CORREGIR POR AMOR
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Si tu hermano comete un pecado, ve y amonéstalo a solas. Si te escucha, habrás salvado a tu hermano» (Mt 18, 15)
Amigo mío: enseñar al que no sabe, corregir al que se equivoca, perdonar al pecador, orar por el pueblo, eso es fundamental en el ministerio sacerdotal. Y son obras de misericordia.
Tú, amigo mío, eres administrador de mi misericordia. Los misericordiosos recibirán misericordia. Por tanto, eso que tú haces también lo harán contigo.
Ten compasión, ten caridad, pero actúa con mano firme, diciendo siempre la verdad, ayudando a mi pueblo a corregirse, guiándolo por el buen camino, procurando hacer conciencia en ellos de que yo soy el Hijo de Dios, que he venido a salvarlos con el poder de mi preciosa sangre, derramada en la cruz.
He pagado sufriendo en mi propio cuerpo sus errores. Los he redimido, pero todos deben convertirse. Y muchas veces deben pasar duras pruebas, para darse cuenta y volver a mí. Me duele y sufro todo lo que ustedes padecen, pero lo hago por caridad. Permito que les sucedan algunas cosas difíciles, porque los amo, y yo a los que amo los corrijo.
Eso que pesa sobre tu espalda, que cargas con tanto esfuerzo, que te cansa, que no entiendes, pero que sufres por mí, yo te lo di. Corrige tu camino, conviértete, santifícate, vuelve a mí, entrégame todo eso que ya no puedes soportar, y toma mi carga, toma mi yugo. Yo llevaré tu carga y te llevaré también a ti.
Corrígete y abandónate en mi misericordia. Mira que yo soy lento a la ira y pronto a perdonar. Yo te elegí para servirme, porque te amo. Eres mío, no te dejaré, no te abandonaré. He pagado ya por todos tus pecados. Sólo tienes que aceptar que crees en mí, que morí crucificado por ti, porque ya sabía que me traicionarías, y que, sin mí, te perderías.
Amigo mío: me necesitas. Y aquí estoy. Atrévete a reconocer tu condición de sacerdote de Cristo y, al mismo tiempo, de pobre pecador; de administrador de mi misericordia y, al mismo tiempo, de penitente necesitado de mi misericordia, indigno, miserable, siervo mío que, a pesar de sus errores, de sus debilidades y de sus traiciones, está configurado con el Amor.
Conviértete, acércate y toma el tesoro más grande que yo te he dado. Ahí tienes a mi Madre. Se ha quedado contigo para auxiliarte, para tomarte entre sus brazos y subirte a mi cruz, en la que yo voy a abrazarte, voy a purificarte. Basta que tú quieras, y estarás conmigo en mi Paraíso.
Y esto que yo hago contigo es lo que yo deseo que tú hagas con mi pueblo. Ven y tráelos a mí. Yo soy el camino, la verdad y la vida. Y tú eres, sacerdote mío, el amor de mi corazón.
«Debemos reprender con amor; no con deseo de dañar, sino con afán de corregir.
Si fuéramos así, cumpliríamos con exactitud lo que hoy se nos ha aconsejado: Si tu hermano pecare contra ti, corrígele a solas.
¿Por qué le corriges? ¿Porque te duele el que haya pecado contra ti?
En ningún modo. Si lo haces por amor propio, nada haces. Si lo haces por amor hacia él, obras excelentemente.
Considera en las mismas palabras por amor de quien debes hacerlo, si por el tuyo o por el de él. Si te escuchare, dijo, has ganado a tu hermano.
Hazlo, pues, por él, para ganarlo a él. Si haciéndolo lo ganas, no haciéndolo se pierde»
(San Agustín, Sobre los Evangelios Sinópticos, Sermón 82, 1-15).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 44)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES