UNIDAD PERFECTA
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que su unidad sea perfecta y así el mundo conozca que tú me has enviado y que los amas, como me amas a mí» (Jn 17, 22-23).
Amigo mío: te he llamado, te he elegido, para que colabores conmigo en el cumplimiento de mis deseos, para que se cumpla la voluntad de mi Padre.
Mis deseos son que todos seamos uno.
Yo te he llamado para que seas uno conmigo. Yo en ti, tú en mí. Como yo en mi Padre, y mi Padre en mí.
Y así cada uno de los que yo he venido a buscar sea también uno conmigo, y contigo.
Yo deseé con todo mi corazón morir por ti y por todos los que, por ti, por tu palabra, creerán en mí, en que yo he sido enviado por Dios para salvarlos.
Oré y lo pedí, y mi Padre me concedió morir por ti y por ellos, resucitar de entre los muertos y subir al cielo. Y permanecer en el mundo al mismo tiempo, para cuidarte y cuidarlos; para protegerte y protegerlos; para unirte a mí y unirlos a ellos conmigo, en un solo cuerpo y un mismo espíritu.
Y para eso la Eucaristía instituí. Comunión perfecta: yo en ti, tú en mí, unidos al Padre por el Espíritu Santo.
Y así mi deseo cumplí.
Yo te pido: colabora conmigo. Te he dado mi poder para transformar el pan y el vino en mi Cuerpo y en mi Sangre. Unirte conmigo en un único sacrificio, que es agradable al Padre, para que alimentes a mi pueblo, y sean ellos uno conmigo, yo en ellos y ellos en mí, como yo en ti y tú en mí, amigo mío.
Pero a ti te configuré conmigo para que sean uno contigo: tú en ellos y ellos en ti, en Una, Santa, Católica y Apostólica Iglesia. Unidad perfecta.
Mi Padre te ha glorificado con mi gloria, la gloria que tenía con Él antes de que el mundo existiera: sacerdocio ministerial, unión, entre tú y yo, perfecta.
Yo alabo a mi Padre y ofrezco cada acción de gracias por ti y por todos aquellos que, por tu palabra y ministerio, creerán en mí.
Permanece conmigo, glorificando a mi Padre en esta comunión eterna entre tú, mi pueblo y yo.
«Nuestro Salvador ha dirigido a su Padre esta oración por sus discípulos: que el amor con que Tú me has amado esté en ellos y ellos en nosotros; y aún más: que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en Ti, que ellos también sean uno en nosotros. Esta oración se llevará a cabo plenamente en nosotros cuando el amor perfecto con que Dios nos amó primero (1 Jn 4, 10) aumente en nuestro corazón según el cumplimiento de esta oración del Señor...
Esto se logrará cuando todo nuestro amor, todo nuestro deseo, todo nuestro esfuerzo, toda nuestra búsqueda, todo nuestro pensamiento, todo lo que vivimos y hablamos, todo lo que respiramos no sea más que Dios; cuando la unidad presente del Padre con el Hijo y del Hijo con el Padre aumente en nuestra alma y en nuestro corazón, es decir cuando, imitando la caridad verdadera, pura e indestructible con que Él nos ama, nosotros también estaremos unidos con Él por una caridad continua e inalterable, tan comprometidos que toda nuestra respiración, todo nuestro pensamiento, todo nuestro lenguaje, serán sólo Él.
Así lograremos, al final... lo que el Señor en su oración deseaba ver cumplido en nosotros: que todos sean uno como nosotros somos uno, Yo en ellos y Tú en Mí, para que su unidad sea perfecta y Padre, aquellos que Tú me has dado, quiero que aquí donde yo estoy, estén también ellos conmigo. Esto es lo que está destinado al que pide en la soledad, hacia ello debe dirigir todo su esfuerzo: tener la gracia de poseer, desde esta vida, la imagen de la beatitud futura y como una anticipación, en su cuerpo mortal, de la vida y de la gloria del cielo»
(Juan Casiano, Conferencias: Nos unimos a Él por la caridad).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 167)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES