22/09/2024

Jn 1, 35-42

CUMPLIR BIEN

NUESTRA MISIÓN

Reflexión para sacerdotes

desde el Corazón de María

                       P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís                       

 

«Juan el Bautista estaba con dos de sus discípulos, y fijando los ojos en Jesús, que pasaba, dijo: “Éste es el Cordero de Dios”. Los dos discípulos, al oír estas palabras, siguieron a Jesús» (Jn 1, 35-37)

 

Hijo mío, sacerdote: sigue a Jesús, y cumple su voluntad.

¿Tú sabes quién eres?

¿Sabes qué es lo que de ti Dios quiere?

¿Sabes cuál es tu misión?

¿Sabes cómo te llamas?

El Espíritu Santo es quien habla, a través de los profetas, para que entiendan cuál es la voluntad de Dios para ustedes, mis hijos sacerdotes, y la cumplan, bien dispuestos a lo que Él les pida, entregando por amor la vida, buscando constantemente conocer a Jesús, con una santa curiosidad, para imitarlo, viviendo como Él en el mundo vivía, encontrando en Él la fuerza para alcanzar la santidad, luchando cada día.

El Espíritu Santo habla también a través de ustedes, elegidos de Dios, que son profetas configurados con el más grande de todos los profetas, que es Cristo, para que el pueblo de Dios escuche su voz, lo conozcan, lo sigan, lo amen, lo sirvan.

Cada sacerdote es responsable de conocer con claridad cuál es la voluntad de Dios para él. Voluntad que define Pedro a través de los obispos, y que deben discernir con ayuda de un director espiritual, que les ayudará a obedecer cuando presente para él una dificultad, y le cueste lo que le piden hacer y a lo demás renunciar.

¡Qué difícil es cumplir una misión que no se comprende, que no se abraza, que no se acepta, que el corazón no siente! Es por eso preciso acudir a la oración y pedir la luz para ver lo que los ojos no ven, lo que los oídos no oyen, y encender el corazón con el fuego del amor de Dios, para cumplir su voluntad bien decididos, conscientes y alegres.

El que conoce a Jesús desea servirlo, más que hacer cualquier otra cosa. El que rechaza ofrecer el servicio que pide su obispo es porque aún no conoce a Cristo lo suficiente, y aún no se ha entregado a su vocación totalmente.

Quien tenga dificultad para vivir como Cristo, que se acerque a mí, al trono de la gracia, para recibir lo que le hace falta. Yo lo acompañaré y lo ayudaré a cumplir con su deber, le daré la paz y la alegría de saber que es tan valiosa su vida, que el Señor lo ha elegido y lo ha tomado para Él, para continuar con la misión a la que fue enviado Él, como Cordero de Dios.

Hijo mío: yo deseo que ustedes sirvan a Dios, convencidos de que están haciendo su voluntad, encontrando a Jesús, al mismo Cristo vivo, en su obispo, el obispo de Roma, el Vicario de Cristo, el Santo Padre, y lo obedezcan haciendo lo que él les diga, con la ayuda del Espíritu Santo, que habla en boca de los obispos.

¡Alégrense! Porque en ustedes, mis sacerdotes, CRISTO VIVE para revelarse y hacer sus obras en medio de los hombres.

Te bendigo, hijo mío.

Que la voz del Espíritu Santo, a través de tu voz, llegue a todos mis hijos.

Que escuchen mi voz, y la voz de Jesús, Buen Pastor.

Te amo.

 

«Dios, el Señor, nos ha llamado a cada uno de nosotros; cada uno ha sido llamado por su propio nombre. Dios es tan grande que tiene tiempo para cada uno de nosotros, me conoce, nos conoce a cada uno por nombre, personalmente. Cada uno de nosotros ha recibido una llamada personal. Creo que debemos meditar muchas veces este misterio: Dios, el Señor, me ha llamado a mí, me llama a mí, me conoce, espera mi respuesta como esperaba la respuesta de María, como esperaba la respuesta de los Apóstoles. Dios me llama: este hecho debería impulsarnos a estar atentos a la voz de Dios, atentos a su Palabra, a su llamada a mí, a fin de responder, a fin de realizar esta parte de la historia de la salvación para la que me ha llamado a mí.

Ahora demos un paso más. Después de la palabra «llamada» sigue la dimensión eclesial. Hemos hablado ahora de la vocación como de una llamada muy personal: Dios me llama, me conoce, espera mi respuesta personal. Pero, al mismo tiempo, la llamada de Dios es una llamada en comunidad, es una llamada eclesial. Dios nos llama en una comunidad. Tal vez también debemos meditar personalmente en este punto: estamos llamados personalmente, pero estamos llamados en un cuerpo. Y este cuerpo no es algo abstracto, sino muy real».

(Benedicto XVI, Lectio Divina, 4 de marzo de 2011)

 

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

(Pastores, n. 257)

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

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