22/09/2024

Jn 10, 1-10

DIVINA PASTORA 

Reflexión para sacerdotes 

desde el Corazón de María

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís 

 

«Yo soy la puerta de las ovejas» (Jn 10, 7)

 

Hijo mío, sacerdote: mi misión es mantener reunido al rebaño, para que conozcan al Buen Pastor, y entren por esa puerta.

Por tanto, mi misión es guardar y proteger a las ovejas en el cobertizo, bajo mi manto. Ahí no puede entrar ningún ladrón. El demonio no puede acercarse. Ese es el poder que me ha dado Dios, con el que piso la cabeza de la serpiente.

El que se entrega a mí, el que confía en mí, el que acude a mi auxilio, el que se consagra a mí, no tiene nada que temer, no tiene de qué preocuparse, porque sabe que yo estoy aquí, y soy su Madre.

Yo te aconsejo, hijo mío, que permanezcas conmigo, que aceptes mi compañía, que valores mi maternidad divina y espiritual, que te hagas como niño y te abandones en mi abrazo maternal.

Tú eres cordero y eres pastor, configurado con Cristo, el Buen Pastor.

Eres un tesoro de Dios y, por tanto, eres manjar exquisito para los lobos.

Ten humildad. Reconoce tu debilidad y tu miseria, y déjate ayudar, déjame protegerte. Ven a mí. Duerme tranquilo, arrullado en mis brazos y en mi paz. 

Yo te mantendré seguro, y te ayudaré a permanecer unido al Sagrado Corazón de Jesús, y al mío, para que sepas conducir a tu rebaño por el buen camino, y entres tú primero por la puerta de las ovejas, que es de cruz, y que te abrirá el mismo Jesús, porque tú no eres un falso profeta, no eres un ladrón, no eres un hombre cualquiera, no eres un lobo, aunque a veces, por tu comportamiento, lo parezcas.

Tú eres un verdadero pastor.

Tú eres, con Cristo, por Él y en Él, la puerta de las ovejas.

Yo te pido, abre la puerta, y deja entrar a las ovejas, que reunidas conmigo rezan, pero que te necesitan para poder entrar al Paraíso.

Reúne a tu rebaño y enséñalo a caminar de mi mano, y yo lo llevaré a Jesús. Pero tú debes ir por delante, porque la puerta la abres tú.

Yo te acompaño, porque te amo.

 

«María Santísima está vestida de pastora, con su pellico, cayado, y a las espaldas caído el sombrero pastoril.

Está rodeada de cándidos Corderitos, todos los cuales tienen hermosísimas rosas en las bocas, ofreciéndoselas a su amantísima Pastora, para tejerle con ellas una corona.

Y la Pastora dulcísima está a uno de ellos con la diestra mano halagando cariñosa, y en su castísimo regazo reclinándolo.

A lo lejos se descubre una ovejita que, apartada del Rebaño de la Divina Pastora, fue repentinamente asaltada de un león, imagen del Demonio, [...] cuyo peligro reconocido de la descarriada ovejuela, para evadir riesgo, tanto se valió de la dulcísima salutación del Avemaría, y al punto fue amparada, porque, asistiéndole el señor san Miguel Arcángel, con su tajante espada la defendió del león y la redujo al Rebaño de su bellísima Pastora»

(San Isidoro de Sevilla, La Pastora Coronada n. 38).

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

 

(Pastores, n. 27)

 

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

 

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