DEBERES DE CIUDADANO
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«¿A quiénes les cobran impuestos los reyes de la tierra, a los hijos o a los extraños?”. Pedro le respondió: “A los extraños”. Entonces Jesús le dijo: “Por lo tanto, los hijos están exentos. Pero para no darles motivo de escándalo, ve al lago y echa el anzuelo, saca el primer pez que pique, ábrele la boca y encontrarás una moneda. Tómala y paga por mí y por ti”» (Mt 17, 25-27).
Hijo mío: el Señor, que ha sido enviado al mundo como el Cordero de Dios, sabiendo que era el mismo Dios verdadero, se humilló ante los hombres, sometido a la obediencia de su Padre, haciéndose en todo como los hombres, menos en el pecado, para padecer y morir en manos de los hombres para el perdón de sus pecados.
Sabiéndose Hijo de Dios, permitió ser tratado como cualquier hombre, porque Él mismo, como un hombre común, quiso pasar desapercibido en el mundo, pero su virtud lo delató.
Él no era un hombre cualquiera, era modelo de todo hombre para alcanzar la perfección, y como hombre virtuoso y perfecto siempre se comportó.
Aprendió de su Padre José a respetar la ley como el hombre justo que fue, y se humilló. Sin deberle a nadie absolutamente nada, por todos pagó.
El pez que Pedro pescó, simbólicamente es Él, Cristo. La moneda es su preciosa sangre, con la que Él pagó el rescate de la humanidad entera, dando su vida en manos de los hombres, para que abrieran su corazón.
Generosamente hasta la última gota de su sangre derramó, cumpliendo en todo como hombre y como Dios.
El Señor te ha dado ejemplo para que imites su virtud, y aunque seas sacerdote, aunque tengas su poder, porque estás configurado con Él, no codicies ser igual a Dios, cumple con tu deber como ciudadano y como cristiano, para que te parezcas más a Él. No sea que de ti se diga que no cumples con tus obligaciones y deberes en medio del mundo porque te crees un rey al que se le debe alabar y rendir pleitesía, porque tiene derechos que Dios le da sobre los demás.
No, hijo mío. Para ser perfecto, para ser primero, último, como tu Maestro, serás.
Tú has sido enviado a servir al pueblo de Dios. Eso debería enorgullecerte, porque como a los ángeles te ha tratado Dios, poniéndote al servicio de la gente. Pero te ha dado más que a ellos, te ha dado la posibilidad de ser hijo, y de ser uno con el Hijo único de Dios.
Por tanto, no te gloríes si no es en la cruz de tu Señor.
Ojalá ante el mundo te delate tu virtud, y el Señor vea brillar en medio del mundo tu santidad, mientras te entregas en manos de los hombres para hacerte en todo como todos, y ganar, aunque sea, a unos cuantos.
«El Concilio exhorta a los cristianos, ciudadanos de la ciudad temporal y de la ciudad eterna, a cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico. Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno.
Pero no es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse totalmente del todo a la vida religiosa, pensando que ésta se reduce meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinadas obligaciones morales.
El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época. Ya en el Antiguo Testamento los profetas reprendían con vehemencia semejante escándalo. Y en el Nuevo Testamento, sobre todo, Jesucristo personalmente conminaba graves penas contra él.
No se creen, por consiguiente, oposiciones artificiales entre las ocupaciones profesionales y sociales, por una parte, y la vida religiosa por otra. El cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el prójimo; falta, sobre todo, a sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su eterna salvación».
(Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral Gaudium et spes, n. 43).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 182)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES