EL MEJOR DE LOS VINOS
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Como llegara a faltar el vino, María le dijo a Jesús: “Ya no tienen vino”» (Jn 2, 3)
Hijo mío, sacerdote: ya no tienen vino.
Mi Hijo Jesús transformó el agua en vino, en el mejor de los vinos. Y tú, ¿qué vas a hacer?
El Señor te llamó y te eligió como su siervo para que llenes las tinajas –que son las almas de su pueblo–, con el agua, que es la gracia transformante de su misericordia.
Él te pidió que hagas sus obras, y aun mayores. Te configuró con Él para darte su poder y la oportunidad de que seas perfecto como Él.
Tú puedes transformar la ofrenda de los hombres en el mejor de los vinos. Dales tú de beber de ese vino, que es Cristo.
Mira que ya no tienen alegría.
Mira que buscan saciarse, sin encontrar la verdadera fuente de vida.
Mira al pueblo de Dios que camina con sed bajo el sol y compadécete.
Tú tienes lo que ellos necesitan. El Señor te envió a predicar su Palabra y a administrar la misericordia derramada de la cruz.
No me digas que no ha llegado tu hora. Antes bien, escucha a tu Señor en la oración, escucha su voz que clama en tu desierto: ¡Conviértete y cree en el Evangelio!
Tú has sido enviado con Él para salvar a su pueblo. Tu misión es que ellos lo escuchen y hagan lo que Él les diga.
¡Qué pobre es tu fiesta, sacerdote! Se te ha terminado el vino y no te has dado cuenta. Mira que el Señor está a la puerta, te está llamando para que escuches su voz. Él quiere cenar contigo y que tú cenes con Él.
Pero dime, ¿qué le vas a ofrecer? El banquete es Él.
Yo he venido para pedirte que hagas un signo, como lo hizo Él. Dale al pueblo la señal que necesita para creer en ti. Nunca es tarde, hijo mío, para manifestarte como un buen pastor, un maestro, un padre.
Echa a andar ese proyecto que le da tantas vueltas a tu corazón, y que no realizas, porque es más fuerte la tentación de quedarte aislado, ensimismado, y que otros hagan lo que a ti te pide Dios.
Pero no has considerado que hay una epidemia entre tus hermanos sacerdotes. La epidemia de la indiferencia, que les anestesia el alma. Cada uno viviendo su propia fiesta. No se han dado cuenta de que en las bodas del Cordero con la Iglesia falta el vino.
Aquí está tu Madre para despertarte de tu letargo. Es tiempo de actuar. ¡Anda, levántate! No sea que después se haga tarde y no te alcance la vida, ni siquiera para llenar las tinajas de agua. Y, cuando el Señor te llame a su presencia, ¿qué cuentas vas a darle?
Él querrá beber contigo el mejor de los vinos, y no tendrás ni una gota para convidarle. El tiempo es ahora
¡Esta es tu hora, sacerdote!
Predica la Palabra del Señor, pero antes escúchala tú, y haz lo que Él te diga. Entonces el pueblo verá milagros y se llenará de alegría. Cristo se revelará a cada uno, convertirá sus corazones y será el centro de sus vidas, y tú habrás triunfado con Él santificando a su pueblo, que ya no tendrá hambre ni tendrá sed, porque estarán saciados con el mejor de los vinos que tú les diste de beber.
Brinda, sacerdote, con Cristo, por tu esposa y su esposa, que ya no es llamada “Abandonada”, sino “Acompañada”; que ya no es llamada “Dejada”, sino “Desposada”.
«Veamos a María: las palabras que María dirige a los sirvientes vienen a coronar el marco conyugal de Caná: Haced lo que él os diga. También hoy la Virgen nos lo dice a todos. Estas palabras son una valiosa herencia que nuestra Madre nos ha dejado. Y los siervos obedecen en Caná. En este matrimonio, realmente se estipula una Nueva Alianza y la nueva misión se confía a los siervos del Señor, es decir, a toda la Iglesia: Haced lo que él os diga. Servir al Señor significa escuchar y poner en práctica su palabra. Es la recomendación simple y esencial de la Madre de Jesús, es el programa de vida del cristiano.
Me gustaría destacar una experiencia que seguramente muchos de nosotros hemos tenido en la vida. Cuando estamos en situaciones difíciles, cuando ocurren problemas que no sabemos cómo resolver, cuando a menudo sentimos ansiedad y angustia, cuando nos falta la alegría, id a la Virgen y decid: “No tenemos vino. El vino se ha terminado: mira cómo estoy, mira mi corazón, mira mi alma”. Decídselo a la madre. E irá a Jesús para decir: “Mira a este, mira a esta: no tiene vino”»
(Francisco, Ángelus 20.I.19).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 112)