EL TESORO DE LA PAZ
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la paz ni se acobarden» (Jn 14, 27).
Amigo mío: mi paz te dejo, mi paz te doy.
En el mundo hay mucha tribulación, pero yo he vencido al mundo. Confía en tu Señor.
Escucha mi Palabra y cúmplela.
Obedece mis mandamientos.
Vive el perfecto amor.
Haz la voluntad de Dios en todo.
Abre tu corazón y recibe mi paz.
Yo te he dado la misión de evangelizar al mundo, y de llevar mi paz a donde vas. Pero solo puede dar paz quien tiene paz. No la paz como la da el mundo, sino mi paz.
Esa paz con la que duerme un niño pequeño en los brazos de su madre.
Esa paz con la que mueren los santos, como niños en los brazos de su madre.
Esa paz que permanece, a pesar de la tribulación y la guerra.
Paz interior del corazón, que está lleno del Espíritu Santo, que mi Padre envía en mi nombre a aquellos que lo aman y lo obedecen.
La paz del que tiene tranquila la conciencia.
Del que discierne la voluntad de Dios para él y la cumple.
Del que sabe que yo estoy con él todos los días de su vida.
Del que cree en mí y en mí confía.
El que tiene paz tiene el corazón lleno de alegría, porque está dando por mí la vida.
Yo te doy mi paz. Atesórala en tu corazón. No permitas que nadie te la quite.
Si tú haces lo que yo te digo, podrán pasar cielos y tierra, pero mi Palabra permanecerá en ti.
Escucha la voz de tu conciencia.
Haz lo que te dice tu corazón.
Obra con caridad.
Cumple con tu plan de vida de piedad, con tus deberes y obligaciones.
Haz tu trabajo con amor.
Realiza tu ministerio con visión sobrenatural, con eficacia, con dedicación, con devoción.
Déjate abrazar por la ternura de mi Madre, y duerme en paz.
Si haces lo que yo te digo, vivirás tranquilo, tendrás alegría y conservarás mi paz.
Déjate guiar con docilidad por el Espíritu Santo, que ilumina tus pasos con su luz, y alégrate cuando seas perseguido por mi causa, porque es señal de que me sigues e imitas mis obras.
Lucha por la justicia y la paz, y serás dichoso. Podrás sufrir, podrás llorar, podrás reír, podrás gritar, podrás rezar, y silencio guardar, pero nunca perderás la paz. Y el gozo de la gloria en ti, y a través de ti, mi Padre manifestará.
Aléjate de las tentaciones y de las circunstancias de peligro que te presenta el enemigo. Él es el ladrón de tu paz. ¡No dialogues con él! ¡No le des oportunidad! Es más hábil que tú. Te puede engañar.
Sé consciente de que puedes ofenderme a pesar de que me amas.
Protégete con los sacramentos, con la oración, con la virtud.
Protege el tesoro de la paz de tu corazón, entregándote en los brazos de mi Madre, Reina de la paz, y ella, bajo su manto te conservará, y tu paz preservará.
Y, si un día pierdes la paz, ven a mí.
Mi paz es infinita. Yo te daré más.
«La paz que ofrece el Señor no es un saludo ni una sencilla felicitación: es un don; más aún, el don precioso que Cristo ofrece a sus discípulos después de haber pasado a través de la muerte y los infiernos. Da la paz, como había prometido: «La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo» (Jn 14, 27). Esta paz es el fruto de la victoria del amor de Dios sobre el mal, es el fruto del perdón. Y es justamente así: la verdadera paz, la paz profunda, viene de tener experiencia de la misericordia de Dios.
A los Apóstoles Jesús dio, junto a su paz, el Espíritu Santo para que pudieran difundir en el mundo el perdón de los pecados, ese perdón que sólo Dios puede dar y que costó la Sangre del Hijo (cf. Jn 20, 21-23). La Iglesia ha sido enviada por Cristo Resucitado a trasmitir a los hombres la remisión de los pecados, y así hacer crecer el Reino del amor, sembrar la paz en los corazones, a fin de que se afirme también en las relaciones, en las sociedades, en las instituciones»
(Francisco, Regina Coeli 7.IV.13).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 161)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES