CREER VERDADERAMENTE
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Si no ven ustedes signos y prodigios, no creen» (Jn 4, 48)
Hijo mío: muchos de ustedes, mis hijos sacerdotes, piden signos y prodigios para creer, cuando ustedes mismos son un signo prodigioso de Jesucristo para extender en el mundo la fe. A veces no piden lo que necesitan, y yo les pregunto por qué.
Reflexionen y contéstense a sí mismos.
¿Es falta de humildad?
¿Es falta de confianza?, ¿o es falta de fe?
¿Acaso no creen en la palabra del Señor?
¿Acaso no creen en el Evangelio?
¿Cuántas veces está escrito que todo lo que pidan les será concedido, que pidan y se les dará, que pidan en el nombre de Jesucristo?
¿Creen en Él? Porque no basta decir “yo creo”. No basta decir “Señor, Señor”.
El que cree verdaderamente debe creer en el signo más grande que hizo el Hijo de Dios, y a través del cual con ustedes se quedó: su presencia verdadera en la Sagrada Eucaristía.
Deben creer en Él cuando, con el poder de sus manos, que les dio Él, hacen bajar el pan vivo del cielo, que es verdadera carne, verdadera comida, verdadera sangre, verdadera bebida de salvación.
Deben creer con todo su corazón que de verdad es Él. Y, si así no fuera, si tuvieran dudas, si no creyeran, pídanle que aumente su fe, porque el que cree en el Hijo único de Dios debe creer también en todos los signos y prodigios que hace Él. Y si ustedes no creen en los milagros, entonces no creen que están verdaderamente con Él configurados.
Pidan lo que necesitan cuando estén frente a Él.
No lo ofendan dudando de su bondad y de su poder.
No le falten al respeto pensando que no los escucha o que no los ve, porque Él no está sordo y no está ciego. ¡Todo lo escucha y todo lo ve! ¡Sabe lo que necesita cada uno, incluso antes de que se lo pidan!
Conoce sus corazones y también conoce sus dudas y faltas de fe. Tengan la humildad de reconocer cuando no crean en Él.
Oren. El que es caliente de corazón todo lo cree. El que tiene corazón frío y de piedra en nada cree. Pero a los tibios, los que creen a medias, Él los vomita de su boca.
Arrepiéntanse y crean en el Evangelio, es palabra de Dios.
Recen diariamente el Credo, y digan con el corazón contrito y humillado: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe; convierte, Señor, mi corazón, para que crea, aunque no vea”.
«Realmente, cosa grande fue que un hombre que no entraba en el catálogo del pueblo judío alcanzara tan alta inteligencia.
Porque, a lo que yo entiendo, debió él de contemplar los ejércitos del cielo, o que a Cristo le estaban sometidas las enfermedades, la muerte y todo lo demás, como le estaban a él sus soldados.
Por eso dijo: En verdad, yo soy un hombre sometido a la autoridad de otro. Como sidijera: “Tú eres Dios, yo soy un hombre; yo estoy bajo autoridad, tú no dependes de nadie. Si, pues, yo, que soy un hombre y sometido a autoridad, tanto puedo, mucho más podrás tú, que eres Dios y no dependes de nadie.
Es que quiere persuadir al Señor, aun con exceso, que, si pone ese ejemplo, no es porque sea igual uno y otro caso, sino que un poder supera con mucho al otro. Porque, si yo —viene a decir el centurión—, que al cabo soy por naturaleza igual que mis subordinados y me hallo bajo autoridad de otro, tanto puedo por la pequeña excelencia que me viene de mi cargo y nadie me contradice, sino que se cumple lo que yo mando, por muy diversas que sean las órdenes que doy —porque a uno le digo: “Marcha”, y marcha; y a otro: “Ven”, y viene—, mucho más podrás tú»
(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, n. 26).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 57)