SER DICHOSOS
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alégrense y salten de contento» (Mt 5, 11-12)
Hijo mío, sacerdote: dichoso seas por haber sido elegido para servir a Cristo.
Dichoso seas por haber sido ordenado y con Él configurado.
Dichoso seas por haber sido llamado sacerdote, y padecer toda clase de sufrimientos y persecuciones por la causa de Cristo.
Dichoso seas porque el Señor confía en ti y pone en tus manos su poder, para reunir a su rebaño con Él.
Dichoso seas por compartir la cruz de tu Señor.
Alégrate, hijo mío, por todo lo que has padecido, por todo lo que has soportado, por todo a lo que has renunciado, por todo lo que has vivido por Él y para Él.
Dichoso seas por haber recibido el don de obrar en el nombre del Hijo de Dios, y celebrar la acción de gracias por Cristo, con Él y en Él, para glorificar al Padre cada día, y muchas veces más de una vez cada día.
Dichoso sea el pueblo de Dios al recibir la gracia que del cuerpo y la sangre de Cristo se derrama en cada celebración eucarística.
Dichoso seas, hijo mío, por el don del sacerdocio. ¡Qué misterio tan grande y tan hermoso, en el que llevas la cruz y al mismo tiempo la gloria!
No te quejes, hijo mío, por todo lo que te pasa, por las calamidades y las dificultades, por las persecuciones, las calumnias y difamaciones, por las ofensas, los chismes, los malos tratos y las tentaciones que te presenta el enemigo.
Atrévete a reírte de todas esas cosas, a sentirte dichoso porque sabes que no es por ti, sino por lo que representas. Es al Hijo de Dios al que ofenden, al que injurian, al que persiguen.
Y Él, que ya ha padecido todo esto, agradece que padezcas con Él, y de ti se compadece, y te consuela con mi presencia y la esperanza en su promesa de gozar con Él en la vida eterna, y participar también de su gloria.
Quejarse no vale la pena, pierde el valor tu ofrenda. Es mejor alegrarse y poner la otra mejilla, perdonando todas las ofensas. Ten la seguridad de que eso es lo que tu Señor haría. Imítalo, haz lo que haría Él, para que tú recibas los golpes en lugar de Él.
Yo te aseguro que también recibirás el amor de muchos, la admiración y la gratitud por darles ejemplo y guiarlos hacia el encuentro del Amor.
Todo esto, hijo mío, sólo puedes hacerlo con amor y la gracia de Dios. Estás compartiendo la pasión, la muerte y la resurrección de tu Señor. Comparte también su misión, predicando su palabra, expulsando demonios, sanando a los enfermos, transformando el agua en vino, bautizando con fuego.
Vive, hijo mío, el Evangelio. Vive la vida de Cristo y serás dichoso por los siglos de los siglos.
Yo te acompaño. Esa es mi dicha y mi gloria.
«Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Prepara tu corazón para llegar a ver.
Hablando a lo carnal, ¿cómo es que deseas la salida del sol, teniendo los ojos enfermos? Si los ojos están sanos, aquella luz producirá gozo; si no lo están, será un tormento.
No se te permitirá ver con el corazón impuro lo que no se ve sino con el corazón puro. Serás rechazado, alejado; no lo verás.
Pues dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
¿Cuáles son las causas que producen esa felicidad?
A los limpios de corazón se les prometió la visión de Dios. Y no sin motivo, pues allí están los ojos con que se ve a Dios.
Hablando de estos ojos, dice el apóstol Pablo: Iluminados los ojos de vuestro corazón (Ef 1, 18).
Al presente, debido a su debilidad, estos ojos son iluminados por la fe; luego, ya vigorosos, serán iluminados por la realidad misma.
Pues mientras vivimos en el cuerpo, somos peregrinos lejos del Señor. En efecto, caminamos en fe y no en visión (2 Co 5, 6-7).
¿Qué se dice de nosotros mientras caminamos a la luz de la fe?
Ahora vemos oscuramente como en un espejo, luego veremos cara a cara (1 Co 13, 12)»
(San Agustín, Sobre los Evangelios Sinópticos, Sermón 53, 6).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 76)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES