VOCACIONES SACERDOTALES
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos» (Mt 9, 37-38)
Hijos míos, sacerdotes: es maravilloso el don del sacerdocio.
Es un tesoro de Dios para la humanidad.
¡Qué necesario es orar por los sacerdotes!
El Señor se compadeció de su pueblo cuando vio que caminaban perdidos, como ovejas sin pastor. Él es el Buen Pastor, y los envía a ustedes, sacerdotes, a reunir a sus ovejas con Él. Les da el poder, pero también les dio este mandato: “oren y pidan al dueño de la mies que envíe más obreros a sus campos”.
Es, por tanto, misión del sacerdote también, las vocaciones sacerdotales pedir a Dios, y promover ayudar a los seminaristas a formarse bien y a decidirse a dejarlo todo por Cristo, para seguirlo, dándoles buen ejemplo con su predicación y su comportamiento, dejándoles ver la alegría que alberga el corazón del sacerdote al estar configurado con el Hijo de Dios y hacer sus obras, porque para eso fueron llamados.
Ustedes, mis hijos sacerdotes, han sufrido en carne propia la falta de vocaciones. ¡Cuánto trabajo tienen! Y a veces no hay quién los ayude, porque no hay muchos como ustedes. Pero deben confiar y rezar, porque si el Señor Jesús les dio esta encomienda, es porque sabe que su Padre, lo que le pidan, les dará.
Es conveniente para la santa Iglesia tener muchos, pero santos sacerdotes, porque de nada sirve tener muchos pastores que conduzcan a las ovejas a la perdición con su mal ejemplo, con sus infidelidades y traiciones al Señor, que son contrarios a esta sagrada vocación.
Este es un llamado del Señor a la fraternidad sacerdotal. Oren, rueguen, supliquen, intercedan por sus hermanos sacerdotes –los que se han perdido, como si fueran ovejas y no pastores–, para que se conviertan y vuelvan a ejercer sus ministerios con amor.
El pueblo de Dios reza por ustedes. Yo misma los reúno en perseverante oración. Me acompañan, y algunos ofrecen no solo sus oraciones, sino su vida entera por ustedes.
Y es una bendición, porque ellos saben que ustedes son mediadores por Cristo, con Él y en Él, entre Dios y los hombres, y los necesitan para llegar a Dios. Necesitan la misericordia que el Señor derramó a través de su sangre en la cruz y a ustedes les dio, para que la administren a su pueblo. Por tanto, sin sacerdotes no hay salvación. Esa es la voluntad de Dios.
Y ustedes también deben rezar unos por otros, ayudarse, sostenerse, animarse, perdonarse, y permanecer unidos conmigo en ferviente e insistente oración, formándose constantemente, para fortalecer su propia vocación.
Un sacerdote que procura su santificación conduce muchas almas al cielo, y anima a los que son llamados y elegidos por Cristo desde antes de nacer –para gobernar a su pueblo, para enseñarlo y santificarlo–, a decidirse, a decirle “sí, aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad”.
Acudan a la protección de su Madre del cielo, que los ama con predilección. Aquí estoy, hijos míos, al pie de su cruz. Del mismo modo, con la misma fortaleza y el mismo amor con el que acompañé a Jesús.
Tengan compasión, imiten a su Señor, ejerzan su ministerio santamente, y gratuitamente, como se los manda el Señor.
Reciban mi paz y mi bendición.
«Advierte en qué forma les hace ver ser esto cosa fácil y necesaria. ¿Qué les dice? “La mies es mucha y los obreros pocos”. Como si les dijera: mirad que no os envío a la siembra, sino a la cosecha.
Como lo dijo en el evangelio de Juan: “Otros lo trabajaron y vosotros os aprovechasteis de su trabajo”. Les decía esto para reprimirles sus altos sentires e instruyéndolos al mismo tiempo para que tuvieran gran confianza y demostrándoles que ya había precedido el mayor trabajo.
Advierte cómo empieza por la misericordia y con la esperanza de la recompensa. Pues dice: “Se enterneció de compasión, porque estaban fatigados y decaídos, como ovejas sin pastor”. Lo cual es una acusación contra los jefes de los judíos que siendo pastores se mostraban lobos. Pues no sólo no corregían a la plebe, sino que aun le estorbaban que adelantara en la virtud»
(San Juan Crisóstomo, Homilía sobre el Evangelio de San Mateo, n. 33).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 93)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES