LA LLAMADA
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Antes de que Felipe te llamara, te vi cuando estabas debajo de la higuera» (Jn 1, 48)
Amigo mío: debajo de la higuera yo te vi, antes de que tú me miraras.
Yo te encontré, antes de que tú me buscaras.
Yo te amé, antes de que tú me amaras.
Te elegí y la vocación al sacerdocio te di.
Te llamé por tu nombre. Tú me reconociste. Sabías que era yo. Te armaste de valor, y me dijiste sí.
Un corazón como el mío yo te di.
Renunciaste a todo para convertirte en mi siervo.
Yo te configuré conmigo y te llamé amigo, porque todo lo que mi Padre me ha dicho te lo he dado a conocer.
Cuando te llamé yo no vi en ti doblez.
Cuánta emoción sentí ese día. La misma emoción que siento cada día cuando me haces bajar del cielo, y me elevas entre tus manos, y somos uno tú y yo.
Yo te prometí que cosas más grandes ibas a ver, y lo cumplí.
Largo camino hemos caminado juntos. Maravillosas experiencias hemos vivido.
Me gusta recorrer el mundo contigo, escuchar tu risa cuando ríes como niño.
Me gusta trabajar contigo de sol a sol, y muchas veces de noche, de madrugada. A veces desde antes de que salga el sol.
Me gusta cuando impartimos los sacramentos. Pero, aquí entre tú y yo, lo que más me satisface es la reconciliación con el pecador. Entrar en el corazón de una persona arrepentida, que viene buscando perdón, es una aventura que vivo con pasión.
Me gusta encender de fuego vivo un corazón convertido. Gozo cuando lo hago mío. Y goza el cielo entero, porque hay más alegría por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos.
Cuánto valoro cuando tú lo dejas todo para hacer un rato de oración. Cuando me adoras, los ángeles glorifican a Dios. Es un espectáculo que un día verás.
Persevera, amigo mío, y a los ángeles subir y bajar del cielo, con tu ofrenda, verás.
Valora el don del sacerdocio que te ha sido dado, y muéstrale al mundo que algo bueno salió de Nazareth. Con tus obras, con tu ejemplo y tu fe verán en ti al Hijo de Dios, el Rey de Israel.
Serviam!
«En efecto, ¿acaso hemos buscado primero nosotros a Cristo, y no nos ha buscado él antes?
¿Acaso nosotros hemos venido, enfermos, al Médico, y no el Médico a los enfermos?
¿No había perecido aquella oveja y, dejadas las noventa y nueve, el pastor buscó y halló a la que volvió a traer, alegre, en los hombros? (Lc 15,4)
¿No había perecido aquella dracma y la mujer encendió una lámpara y buscó por toda su casa hasta hallarla? (Lc 15, 8) …
Nuestro pastor halló la oveja, pero buscó a la oveja; la mujer halló la dracma, pero buscó la dracma …
Hemos sido, pues, buscados para ser hallados; hallados hablamos. Porque antes de ser hallados habíamos perecido si no fuésemos buscados, no nos ensoberbezcamos».
(San Agustín, Sermón sobre el Evangelio de San Juan, 7).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 47)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES