EL TRABAJO SACERDOTAL
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«¿De dónde ha sacado éste esa sabiduría y esos poderes milagrosos? ¿Acaso no es éste el hijo del carpintero?» (Mt 13, 54-55).
Hijos míos, sacerdotes.
El sacerdocio no es una profesión, es una vocación. Bendecido es el trabajo sacerdotal realizado de acuerdo a la vocación al amor que Dios les da.
¡Qué grande es el ministerio sacerdotal!
¡Cuánto bien hace al pueblo que los sacerdotes cumplan con su deber de predicar el Evangelio, de administrar los sacramentos y de dar buen ejemplo!
Pero ¡qué difícil es aceptar, para un hombre cualquiera, que Jesús, el Señor, lo llame para que deje todo y lo siga!
¡Cuántos pensamientos vienen y van!
¡Cuánta angustia puede generar querer evitar escuchar el llamado, y aun así, sentir el corazón temblar, con esa voz divina que no puede callar, que con insistencia llama una y otra vez!
Y cuando acepta, lo llena y lo desborda la paz y la alegría de quien ha encontrado el camino, la verdad y la vida, su motivo de dar la vida, porque para eso fue creado y elegido desde antes de nacer.
Pero, con los años y la carga tan pesada de trabajo, de ese llamado se olvida, pierde la paz y la alegría cuando su identidad y vocación olvida, y le falta la fuerza y le falta el amor, y vive en la monotonía que produce la fatiga del cumplimiento de un deber que no se hace por amor de Dios, sino por ganarse el pan de cada día con el sudor de su frente, como cualquier hombre con cualquier profesión lo haría.
La renovación del alma sacerdotal renueva también su vida laboral.
Sigan el modelo de Cristo. Búsquenlo y encuéntrenlo en la oración. Escuchen y mediten su Palabra. Aplíquense el Evangelio de la misa de cada día a su propia vida, y aprendan de san José, como lo hizo Él, a trabajar con alegría, como un hombre cualquiera, pero transformando todos sus trabajos en oración. Pídanle cada día su bendición y obtendrán su ayuda.
Y aprendan de Jesús, con quien están ustedes, sacerdotes, configurados, para que puedan soportar con paciencia los errores de los demás, especialmente de la gente de su propia tierra, que dicen de ustedes lo mismo que dijeron de Él en su tierra: “¿qué no es este el hijo del carpintero?”, “¿de dónde saca esa sabiduría, esas palabras, ese poder?”.
No se preocupen si no les creen. Tampoco le creyeron a Él. Tengan ánimo grande y acojan en sus corazones a sus parientes, vecinos y conocidos que, por conocerlos, en lugar de apoyarlos, los tratan como enemigos. Y recen por ellos, para que sean, de sus obras, frutos buenos. Pero nunca callen su voz. La Palabra es el medio más eficaz para acercarlos a Dios.
Tengan valor de aprender a trabajar como Jesús aprendió de José, de sol a sol, construyendo su propia cruz, dando la vida en el trabajo pastoral cada día, unidos al único sacrificio agradable a Dios, entregando sus ofrendas, los frutos de sus trabajos, al celebrar la Santa Misa, haciéndose uno con Cristo en la Sagrada Eucaristía, uniendo también a todo el pueblo santo de Dios, por quienes ustedes trabajan y dan la vida, sirviendo a la Santa Iglesia para servir a Cristo, atendiendo a su llamado de cada día.
Que san José Obrero los bendiga.
«Hoy día, la caridad pastoral corre el riesgo de ser vaciada de su significado por el llamado funcionalismo. De hecho, no es raro percibir en algunos sacerdotes la influencia de una mentalidad que equivocadamente tiende a reducir el sacerdocio ministerial a los aspectos funcionales. “Hacer” de sacerdote, desempeñar determinados servicios y garantizar algunas prestaciones comprendería toda la existencia sacerdotal. Pero el sacerdote no ejerce sólo un “trabajo” y después está libre para dedicarse a sí mismo: el riesgo de esta concepción reduccionista de la identidad y del ministerio sacerdotal es que lo impulse hacia un vacío que, con frecuencia, se llena de formas no conformes al propio ministerio.
El sacerdote, que se sabe ministro de Cristo y de la Iglesia, que actúa como apasionado de Cristo con todas las fuerzas de su vida al servicio de Dios y de los hombres, encontrará en la oración, en el estudio y en la lectura espiritual, la fuerza necesaria para vencer también este peligro[1]».
(Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, n. 55)
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 263)