22/09/2024

Jn 5, 1-3. 5-16

INSTRUMENTOS DE DIOS

Reflexión para sacerdotes 

desde el Corazón de María

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís 

 

«Jesús le dijo: “Levántate, toma tu camilla y anda”. Al momento el hombre quedó curado, tomó su camilla y se puso a andar» (Jn 5, 8-9).

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Hijo mío, sacerdote: el ángel del Señor fue enviado para anunciar su venida. No son los hombres los que van a Dios, porque no podrían, es Dios quien viene a los hombres para llevarlos a Él, por Cristo, con Él y en Él.

El Hijo de Dios fue enviado al mundo para liberar a los cautivos, para curar a los enfermos, para perdonar a los pecadores, para darle vida a los muertos. 

Los hombres ya estaban condenados por sus malas obras, consecuencia de la herida del pecado original. Habían perdido la oportunidad que Dios les dio de vivir en el Paraíso, y Él, que es bondadoso y misericordioso, se compadeció y envió a su Hijo, para que, con la fuerza del Espíritu Santo, todos los hombres sean sumergidos en el agua de la vida, para ser transformados de simples creaturas en verdaderos hijos. 

Y a ti, sacerdote, te envió no como un ángel mensajero, no como un profeta, sino como verdadero Cristo, Mesías, Salvador, Redentor, configurado sacramentalmente con el Hijo primogénito de tu Creador, para liberar a los cautivos, para sanar a los enfermos, para perdonar a los pecadores, para dar vida a los muertos. 

No envía a los hombres a buscarte. Ellos no son quienes vienen a ti. Eres tú el enviado de Dios para buscar a sus ovejas perdidas.

Para caminar en medio del mundo como misionero.

Para hablar con su voz y darlo a conocer al mundo entero.

Para que, cuando te vean, vean el rostro de Cristo, lo reconozcan y lo sigan, porque nadie va al Padre si no es por el Hijo, pero nadie va al Hijo si el Padre no lo atrae hacia Él. 

Eres tú, sacerdote, instrumento de Dios para atraer a su pueblo hacia Él, llevándolos primero al Hijo para que crean en Él a través de tu predicación, de tu ministerio, de tus buenas obras, de tu buen ejemplo, de tu mano tendida hacia el prójimo necesitado, llevándole la salud y la vida, que es Cristo, para que lo conozcan por ti, contigo y en ti.

Tú eres, sacerdote, ayuda que envía Dios a los hombres, para sumergirlos en el mar de su infinita misericordia, y puedan llegar renovados y justificados por Cristo a la vida eterna, que tiene preparada para ellos con Él en el Paraíso que habían perdido, y que, por Cristo, con Él y en Él, una nueva oportunidad les ha querido dar.

De ti depende, sacerdote, tu rebaño y su eterna felicidad.

¡Despierten, hijos míos sacerdotes! Son ustedes los enviados de Dios.

Nadie más tiene el poder de Cristo.

A ustedes les ha sido confiado el misterio de la salvación para todo su pueblo. 

Úsenlo, levántense, tomen su camilla y anden.

Eso les manda su Señor. Hagan lo que Él les diga.

Tienen la gracia de Dios, y eso les basta.

El Todopoderoso ha querido necesitar de ustedes para volver a sus hijos a Él. 

Ayudarlo es su deber.

Predicar el Evangelio su obligación.

Santificar a su pueblo su sagrada misión.

Pero no los envía solos, tienen la compañía de María, la Madre de Dios.

 

«Aquel paralítico, esperaba un hombre que lo ayudase ¿A qué hombre sino al Señor Jesús nacido de una virgen, a cuya venida ya no era la sombra la que había de salvar a uno por uno, sino la realidad la que había de salvar a todos?

Él era, pues, al que esperaban que bajase, acerca del cual dijo el Padre a Juan Bautista: «Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo» (Jn 1, 32) …

Y, si el Espíritu descendió como paloma, fue para que tú vieses y entendieses en aquella paloma que el justo Noé soltó desde el arca una imagen de esta paloma y reconocieses en ello una figura del sacramento del bautismo...

En los sacerdotes, no consideres sus méritos personales, sino su ministerio...

Cree, pues, que está presente el Señor Jesús, cuando es invocado por la plegaria del sacerdote, ya que dijo: «Donde dos o tres están reunidos, allí estoy yo también» (Mt 18, 20). Cuánto más se dignará estar presente donde está la Iglesia, donde se realizan los sagrados misterios.

Descendiste, pues, a la piscina bautismal. Recuerda tu profesión de fe en el Padre, en el Hijo, en el Espíritu Santo...

El mismo tenor de tu profesión de fe te induce a que creas en el Hijo igual que en el Padre, en el Espíritu igual que en el Hijo, con la sola excepción de que profesas que tu fe en la cruz se refiere únicamente a la persona del Señor Jesús».

(San Ambrosio de Milán, Sobre los Misterios).

 

                            ¡Muéstrate Madre, María!             

 

(Pastores, n. 139)

 

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

 

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