LA PERFECTA OBEDIENCIA
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allá hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo» (Mt 2, 13)
Amigo mío: te haré una pregunta, y te daré un consejo.
La pregunta es: ¿quién deseas ser? ¿Cómo deseas ser reconocido? ¿Como uno de los niños inocentes muertos, víctima del odio del demonio y de la maldad perversa de los hombres? ¿O como el Cristo vivo, por sus padres protegido, para que cumpla su misión?
Yo sé que deseas ser Cristo vivo. Este consejo te doy: abandónate en las manos de mi Madre, bajo la custodia y protección de mi padre José. Vuélvete como niño y acude a su auxilio.
No expongas tu integridad, ni descuides tu tesoro. Ten la humildad de reconocer tu pequeñez y tu debilidad. Ten la astucia que se necesita para mantenerse con vida en el campo de batalla.
No permitas que la soberbia te domine, y el orgullo te haga perecer, porque, aunque seas un elegido de Dios, un hombre sagrado, consagrado al Señor desde antes de nacer, conservas la herida del pecado.
Ten la humildad de reconocer que los más grandes horrores eres capaz de cometer.
Si descuidas tu vida espiritual, el diablo -que ronda como león rugiente, buscando a quién devorar-, se aprovechará de ti, y robará el tesoro que llevas dentro, rompiendo la vasija de barro.
La tentación está en todas partes. A aquello que te aleja de mí llámalo por su nombre: Herodes. No tientes a Dios pretendiendo ser el hombre fuerte y poderoso –que no eres–, dejándole a él toda la responsabilidad de alejarte de los peligros, en los que tú mismo expones tu corazón, pretendiendo que nada te pasará, que de todo te librará, por el gran amor que te tiene.
Mi consejo es que mantengas tu obediencia, que imites a José, para que el Señor te libre de todo peligro, porque eres un hombre prudente y obediente, y no porque tu soberbia y orgullo te expongan a la muerte.
El Señor ama a los que lo obedecen. Y yo te digo, por experiencia, que te mostrará el camino, te dirá lo que debes hacer en todo momento. Y, si haces su voluntad, quedarás libre de todo peligro.
Mi consejo es: permanece en mi amor, configurado plenamente conmigo. Haz todo lo que hice yo y, por María y José estarás protegido. Ellos en ti a mí me ven. Y, si es necesario, te llevarán a Egipto, al desierto de tu corazón, en donde no habrá nada más que el amor de la Sagrada Familia, que es lo único que necesitas. A través de ese amor el Espíritu Santo transformará tu corazón.
La Divina Providencia se encargará de ti, y vivirás una experiencia inolvidable conmigo. Nos veremos cara a cara, de amigo a amigo.
Yo te doy este consejo: deja todo, renuncia al mundo, toma tu cruz y sígueme. Deja que mi Madre te acompañe. Toma su mano. Con ella el camino es seguro.
Y si te cuesta obedecer, porque no comprendes, porque no te parece justo lo que te mandan, porque hacer algo distinto la gente te demanda, porque tienes miedo, porque tienes fuertes apegos, acude a mi padre José y pídele que te ayude a dejar todo, como lo hizo él, y a obedecer, aun sin comprender, aun sin querer, con prontitud, y con la seguridad de que todo lo que te manda Dios es para bien.
Ponte en marcha, sabiendo que te está librando de peligros que no conoces, que no imaginas. Él te ama y se adelanta a protegerte, porque eres verdadero hijo.
Tu misión es importante, y la debes cumplir. No como tú quisieras, no en donde tú deseas, no en el tiempo en que lo tienes planeado, sino en la voluntad de Dios y en su infinita sabiduría, en su perfecto tiempo, y en donde Él quiera, como quiera, cuando quiera, tan sólo porque así lo quiere Él.
Esa es la perfecta obediencia. Eso es lo que yo espero de ti, para que mi Padre se complazca en mí.
Yo he venido a salvarte, pero no lo haré sin ti.
Cuida tu tesoro, el tesoro de tu vocación y tu alma sacerdotal.
No te pongas en tentación. Te conozco. Soy consciente de tu debilidad.
Aquí tienes a tu Madre. Déjate por ella abrazar. Recibe la gracia que ella te quiere dar, para que te conviertas y perseveres en la virtud, para que alcances la configuración conmigo en plenitud, que es la perfecta santidad.
Entonces habrás cumplido tu misión: por ti, al cielo, muchas almas llegarán. María y José, por ti, conmigo, ¡a Dios glorificarán!
«Aparte lo dicho, otra enseñanza sacamos de aquí, que no es pequeña. ¿Qué enseñanza es ésa?
Que desde el principio hay que aguardar tentaciones y asechanzas. Mira, si no, cómo tal le sucede a Él desde los pañales.
En efecto, apenas nacido, el tirano se enfurece. Él tiene que huir y trasladarse más allá de las fronteras, y su madre, que en nada había faltado, es desterrada a tierra de extranjeros.
Tú que esto oyes, cuando hayas merecido desempeñar un asunto espiritual y luego te veas entre sufrimientos intolerables y metido entre peligros sin cuento, no te turbes ni digas: “¿Qué es esto? ¿No merecía yo que se me coronara y proclamara, no merecía ser ilustre y glorioso, puesto que estoy cumpliendo un mandato del Señor?”
No, ahí tienes el ejemplo. Súfrelo todo generosamente, sabiendo que eso acompaña particularmente a los espirituales; que ésa es su herencia: tentaciones y pruebas por todas partes.
Mira, si no, cómo así sucede con la madre del niño y con los magos. Estos tienen que retirarse como fugitivos, y a aquélla, que no había jamás traspasado los umbrales de su casa, se le manda emprender tan largo y molesto viaje sólo por haber tenido aquel maravilloso parto, aquel espiritual alumbramiento»
(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía 8)
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 106)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES