22/09/2024

Jn 20, 1-9

EL VALOR DE AMAR

Reflexión para sacerdotes 

desde el Corazón de Jesús

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís 

 

«Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó» (Jn 20, 8)

 

Amigo mío: yo te he llamado para decirte que te amo.

De muchas maneras te lo he manifestado. Eres mi siervo, pero yo te llamo amigo, porque a ti te he revelado todo lo que mi Padre me ha dicho.

Nadie tiene un amor más grande que el que da su vida por sus amigos. Yo he dado mi vida por ti. Y tú ¿serías capaz de hacer lo mismo?

Por supuesto que eres capaz de dar tu vida por mí. Pero, acaso, ¿tendrías el valor de dar tu vida por tus enemigos?

Qué fácil es amar a quien te ama. Qué sencillo es dar tu vida por aquel que te profesa su amor, que te demuestra con sus obras su cariño, que te trata bien, que te atiende, que te respeta, que te es fiel.

Qué fácil es creer en el amor, cuando el amor se te manifiesta, cuando te sabes amado, como Juan.

Aun así, es admirable entregar la vida por el amado como lo hizo Juan.

Quien se sabe amado por el Amor es porque ha recibido al Amor; es porque ha tenido un verdadero encuentro con el Amor. Yo soy el Amor.

Y este Amor te da la fuerza para luchar, para vencer cualquier tentación. 

Llénate de este Amor, y ten el valor de permanecer al pie de mi cruz, sostenido por la fuerza del amor derramado en la cruz. Y luego, haz lo mismo que Juan: lleva a mi Madre a vivir contigo, para que aprendas de ella a dar la vida por tus enemigos, que son los míos, por todos aquellos que me persiguen, y que a ti te persiguen por mi causa.

Esfuérzate por alejar de ti tu sentimiento de rencor. 

Tú, que viste y creíste el día en que te impuse mis manos y te vestiste con ornamentos sagrados; que celebraste tu primera misa y me hiciste bajar del cielo a tus manos; que perdonaste por primera vez a un penitente sus pecados, ¡crees que estoy vivo!, que tienes mi poder en ti, ¡que he resucitado! Eres testigo, porque vivo en ti.

Ábreme tu corazón. Deja que arda en él el fuego de mi amor, y ama con ese amor a tus enemigos, entregando tu vida en el ejercicio santo de tu ministerio, ofreciendo tus sacrificios por ellos, teniéndolos presentes en la santa Misa, perdonándolos en tu corazón, pidiéndome perdón por ellos, haciendo actos de reparación y de expiación por ellos. Ese es el perfecto amor. Que tu testimonio sirva para su conversión.

Tú, al igual que Juan, esfuérzate por dejar tu legado a través de la Palabra.

Tú, que has comprendido el misterio del amor de Dios por la humanidad, que has creído en mi Palabra, que eres testigo de mi misericordia, recuesta tu cabeza en mi pecho acudiendo a la oración. Siénteme vivo. Siéntete vivo conmigo. Somos uno.

Como fruto de esos encuentros, lleva al mundo tu testimonio de fe, para que por ti el mundo crea en el amor, cuando por ti, por tu testimonio, vean y crean en mi resurrección.

Cuando ellos te vean a ti, y me vean a mí en ti, se reconocerán como discípulos amados, igual que Juan.

Amigo mío: ¡ten el valor de amar!

 

«El amor que se ha manifestado en la cruz de Cristo y que Él nos llama a vivir es la única fuerza que transforma nuestro corazón de piedra en corazón de carne; la única fuerza capaz de transformar nuestro corazón es el amor de Jesús, si nosotros también amamos con este amor.

Y este amor nos hace capaces de amar a los enemigos y perdonar a quien nos ha ofendido.

Yo os haré una pregunta, que cada uno de vosotros responda en su corazón: ¿Yo soy capaz de amar a mis enemigos?

¿Yo soy capaz de amar a la gente que me ha hecho daño?

¿Soy capaz de perdonarlo?

Que cada uno responda en su corazón.

El amor de Jesús nos hace ver al otro como miembro actual o futuro de la comunidad de los amigos de Jesús; nos estimula al diálogo y nos ayuda a escucharnos y conocernos recíprocamente.

El amor nos abre al otro, convirtiéndose en la base de las relaciones humanas.

Hace capaces de superar las barreras de las propias debilidades y de los propios prejuicios.

El amor de Jesús en nosotros crea puentes, enseña nuevos caminos, produce el dinamismo de la fraternidad.

Que la Virgen María nos ayude, con su materna intercesión, a acoger de su Hijo Jesús el don de su mandamiento, y del Espíritu Santo la fuerza de practicarlo en la vida de cada día».

(Francisco, Alocución a la hora del Regina coeli, 9.V.19).

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

(Pastores, n. 105)

 

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

 

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