16/09/2024

Mt 5, 17-37

FRATERNIDAD SACERDOTAL

Reflexión para sacerdotes 

desde el Corazón de María

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís 

 

«Si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda» (Mt, 5, 23-24).

 

Hijo mío, sacerdote: un mandamiento nuevo les ha dado el Señor: que se amen los unos a los otros como Él los amó.

¡Qué maravillosa es la fraternidad sacerdotal cuando se vive de buena voluntad, cuando se ama a los hermanos, y entre todos se obra la caridad!

¡Qué agradable es para el Señor estar entre sus elegidos en medio de un ambiente de alegría y de amistad!

Los lazos espirituales que los unen como hermanos se fortalecen cuando se procura el servicio de unos a otros con cariño, conscientes de que cada uno está configurado con Cristo, pero el otro es también Cristo, y todos son uno, como Cristo y el Padre son uno. Todos se afectan y todos se ayudan.

Y cuánta compasión expresa el corazón de Dios cuando entre unos y otros se procuran, cuando ven por sus hermanos enfermos o por los más necesitados, porque a parroquias de lugares humildes han sido enviados, y a veces no tienen lo necesario, ni siquiera suficiente para comer.

¡Qué alegría siente mi corazón cuando los más afortunados se preocupan por sus hermanos, y de una u otra forma les hacen llegar la caridad!

¡Qué hermoso es ver y escuchar orar a un sacerdote por otro!

¡Qué bueno es cuando unos se corrigen fraternalmente cuando se equivocan, y aceptan con humildad recibir la corrección fraterna los que se equivocan!

Fraternidad sacerdotal quiere decir tratarse como verdaderos hermanos, hijos de una misma Madre y de un mismo Padre.

Si todos aceptaran esta verdad de fe y la practicaran, no necesitarían nada si entre ellos mismos se cuidaran. Pero cuando hay diferencias entre un sacerdote y otro, cuando hay envidia y hay soberbia, ¡qué dolor siente mi corazón al ver peleados a dos hermanos que tienen la vocación para ser santos!; que deberían dedicar su vida al servicio de Cristo sirviendo a sus hermanos, y entre todos caminar hacia un mismo fin: la santificación del pueblo de Dios, ayudándose unos a otros para alcanzar la perfección.

¡Cuánto dolor causa al Corazón de Cristo la indiferencia que viven algunos sacerdotes con respecto a otros, como si no existieran, como si nada necesitaran, como si fuera voluntad de Dios que sufrieran un trato indigno como hombres y como Cristos!

Pero el dolor más grande que atraviesa como espada mi corazón, y como una daga clavada experimenta Jesús en su corazón, es cuando un sacerdote presenta su ofrenda en el altar y la Santa Misa celebra, llevando en su alma la mancha del pecado de haber a su hermano despreciado. Y, si es hermano sacerdote, duele más.

¡Ojalá los sacerdotes examinaran sus conciencias, y pidieran perdón antes de atreverse a poner su ofrenda sobre el altar!

Ojalá acudieran con frecuencia, con el corazón contrito y humillado, a sus pecados confesar ante un hermano sacerdote.

Ojalá se dieran cuenta de que ofrecer sacrificios y buenas obras a Dios no les será tomado en cuenta, ni siquiera sus arduos trabajos de evangelización, si llevan cargando un pecado grave y no piden perdón.

La fraternidad sacerdotal se vive con perfección en el confesionario, en donde uno a otro muestra su compasión y su misericordia.

Algunos se equivocan cuando piensan que la fraternidad es hacer fiesta, olvidarse de su vocación, e irse a lo más profundo y oscuro del mundo, de juerga, argumentando tener más cercanía con sus hermanos.

Lo único que verdaderamente comparten es la culpa del mismo pecado, y luego no acuden a la confesión, porque la vergüenza inunda su corazón.

Deberían ser valientes y ayudar a otros débiles, como ellos, a corregirse y pedir perdón. Esa es la verdadera fraternidad sacerdotal, caminar juntos hacia la santidad, guiando al pueblo de Dios.

 

«¡Oh bondad, oh amor que sobrepuja todo razonamiento! Deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano. El Señor menosprecia su propio honor a trueque de salvar la caridad; con lo que nos hace ver de paso que tampoco sus anteriores amenazas procedían de desamor alguno para con nosotros ni de deseo de castigo, sino de su mismo inmenso amor.

¿Qué puede, en efecto, darse más blando que estas palabras? Interrúmpase —dice— mi propio servicio, a fin de que se salve tu caridad, porque también la reconciliación con tu hermano es un sacrificio. Por eso no dijo que te reconciliaras antes o después de ofrecer tu ofrenda, no. Cuando ésta se halla ya sobre el altar, cuando ya ha comenzado el sacrificio, te manda a reconciliarte. No después de acabar el sacrificio ni antes de presentarlo: en medio del sacrificio mismo nos manda correr a la reconciliación. 

¿Por qué causa, pues, y con qué fin nos manda obrar así? A mi parecer, dos cosas son las que quiere darnos a entender, dos cosas pretende con ello. Lo primero, como ya he dicho, quiere hacernos ver cuánto aprecia Él la caridad, cómo la tiene por el mayor sacrificio y cómo sin ella ningún otro le es acepto. Lo segundo que el Señor quiere aquí es imponer una necesidad ineludible de la conciliación. Porque quien tiene orden de no ofrecer el sacrificio antes de reconciliarse con su hermano, si no por amor de su prójimo, siquiera para que no quede sin ofrecerse el sacrificio, se dará prisa para correr al ofendido y poner término a la enemistad.

De ahí la viveza que puso el Señor en sus palabras, a fin de espantar y despertar al que necesita de reconciliación. Habiendo, efectivamente, dicho: Deja tu ofrenda, no se paró ahí, sino que prosiguió: Delante del altar —el nombre mismo de altar debe infundir religioso temblor— y marcha, y no dijo simplemente “marcha”, sino: Marcha primeroy luego ven y ofrece tu ofrenda. Con todo lo cual nos pone de manifiesto que esta mesa sagrada no recibe a los que están entre sí enemistados»

(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de san Mateo, Homilía n. 16).

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

(Pastores, n. 134)

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

 

Forma Descripción generada automáticamente con confianza media