GUIADOS POR EL ESPÍRITU SANTO
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Cuando venga el Espíritu de la verdad, él los irá guiando hasta la verdad plena, porque no hablará por su cuenta, sino que dirá lo que haya oído y les anunciará las cosas que van a suceder» (Jn 16, 13).
Hijo mío: yo soy la llena de gracia, porque el Espíritu Santo está conmigo.
Tal como el ángel me lo anunció, con su sombra me cubrió, y en mi vientre inmaculado al Verbo de Dios engendró.
El Verbo fue encarnado, y de mi vientre, como fruto bendito nació, mientras que el Espíritu Santo, habiéndome desposado, para siempre conmigo se quedó, y me guió al conocimiento de la verdad plena.
Conocer al Cristo, el Hijo de Dios vivo, ¡qué alegría inunda en el corazón! Es una maravilla. Es una gran bendición. Mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador. Y este es el testimonio que yo te doy.
Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios, es el Señor, para gloria de Dios Padre. Y Él, que es el único y tres veces santo, a ti de entre muchos hombres te eligió, desde antes de nacer, para que seas otro Cristo en la tierra, en perfecta configuración con Él, para que sean uno tú y Él, el mismo Cristo, para atraer a los hombres a Él, y por Él al Padre.
Pero tú, hijo mío, tienes la debilidad de los hombres. No has alcanzado aún la perfección. Yo estoy aquí para ayudarte, para protegerte, para aconsejarte.
Déjate guiar con docilidad por el Espíritu Santo, que te guiará al conocimiento y a la plenitud de la verdad.
Abre tu corazón y recibe su gracia y su don, para que puedas continuar la misión de tu Señor, que es tu propia misión.
Deja que el Espíritu de verdad llene tu alma y la desborde de alegría, porque te enseña y te recuerda que Cristo, tu Amo y Señor, está contigo todos los días de tu vida. No te abandonará. Te asistirá, te acompañará y te dará los medios que necesitas, para que, obedeciendo a su Palabra, cumplas su voluntad haciendo todo lo que Él te diga.
Yo te aconsejo que procures perfeccionar tu humildad. Sigue mi ejemplo. El Señor se dignó mirar la humillación de su esclava, y el mismo Cristo te ha dado ejemplo de humildad, para que tú hagas lo mismo.
Está escrito que Él mismo declaró que no vino por su cuenta. Todo lo que el Padre le dijo te lo ha dado a conocer. Por eso, aunque te eligió como siervo, te llamó “amigo”, y se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz, haciendo la voluntad de su Padre y no la suya, y eso mismo debes hacer tú.
El Señor resucitó y subió al Padre para enviarles al Espíritu Santo, para recordarles todo lo que Él le había dicho a sus apóstoles, y para guiarlos y comprendieran lo que aún no podían comprender.
Él debía asegurarse de que ninguno de los que su Padre le dio se perdiera. Y lo hizo así contigo: no te va a perder.
Cristo vino para salvarte, y el Espíritu Santo para guiarte, para que en ti el sacrificio del Señor tenga eficacia y alcances la salvación. Pero se requiere tu humildad y tu voluntad.
Acepta que el Dulce huésped de tu alma se manifieste al mundo a través de tu palabra, y con su ayuda ponla en práctica, para que des ejemplo a tu rebaño, y ellos hagan lo mismo, para que cumplas la voluntad del Padre, que es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad.
El Espíritu Santo está contigo para ayudarte. Pero de ti depende, hijo mío sacerdote, perdonar los pecados de los hombres, enseñarlos, dirigirlos, santificarlos, para que se salven.
Mucha es tu responsabilidad. Pero no estás solo. A tu derecha está tu Madre. Y el Espíritu Santo, que está conmigo, está contigo. Y Cristo vive en ti. Se ha quedado contigo para salvarte. Él ha vencido al mundo y tú vencerás con Él.
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo te bendigo.
En el nombre del Señor bendice a su pueblo y santifícalo.
«¿Cuál es, entonces, la acción del Espíritu Santo en nuestra vida y en la vida de la Iglesia para guiarnos a la verdad? Ante todo, recuerda e imprime en el corazón de los creyentes las palabras que dijo Jesús, y, precisamente a través de tales palabras, la ley de Dios —como habían anunciado los profetas del Antiguo Testamento— se inscribe en nuestro corazón y se convierte en nosotros en principio de valoración en las opciones y de guía en las acciones cotidianas; se convierte en principio de vida. En efecto, es del interior de nosotros mismos de donde nacen nuestras acciones: es precisamente el corazón lo que debe convertirse a Dios, y el Espíritu Santo lo transforma si nosotros nos abrimos a Él.
El Espíritu Santo, luego, como promete Jesús, nos guía hasta la verdad plena; nos guía no sólo al encuentro con Jesús, plenitud de la Verdad, sino que nos guía incluso «dentro» de la Verdad, es decir, nos hace entrar en una comunión cada vez más profunda con Jesús, donándonos la inteligencia de las cosas de Dios. Y esto no lo podemos alcanzar con nuestras fuerzas. Si Dios no nos ilumina interiormente, nuestro ser cristianos será superficial.
Preguntémonos: ¿estoy abierto a la acción del Espíritu Santo, le pido que me dé luz, me haga más sensible a las cosas de Dios? Esta es una oración que debemos hacer todos los días: Espíritu Santo haz que mi corazón se abra a la Palabra de Dios, que mi corazón se abra al bien, que mi corazón se abra a la belleza de Dios todos los días. Quisiera hacer una pregunta a todos: ¿cuántos de ustedes rezan todos los días al Espíritu Santo? Serán pocos, pero nosotros debemos satisfacer este deseo de Jesús y rezar todos los días al Espíritu Santo, para que nos abra el corazón hacia Jesús.
(Francisco, Catequesis en la Audiencia General, 15 de mayo de 2013)
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 231)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES