SOLDADOS FIELES
DEL REY
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Tú lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad» (Jn 18, 37)
Amigo mío: yo soy Rey.
Estoy vivo. Reino sobre cielos y tierra, y reinaré por lo siglos de los siglos.
Tú reinas conmigo, porque yo así lo he querido. Pero mi Reino no es de este mundo. Así como yo fui perseguido, despreciado, desterrado, así son los que reinan conmigo.
Pero yo soy todopoderoso, y tú tienes mi poder. Acéptalo de una vez: tú compartes mi corona de espinas, y compartirás mi corona de gloria.
No desaproveches la oportunidad que Dios te da para reunir a su pueblo, para santificarlo, y a mis pies someterlo.
Tú has sido enviado a establecer en el mundo mi Reino. Y a recoger conmigo lo que, con mi sangre, he ganado para Dios.
Valientes son los hombres que aman por sobre todas las cosas a Dios. El mundo es un campo de batalla. Ustedes, mis sacerdotes, son mis guerreros, los que defienden con su vida a mi pueblo, y lo alimentan con la carne del Cordero, que les da la vida eterna, y que yo soy.
A mi derecha está la Reina. Ella lucha junto a ustedes y junto a mí, con el arma más poderosa que es la oración de intercesión, y sobre aquellos que me reconocen Rey ella consigue gracias de protección.
Su belleza deslumbra a mis guerreros y a mi pueblo entero, y consigue que eleven su mirada al cielo.
Yo te aconsejo: sigue las estrategias de ella, para que venzas tus propias batallas, porque solo el que persevere se salvará.
La voluntad de mi Padre es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.
Yo soy la Verdad. Yo soy el Camino a la salvación. Yo soy la Vida. Yo soy quien te da la vida.
Estoy vivo, he triunfado, he vencido a la muerte, he resucitado, y te he enviado para que hagas lo mismo que yo.
Yo te prometo que, después de tantos sufrimientos, de soportar los errores de los demás, con paciencia, y cumplir santamente tu ministerio, de obrar tu fe con amor, yo te concederé la vida eterna en mi Paraíso.
Te sentaré en mi trono de Rey. Reinarás conmigo por los siglos de los siglos.
Te lo prometo. Palabra de Rey. No dudes. Aunque no seas digno, yo te santificaré, porque no hay nada imposible para Dios.
Pero depende de ti decir sí. Yo no violaré tu libertad.
Con paciencia voy a esperar a que te decidas y te conviertas, sometiéndote bajo los pies de esta majestad que sobre ti gobierna, y en tu corazón quiere reinar.
Yo dirijo a mi ejército, pero algunos de mis soldados están cansados, no quieren luchar.
Otros no me obedecen.
Otros no deciden de qué lado están.
Algunos me traicionan y se van, sumándose al ejército enemigo.
Otros ya se han decidido, y sirven al Rey. Dan su vida por Él. Dan su vida por mí. Me reconocen su único Rey, Soberano y Señor.
Y tú ¿qué clase de soldado eres?
¡Alabados sean los soldados fieles del Rey!
«Si a Cristo nuestro Señor le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; si los hombres, por haber sido redimidos con su sangre, están sujetos por un nuevo título a su autoridad; si, en fin, esta potestad abraza a toda la naturaleza humana, claramente se ve que no hay en nosotros ninguna facultad que se sustraiga a tan alta soberanía.
Es, pues, necesario que Cristo reine en la inteligencia del hombre, la cual, con perfecto acatamiento, ha de asentir firme y constantemente a las verdades reveladas y a la doctrina de Cristo.
Es necesario que reine en la voluntad, la cual ha de obedecer a las leyes y preceptos divinos.
Es necesario que reine en el corazón, el cual, posponiendo los efectos naturales, ha de amar a Dios sobre todas las cosas, y solo a El estar unido.
Es necesario que reine en el cuerpo y en sus miembros, que como instrumentos, o en frase del apóstol San Pablo, como armas de justicia para Dios (Rom 6, 13), deben servir para la interna santificación del alma.
Todo lo cual, si se propone a la meditación y profunda consideración de los fieles, no hay duda que estos se inclinarán más fácilmente a la perfección»
(Pío XI, Encíclica Quas Primas, n. 34, 11 de diciembre de 1925).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 87)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES