16/09/2024

Mt 5, 13-16

SER SAL Y LUZ

Reflexión para sacerdotes 

desde el Corazón de María

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís 

 

«Cuando se enciende una vela, no se esconde debajo de una olla, sino que se pone sobre un candelero para que alumbre a todos los de la casa» (Mt 5, 15)

 

Hijo mío, sacerdote: es muy grande el valor del sacerdocio. Los sacerdotes son luz del mundo y sal de la tierra. Pero, si su luz se apaga, ¿cómo volverá a brillar?

Y si la sal se vuelve insípida, ¿quién la salará?, ¿quién le devolverá su valor?

Solo Dios puede hacer la luz brillar y a los insípidos salar. Si el sacerdote pierde su valor, no sirve para nada. Pero, aunque haya perdido su valor y se haya extinguido su luz, por haber caído en tentación y cometido el más grave pecado, si conserva la esperanza y pide perdón, volverá a brillar, volverá al mundo iluminar y a darle sabor, salando incluso al inmenso mar, porque no hay nada imposible para Dios.

El sacerdote que brilla como el sol ilumina todos los rincones del mundo con su predicación y con el ejemplo de sus buenas obras, y consigue que todos los hombres glorifiquen a Dios. Y esa es su misión.

 Tú has sido llamado y elegido para ser sacerdote de Cristo. Él mismo te ha encendido con su luz para que ilumines los corazones de los hombres, y Él no te ha puesto en las catacumbas, sino en el altar, que es como el candelero que, con su luz, todo alumbra.

Tienes el poder de hacer a los ciegos ver, a los sordos escuchar, a los muertos resucitar, a los enfermos sanar, a las almas santificar. 

No permitas que tu luz se apague. Avívala con el fuego vivo del Espíritu Santo. Sé dócil y ríndete ante Él.

Vales mucho. Tu Señor no te va a perder, confía en Él. No reniegues de Él, no lo culpes de tus errores.

Estás configurado con la luz y no con las tinieblas. Si vives en la oscuridad es porque de Él te has alejado por tu propia voluntad, y has herido su Corazón Sagrado, que de ti, como un loco, se ha enamorado.

Vuelve, hijo mío, a la luz. No permitas que se enfríe tu corazón. Aún es tiempo.

Escucha su Palabra, y deja que te hierva el corazón al escucharla.

No tengas miedo de renunciar a aquello que te ata al mundo. Abraza tu cruz y sigue a Jesús, tú eres el amor de su Corazón.

Ven, toma mi mano, yo te acompaño.

Te aseguro que, ante tu humillación, no se resistirá. Su fuego te abrazará y brillarás nuevamente con Él, como el sol. 

¡Conviértete y brilla, hijo mío!, dame esa alegría.

 

 

«Cuando se muestran a los hombres las buenas obras, incluso las que se hacen por Dios, puesto que se trata de hombres piadosos y buenos, no se reclaman alabanzas humanas, sino que se proponen para que se las imite. 

Una cosa es buscar en la buena acción tu propia alabanza y otra buscar en el bien obrar la alabanza de Dios. Cuando buscas tu alabanza, te has quedado en la mirada de los hombres; cuando buscas la alabanza de Dios, has adquirido la gloria eterna. 

Obremos así, no para ser vistos por los hombres; es decir, obremos de tal manera que no busquemos la recompensa de la mirada humana. Al contrario, obremos de tal manera que busquemos la gloria de Dios en quienes nos vean y nos imiten, y caigamos en la cuenta de que, si él no nos hubiera hecho así, nada seríamos»

(San Agustín, Sermón n. 338)

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

(Pastores, n. 59)

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

 

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