los atiende.
Ellos esperan que ustedes tengan fortaleza espiritual, que sean hombres de oración, que confíen en el Señor, que los dirijan, que los guíen, que les enseñen cómo llegar a Dios.
Ellos esperan que ustedes sean hombres de fe, que les den esperanza y los traten con caridad.
Que tengan la fe de Abraham y la humildad de Moisés.
Que tengan la aceptación de Job a la divina voluntad de Dios.
Que tengan el amor de Juan por su Señor.
Que usen las llaves de Pedro para abrir las puertas del cielo.
Que tengan el valor de Pablo y la sabiduría de Salomón.
Que sean profetas como Elías.
Y que tengan el corazón encendido en el amor del Espíritu Santo y la virtud de Cristo.
Ellos esperan que ustedes intercedan por ellos, porque creen en la promesa de Dios: que todo a sus apóstoles les concede, porque Él los eligió.
Ellos esperan que ustedes sean sacerdotes santos, dignos de la configuración con el Hijo de Dios que han recibido el día de su ordenación.
Ellos esperan que ustedes sean compasivos y misericordiosos, a imagen y semejanza de Dios.
Ellos desean ver en ustedes hombres extraordinarios, con dones y poderes sobrenaturales, cuando obran y actúan en el nombre de Dios.
Qué decepción sienten algunos cuando ven en un sacerdote tan sólo a un hombre débil, frágil, pecador, lleno de miedos y de angustias; que habla tan sólo de cosas mundanas; que busca tesoros en la tierra y se comporta como un enemigo de Dios, traicionando toda virtud y don que Él le dio, escuchando de sus labios groserías, maldiciones, política, juicios, mentiras, burlas, chistes de tono subido, negocios, lamentaciones y llanto; pero no escuchan oraciones, alabanzas, Palabra de Dios, palabras de amor, de consuelo, de esperanza, de ánimo.
Qué decepción para ellos y qué dolor les causa ver a un elegido de Dios, un sacerdote de Cristo, que abusa del alcohol o de algún otro vicio; que está enfermo, impedido para cumplir bien con su santo ministerio, y es causa de escándalo, que dispersa a las ovejas del rebaño.
Yo les pido, hijos míos, que mediten todo esto en su corazón. Que lo lleven a la oración, y pidan la gracia de ejercer un sacerdocio santo.
Y pidan perdón a Dios y al pueblo de Dios, porque a ellos también le están faltando.
Sus dudas y su falta de confianza, hijos míos, están llevando a la perdición a muchas almas.
Ojalá se corrijan, y al pueblo de Dios vuelvan al buen camino; que lo dirijan al abrazo misericordioso del Padre, a través de la mano fuerte de Cristo, que los sostiene a ellos y a ustedes.
Caminar sobre las aguas es posible, y lo hacen cuando con confianza hacen todo lo que Dios les manda.
«¿Por qué no mandó el Señor a los vientos que se calmaran, sino que, tendiendo Él su mano, le cogió a Pedro?
Porque hacía falta la fe del propio Pedro. Cuando falta nuestra cooperación cesa también la ayuda de Dios.
Para dar, pues, a entender el Señor que no era la fuerza del viento, sino la poca fe del discípulo la que producía el peligro, le dice a Pedro mismo: Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?
Así, de no haber flaqueado en la fe, fácilmente hubiera resistido también el empuje del viento.
La prueba es que aun después que el Señor lo hubo tomado de la mano, dejó que siguiera soplando el viento; lo que era dar a entender que, estando la fe bien firme, el viento no puede hacer daño alguno.
Y como al polluelo que antes de tiempo se sale del nido y está para caer al suelo, la madre lo sostiene con sus alas y lo vuelve al nido, así hizo Cristo con Pedro»
(San Juan Crisóstomo, Homilía sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía 50).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 40)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES