EL GRAN REGALO
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Jesús, viendo a su Madre y al discípulo a quien amaba, que estaba allí, le dijo a su Madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Después le dice al discípulo: he ahí a tu Madre» (Juan 19, 26-27)
Hijo mío, sacerdote: este es el día más difícil de mi vida.
Estoy cansada, estoy contrariada, estoy dolida, estoy herida, sufre mi corazón, estoy llena de dolor, pero en medio de este terrible sufrimiento brilla la fe, la esperanza y el amor.
He aquí una madre que ha enterrado a su hijo amado, y al mismo tiempo ha recibido un maravilloso regalo de Dios: a todos sus hijos como hijos, para acogerlos como verdadera madre en mi corazón.
Y un regalo aún más grande, cuando escuchaba de la boca de Jesús: “Mujer, he ahí a tu hijo, he ahí a tu Madre”, y en ti, hijo mío sacerdote, lo vi a Él.
¡Qué regalo tan grande le ha dado el Hijo de Dios a la humanidad! Despojándose de sí mismo, se quiso quedar, y a sus elegidos, sus siervos, los que Él ha llamado amigos, sus discípulos, sus apóstoles, ha deseado con Él configurar.
Y contigo, hijo mío sacerdote, me envió. Y contigo, si tú quieres, me voy a quedar.
Acompáñame, vamos a orar.
Y esperaremos a que el Señor vuelva, porque te aseguro, va a resucitar. Él lo dijo, y Él es la Verdad.
Quiero agradecer y silencio guardar, para el nombre de mi Hijo honrar. Hónralo tú con tu virtud, viviendo como Él, haciendo sus obras y aun mayores, como te lo pidió Él.
El Rey ha muerto. ¡QUE VIVA EL REY!
«La devoción a la Virgen no está en contraste con la devoción a su Hijo. Más aún, se puede decir que, al pedir al discípulo predilecto que tratara a María como a su Madre, Jesús fundó el culto mariano. Juan se dio prisa en cumplir la voluntad del Maestro: Desde aquel momento recibió en su casa a María, dándole muestras de un cariño filial, que correspondía al afecto materno de Ella, inaugurando así una relación de intimidad espiritual que contribuía a profundizar la relación con el Maestro, cuyos rasgos inconfundibles encontraba de nuevo en el rostro de la Madre. En el Calvario, pues, comenzó el movimiento de devoción mariana que luego no ha cesado de crecer en la comunidad cristiana.
Las palabras que Cristo crucificado dirigió a su Madre y al discípulo predilecto, han dado una nueva dimensión a la condición religiosa de los hombres. La presencia de una Madre en la vida de la gracia es fuente de consuelo y alegría. En el rostro materno de María los cristianos reconocen una expresión particularísima del amor misericordioso de Dios, que, con la mediación de una presencia materna, hace comprender mejor su propia solicitud y bondad de Padre. María aparece como Aquella que atrae a los pecadores y les revela, con su simpatía e indulgencia, el don divino de reconciliación»
(San Juan Pablo II, Audiencia general 11 de mayo de 2083).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 22)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES