PRACTICAR LA MISERICORDIA
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«“Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló Jesús sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”» (Jn 20, 21-23)
Amigo mío:
Mi misericordia es eterna.
Mi misericordia está sobre ti.
Yo te he llamado y te he elegido como administrador de mi misericordia, derramada en la cruz.
Yo soy el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. He asumido los pecados de la humanidad en mi propia carne. Y con mi muerte los he destruido.
Grande es mi misericordia, que se adelanta a mi justicia, para que en cada uno de los hombres se apliquen con eficacia los beneficios de mi sacrificio.
Pero qué duro es el corazón de los hombres, especialmente de mis discípulos, que habiéndome conocido, sabiendo que YO SOY, al verme destruido, muerto y sepultado, se olvidaron de que yo soy todopoderoso, y no creyeron en el testimonio que quienes me vieron les dieron.
No creyeron en mi Palabra y en lo que, cuando estaba en medio de ellos, les anuncié.
No creyeron en Cristo resucitado.
Pero cómo se alegraron cuando me vieron en medio de ellos comiendo, celebrando mi victoria sobre la muerte, mostrándoles mis llagas, tocándolas. Era la única manera de que algunos creyeran.
Por eso las conservé, por misericordia para los incrédulos, para los duros de corazón, para los que solo creen con la razón, y es necesario ablandarles, encenderles y convertirles el corazón.
Yo vine a anunciar mi triunfo, para después subir al cielo, que es el lugar que me corresponde.
Pero mi misericordia ya ha sido derramada. No los he dejado solos. Les he dado a mi Madre, para que los auxilie, para que los ayude, para que les muestre el camino para alcanzar la salvación.
El camino soy yo. Y es un camino de misericordia.
El responsable de que mi pueblo reciba mi misericordia eres tú y tus hermanos sacerdotes.
Y no solo les he dejado a mi Madre. Me he quedado con ustedes, como lo prometí, hasta el fin del mundo.
Estoy presente, vivo. Mi Corazón palpitante.
Yo soy la vida. Yo te la doy.
Yo soy Eucaristía. Cuando me sostienes en tus manos metes la mano en mi costado, tocas mi Corazón abierto.
YO SOY. Cree. Aquí estoy.
Puedo escucharte.
Puedo verte incluso.
Puedo hablarte, y tú escucharme en tu corazón.
Puedo cenar contigo y tú conmigo.
Qué diferencia hace la forma que tomé yo. Ten la voluntad de creer: después de que consagras el pan y el vino con mi poder, ya no es pan, ya no es vino: YO SOY.
Entre tus manos es Cristo vivo, porque, aunque en el altar conmemoras mi muerte y renuevas mi sacrificio incruento, también conmemoras mi resurrección. Ya no eres tú: YO SOY. Tú en mí y yo en ti.
Pero tú te transformas en mí, y solo quedo yo.
Esa es la perfecta configuración del sacerdote con el Hijo de Dios, para que el mundo en ti me vea y crea, por mi misericordia.
Cuando tú administras los sacramentos expones mis llagas para que las toque el pueblo.
Cree en la eficacia de los sacramentos. Yo transformo las almas, salgo a su encuentro. Y ya no son las mismas que antes de conocerme, porque cuando yo los toco ellos dicen: “Señor mío y Dios mío”.
Ellos creen.
¿Y tú crees?
Confía en mí. Estoy aquí. No voy a dejarte, no voy a abandonarte. Te amo. Te necesito, para darle a mi Padre lo que es suyo, y lo que yo he ganado derramando mi sangre.
Yo he confiado en ti. Te he dado mi poder para que actúes en mi nombre. Úsalo bien.
Promueve las obras de misericordia entre tus fieles. Que las conozcan. Que sepan qué son y cuáles son sus beneficios. Diles que está escrito que los misericordiosos recibirán misericordia. Y que todo aquel que crea debe obedecer a mis palabras: yo les he dicho que sean misericordiosos como el Padre del cielo es misericordioso.
Yo los envío a hacer la misericordia con los más necesitados, con los hermanos, con los amigos, y también con los enemigos.
Es así como deben aplicar la ley que les he dado: “Amen a Dios por sobre todas las cosas, y amen al prójimo como a ustedes mismos”.
Un sacerdote que no practica la misericordia no vive la caridad, y no está conmigo, porque no cree. Aunque su soberbia le diga que conoce la verdad, la verdad no está en él.
Mi misericordia les presentará a cada uno de los incrédulos la oportunidad de convertirse, pero necesitan querer.
Que tu testimonio sea el testimonio de un amigo fiel.
Y si a ti te atacara la duda, pídeme que aumente tu fe. Dime: “Jesús, en tu misericordia confío, sálvame”. Y yo lo haré.
Misericordia quiero y no sacrificios.
Ya sabes lo que tienes que hacer.
«¡La misericordia divina! Este es el don pascual que la Iglesia recibe de Cristo resucitado y que ofrece a la humanidad, en el alba del tercer milenio.
El evangelio, que acabamos de proclamar, nos ayuda a captar plenamente el sentido y el valor de este don. El evangelista san Juan nos hace compartir la emoción que experimentaron los Apóstoles durante el encuentro con Cristo, después de su resurrección. Nuestra atención se centra en el gesto del Maestro, que transmite a los discípulos temerosos y atónitos la misión de ser ministros de la misericordia divina. Les muestra sus manos y su costado con los signos de su pasión, y les comunica: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo” (Jn 20, 21). E inmediatamente después “exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos” (Jn 20, 22-23). Jesús les confía el don de “perdonar los pecados”, un don que brota de las heridas de sus manos, de sus pies y sobre todo de su costado traspasado. Desde allí una ola de misericordia inunda toda la humanidad.
Revivamos este momento con gran intensidad espiritual. También a nosotros el Señor nos muestra hoy sus llagas gloriosas y su corazón, manantial inagotable de luz y verdad, de amor y perdón».
(San Juan Pablo II, Homilía del 22 de abril de 2002, Domingo de la Misericordia)
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 220)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES