16/09/2024

Mt 25, 31-46

ADMINISTRAR LA MISERICORDIA

Reflexión para sacerdotes 

desde el Corazón de Jesús

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís 

 

«Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Vengan, benditos de mi Padre; tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo”» (Mt 25, 34).

 

Amigo mío: Yo vine al mundo a traer misericordia.

Misericordia que derramé en la cruz, asumiendo en mi carne todos los pecados del mundo. Los pecados de todos los hombres de todas las generaciones. Para perdonarlos y abrir las puertas del cielo, para que todos puedan alcanzar la salvación, acudiendo al abrazo misericordioso de mi Padre.

Eso es la cruz que te di yo, para que continúes mi misión, administrando mi misericordia con justicia y con amor.

Yo te di mi poder. Somos uno, en perfecta configuración, para que perdones los pecados de los hombres, para que tenga eficacia mi cruz en cada uno.

Los pecados que perdones quedarán perdonados. Los que no perdones quedarán sin perdonar. Y eso, amigo mío, es una gran responsabilidad.

Reflexiona y dime: cuando yo te llame a mi presencia, ¿qué cuentas me vas a entregar?

Yo te aconsejo, y te suplico, que trates con misericordia a los fieles que se acercan a ti para confesar sus pecados. Porque un día vine con misericordia, y así vendré de nuevo a traer mi justicia. Los misericordiosos recibirán misericordia, pero los duros de corazón, los que hayan querido hacer justicia por su propia mano, y hayan despreciado a un pecador arrepentido, a esos soberbios y necios, que no tuvieron compasión, los llamaré malditos, y no podrán tener parte conmigo en mi Paraíso.

Seré justo. Tanto, como merezcan sus obras vacías de misericordia. 

Reconóceme en cada pecador. Búscame en lo profundo de su corazón. Ahí estoy yo, crucificado, limpiando su pecado, esperando que tú cumplas tu parte.

Porque yo soy Rey, un rey que no es de este mundo, pero que ha venido al mundo a conquistar los corazones de los hombres, y a construir un reino de sacerdotes para mí.

Mi orden ya fue dada. La salvación de los que yo vine a buscar depende de ti. Yo ya morí por ellos y por ti. Las llaves del cielo te di. Tú decides: perdonar, como yo te enseñé, y darle al cielo lo que yo tanto quiero: a ellos y a ti; o dejarlos a su suerte… Tal vez en su juicio yo pase por alto sus culpas, porque mi misericordia es más grande que mi justicia. Pero esos pecados te serán contados a ti, porque no supiste administrar bien la misericordia que te di.

Pero te amo tanto, que estoy aquí, frente a ti. Mírame. Me tocas entre tus manos. Me elevas. Tu mirada y mi mirada se encuentran.

Cree que el mismo que dio la vida por ti resucitó, subió al cielo, pero se quedó, para alimentar y saciar a todo aquel que tenga hambre y que tenga sed. Y lo hará a través de ti. Dales de comer. Aliméntalos con mi Palabra y con mi Cuerpo y mi Sangre, que es Pan vivo que tú has bajado del cielo.

Ten compasión de mi pueblo. Sé misericordioso con ellos, y yo vendré a ti. Te llevaré conmigo a mi Paraíso, a gozar de la gloria de mi Padre, de la alegría del cielo, por cada pecador que se ha convertido por mi misericordia, a través de ti.

¡Ven, bendito de mi Padre! Ven conmigo.

Yo te llamé, yo te elegí, para ponerte a mi derecha, y tú dijiste sí.

Sumérgete en el mar infinito de mi misericordia.

 

«Quienes tienen la cura de almas deben «proveer que se oiga en confesión a los fieles que les están confiados y que lo pidan razonablemente; y a que se les dé la oportunidad de acercarse a la confesión individual, en días y horas determinadas que les resulten asequibles» (CIC, c. 986).

Esta disponibilidad ministerial tiende a prolongarse suscitando deseos de perfección cristiana. La ayuda por parte del ministro, antes o durante la confesión, tiende al verdadero conocimiento de sí, a la luz de la fe, en vista de adoptar una actitud de contrición y propósitos de conversión permanente e íntima, y de reparación o corrección y cambio de vida, para superar la insuficiente respuesta al amor de Dios. 

Así, pues, el ministro, por el hecho de actuar en nombre de Cristo Buen pastor, tiene la urgencia de conocer y discernir las enfermedades espirituales y de estar cerca del penitente, de ser fiel a la enseñanza del Magisterio sobre la moral y la perfección cristiana, de vivir una auténtica vida de oración, de adoptar una actitud prudente en la escucha y en las preguntas, de estar disponible a quien pide el sacramento, de seguir las mociones del Espíritu Santo. Es siempre una función paterna y fraterna a imitación del Buen Pastor, y es una prioridad pastoral. Cristo, presente en la celebración sacramental, espera también en el corazón de cada penitente y pide al ministro oración, estudio, invocación del Espíritu, acogida paterna. 

Esta perspectiva de caridad pastoral evidencia que «la falta de disponibilidad para acoger a las ovejas descarriadas, e incluso para ir en su búsqueda y poder devolverlas al redil, sería un signo doloroso de falta de sentido pastoral en quien, por la Ordenación sacerdotal, tiene que llevar en sí la imagen del Buen Pastor. […] En particular, se recomienda la presencia visible de los confesores […] y la especial disponibilidad para atender a las necesidades de los fieles, durante la celebración de la Santa Misa» (Juan Pablo II, Misericordia Dei, 1b-2).

La descripción que el Santo Cura de Ars hace del ministerio, acentúa la nota de acogida y disponibilidad. Este es el comentario de Benedicto XVI: «Todos los sacerdotes hemos de considerar como dirigidas personalmente a nosotros aquellas palabras que él ponía en boca de Cristo: “Encargaré a mis ministros que anuncien a los pecadores que estoy siempre dispuesto a recibirlos, que mi misericordia es infinita”. Los sacerdotes podemos aprender del Santo Cura de Ars no sólo confianza infinita en el sacramento de la Penitencia que nos impulse a ponerlo en el centro de nuestras preocupaciones pastorales, sino también el método del “diálogo de salvación” que en él se debe entablar (Carta en el Año Sacerdotal)»

(Congregación para el Clero, El sacerdote, confesor y director espiritual, ministro de la Misericordia divina, nn. 52 a 57).

 

¡Muéstrate Madre, María!

(Pastores, n. 133)

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

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