JESÚS NOS NECESITA
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Jesús les preguntó: “¿Cuántos panes tienen?”. Ellos contestaron: “Siete, y unos cuantos pescados”» (Mt 15, 32)
Amigo mío: Yo te he llamado para hacer mis obras. Te he configurado conmigo para ser como yo.
Yo soy compasivo y misericordioso. Cuido, procuro, proveo, amo a mi pueblo.
Yo he padecido en mi propio cuerpo la miseria de los hombres. Han desgarrado mi carne y he derramado mi sangre para cubrir esas miserias con mi misericordia.
Me he hecho pecado, sin haber cometido alguno, para librarlos de todo mal, para purificarlos y renovarlos, para darles un corazón como el mío, y un alma pura, como era en un principio.
He predicado mi Palabra para que conozcan la verdad.
He hecho milagros, para que vean mi poder.
Me he hecho en todo como todos, menos en el pecado, para hacerme alcanzable, y sepan que pueden ser santos.
He soportado todo por amor.
He sido perseguido, calumniado, torturado, apedreado, burlado, escupido, desterrado, despreciado, tentado por el mismo diablo.
Y todo lo he superado, viviendo en medio del mundo, en medio de lo ordinario, para mostrarles el camino, y sepan que no están solos, caminan conmigo un camino que yo mismo anduve.
Yo me he hecho camino para que todo aquel que quiera venir conmigo me encuentre y me siga. Camino de cruz que tiene por destino el Paraíso, el Reino de los cielos.
Pero es necesario que estén preparados y fortalecidos, bien alimentados, para que no desfallezcan en el camino.
Ven conmigo. Anima a tus hermanos, a los que yo he llamado como a ti, y denles ustedes de comer. Denles ustedes de beber. Hagan lo mismo que yo, porque para eso los llamé.
¿Qué tienes tú para alimentar a mi pueblo hambriento?
¿Qué me puedes dar, para que yo lo bendiga y lo multiplique?
Yo tomo tu vida, para unirla a mí.
Si tú me das tu corazón, yo te transformaré en mí.
Si tú me das tus manos y tu voz, y me das tu voluntad, yo te daré pan para la vida eterna. Seremos uno para sanar, para alimentar, para saciar al mundo entero.
Pero si tú no me das ese poco que te pido, yo no haré milagros. Así lo he decidido.
Yo quiero necesitar de ti, amigo mío, para glorificar a mi Padre en ti, haciendo su voluntad, que es que todos los hombres se salven, y lleguen al conocimiento pleno de la verdad.
Yo quiero hacerte partícipe de mi triunfo en la cruz, y que seas instrumento de mi misericordia, administrándola a mi pueblo a través de los sacramentos, porque yo quiero que tú y yo seamos uno, como yo y mi Padre somos uno. Eso es lo que te prometí.
Y no salvaré al mundo sin ti.
Cumple tus promesas, practica tu ministerio con amor, haz bajar el pan vivo del cielo. Una palabra tuya bastará para alimentar a una multitud.
Ten compasión de ellos, y recuerda que no sólo de pan vive el hombre, sino de la Palabra de Dios, que yo he puesto en tu boca.
Tanto así te amo, que, en ti, mis obras, para hacer la voluntad de mi Padre, he confiado.
Tienes mi gracia para corresponder a este amor. Eso te basta.
«La multitud quedó impresionada por el prodigio de la multiplicación de los panes; pero el don que Jesús ofrece es plenitud de vida para el hombre hambriento.
Jesús sacia no sólo el hambre material, sino el más profundo, el hambre de sentido de la vida, el hambre de Dios.
Ante el sufrimiento, la soledad, la pobreza y las dificultades de tanta gente, ¿qué podemos hacer nosotros? Lamentarse no resuelve nada, pero podemos ofrecer ese poco que tenemos, como el joven del Evangelio.
Seguramente tenemos alguna hora de tiempo, algún talento, alguna competencia...
¿Quién de nosotros no tiene sus «cinco panes y dos peces»? ¡Todos los tenemos!
Si estamos dispuestos a ponerlos en las manos del Señor, bastarían para que en el mundo haya un poco más de amor, de paz, de justicia y, sobre todo, de alegría.
¡Cuán necesaria es la alegría en el mundo!
Dios es capaz de multiplicar nuestros pequeños gestos de solidaridad y hacernos partícipes de su don.
Que nuestra oración sostenga el compromiso común para que a nadie falte el Pan del cielo que dona la vida eterna y lo necesario para una vida digna, y se consolide la lógica de la fraternidad y del amor.
La Virgen María nos acompañe con su intercesión maternal»
(Francisco, Ángelus 26.VII.15).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 91)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES