22/09/2024

Jn 8, 51-59

FIDELIDAD SACERDOTAL

Reflexión para sacerdotes

desde el Corazón de María

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

 

«Jesús dijo a los judíos: “Yo les aseguro: el que es fiel a mis palabras no morirá para siempre”» (Jn 8, 51)

 

Hijo mío, sacerdote: practicar las virtudes es necesario para alcanzar la santidad, y es un deber en todo ministerio sacerdotal.

Vivir las virtudes y enseñarlas es tu responsabilidad, es guiar a tu rebaño por el camino del bien, es enseñarlo a orientar todas sus actividades y pensamientos hacia Dios, que es la virtud perfecta.

Pero, en particular, una virtud que debe todo sacerdote practicar con heroicidad es la fidelidad. 

Jesús te ha llamado, hijo mío, para ser su siervo. Desde antes de nacer Él te conoció, te eligió y te consagró para Él. Tú dijiste “sí”, pero Él no te llamó siervo, sino amigo, y para permanecer fiel a su amistad debes luchar, porque es muy fácil, debido a la debilidad de tu condición humana, traicionar al Amigo. Pero no hay nada imposible para Dios.

Yo te ayudo, cuenta conmigo.

Para permanecer en la amistad con Cristo debes renunciar a ti mismo, entregarte a Él con confianza, pedirle al Espíritu Santo su luz y su gracia para ser fiel a su Palabra.

Yo te doy este consejo: sigue a Jesús y haz lo que Él te diga. Todo lo que su Padre le ha dicho a Él te lo ha dado a conocer. Ahí tienes el Evangelio: léelo, escúchalo, medítalo, familiarízate con él, ¡vívelo! 

Es como un manual de vida, es una guía. El que la sigue al pie de la letra no se equivoca, no peca, vive como Cristo vivió en medio del mundo, como Él les enseñó. 

Todo está escrito ya. A la Revelación nada le falta. Jesucristo es la Palabra de Dios encarnada, es el mismo ayer, hoy y siempre. Él es la verdad revelada. 

Aplica sus enseñanzas a tu vida. Decídete a amar a Dios por sobre todas las cosas. Libérate de las ataduras del mundo, viviendo con perfección a la luz del Evangelio. 

Si quieres saber la definición perfecta de fidelidad, contempla la cruz. Ahí está.

Sé obediente, hijo mío, y serás fiel. 

Pon a Cristo como centro de tu vida.

Entrégale todo a Él. 

Decídete a cambiar de vida.

Transfórmate en el mejor de los amigos, a imagen de Él. 

Permanece en la fidelidad a su Palabra, y aunque mueras, vivirás.

Si reconoces que has traicionado su amistad, acércate al confesionario, confiesa tu pecado, renuévate, y vuelve a comenzar. 

Sal de la oscuridad y ve a su admirable luz. 

Despierta de la muerte espiritual.

Reconcíliate con tu Señor y vuelve a la vida, no vuelvas a pecar.

Proponte luchar por perseverar en la fidelidad.

Si a Él lo persiguieron, a ti también te perseguirán. Tú no eres tan solo un amigo más, estás configurado con el amor, y el amor incomoda a los que no saben amar. Pero el amor transforma los corazones de los hombres, los más duros, los más fríos, los que son tibios. Sé fiel a tus promesas y hazlos arder de celo apostólico.

Enséñalos a amar a Dios y al prójimo anteponiendo a todo la caridad. Eso es lo que yo llamo “fidelidad sacerdotal”. 

Te aseguro, hijo mío, que tú sí sabes amar. Ama con el amor de Cristo, y practica con ese amor todas las virtudes, para que alcances la santidad. 

 

«Lconciencia de ser ministro comporta también la conciencia del actuar orgánico del cuerpo de Cristo. De hecho, la vida y la misión de la Iglesia, para poder desarrollarse, exigen un ordenamiento, unas reglas y unas leyes de conducta, es decir, un orden disciplinar. Es preciso superar cualquier prejuicio frente a la disciplina eclesiástica, comenzando por la expresión misma, y superar también cualquier temor o complejo a la hora de referirse a ella o de solicitar oportunamente su cumplimiento.

Cuando se observan las normas y los criterios que constituyen la disciplina eclesiástica, se evitan las tensiones que, de otro modo, comprometerían el esfuerzo pastoral unitario del cual la Iglesia tiene necesidad para cumplir eficazmente su misión evangelizadora.

La asunción madura del propio empeño ministerial comprende la certeza de que la Iglesia necesita unas normas que pongan de manifiesto su estructura jerárquica y orgánica, y que ordenen debidamente el ejercicio de los poderes confiados a ella por Dios, especialmente el de la potestad sagrada y el de la administración de los sacramentos[1].

Además, la conciencia de ser ministro de Cristo y de su Cuerpo místico implica el empeño por cumplir fielmente la voluntad de la Iglesia, que se expresa concretamente en las normas[2]. La legislación de la Iglesia tiene como fin una mayor perfección de la vida cristiana, para un mejor cumplimiento de la misión salvífica, y por tanto, es preciso vivirla con ánimo sincero y buena voluntad. 

(Congregación para el Clero, Instrucción “El presbítero, pastor y guía de la comunidad parroquial”, n. 15: La fidelidad del sacerdote a la disciplina eclesiástica).

 

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

 

(Pastores, n. 216)

 

 

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

 

 

Forma Descripción generada automáticamente con confianza media

 

 

[1] Juan Pablo II, Constitución apostólica Sacrae disciplinae leges (25 de enero de 1983).

[2] Cfr. ibid.