SEGURIDAD DEL SACERDOTE
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Cuando habían avanzado unos cinco o seis kilómetros, vieron a Jesús caminando sobre las aguas, acercándose a la barca, y se asustaron. Pero él les dijo: “Soy yo, no tengan miedo”» (Jn 6, 19-20)
Amigo mío: mírame, soy yo. No soy un fantasma. Como tampoco soy un trozo de pan. ¡Soy yo!
Soy yo el que caminó sobre las aguas del mar embravecido, acudiendo al auxilio de mis amigos, el mismo que está sobre el altar, que viene en tu auxilio.
La barca es segura, siempre y cuando yo esté con ella. Soy yo el que da vida a la Iglesia, pero eres tú quien me llama y me hace venir. Estoy aquí por ti.
Caminar sobre las aguas es signo de que el Hijo del hombre tiene el poder de Dios, y ha vencido al mundo. Reconoce ese signo cuando hagas bajar el pan vivo del cielo sobre el altar. Soy yo el que ha vencido al mundo con el poder de Dios, y ese poder yo te lo doy.
Cada vez que consagras caminas sobre las aguas para darle vida a la Iglesia. Date cuenta. Tú y yo somos uno por el poder de Dios. No temas, no tengas miedo.
Mírame por un instante. Olvídate de todos cuando me eleves entre tus manos, para que seamos sólo tú y yo. Siénteme, mírame, tócame, llámame por mi nombre. Cree: soy yo, no te dejes engañar por tus ojos y tus pensamientos. Abandónate en mí y dime: “yo creo, Señor, que eres tú, pero aumenta mi fe”.
Te daré una fe fuerte, para que mi pueblo crea también, al verte mirarme con tal devoción, que se encienda con el fuego de mi amor tu corazón. Entonces ellos dirán: “Señor, esa fe del sacerdote también la quiero yo”. Y se sentirán seguros, porque sabrán que, en la barca, contigo estoy yo, para cuidarlos, para protegerlos, para alimentarlos, para llevarlos a tierra firme, a puerto seguro: a mi Paraíso.
A pesar de los vientos fuertes, de los tiempos difíciles, de las dificultades, de las circunstancias del mundo, el pueblo necesita sentir la seguridad que sólo un santo sacerdote le puede dar. Para eso te he dado mi poder. Úsalo bien.
Yo te aconsejo que te tomes de la mano de mi Madre, María, la Reina del Cielo, y te dejes abrazar por ella, y guiar –en medio de la noche oscura; en medio de las tormentas, de la soledad, del mar embravecido, de los vientos fuertes-, hacia puerto seguro. Ella es como el faro que brilla con mi luz.
Si te sientes perdido, mira la estrella, mira a María. Jamás te perderás. Eres mío, y ella te encontrará, y a mí te llevará.
«Se sube Jesús al monte, y sus discípulos, empero, nuevamente son juguete de las olas y sufren otra tormenta como la primera. Más entonces le tenían por lo menos a Él consigo; ahora se hallan solos y abandonados a sus propias fuerzas. Es que quiere el Señor irlos conduciendo suavemente y paso a paso a mayores cosas y, particularmente, a que sepan soportarlo todo generosamente.
Por eso justamente, cuando estaban para correr el primer peligro, allí estaba Él con ellos, aunque estuviera durmiendo, pronto para socorrerlos en cualquier momento; ahora, empero, para conducirlos a mayor paciencia, ni siquiera está Él allí, sino que se ausenta y permite que la tempestad los sorprenda en medio del mar, sin esperanza de salvación por parte alguna, y allí los deja la noche entera juguete de las olas, sin duda, hasta donde yo puedo ver, con la intención de despertar sus corazones endurecidos.
Tal es, a la verdad, el efecto del miedo, al que no menos que la tormenta contribuía el tiempo. Pero juntamente con ese sentimiento de compunción quería el Señor excitar en sus discípulos un mayor deseo y un continuo recuerdo de Él mismo.
De ahí que no se presentara inmediatamente a ellos: A la cuarta vigilia de la noche—dice el evangelista— vino a ellos caminando sobre las aguas. Con lo que quería darles la lección de no buscar demasiado aprisa la solución de las dificultades, sino soportar generosamente los acontecimientos»
(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo II, Homilía 50).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 109)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES