CUMPLIR LA VOLUNTAD DEL PADRE
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Yo nada puedo hacer por mí mismo. Según lo que oigo, juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió» (Jn 5, 30).
Hijo mío, sacerdote: Jesucristo es el Hijo único de Dios, el Verbo encarnado, la Palabra de Dios que se manifiesta al mundo con sus obras.
Él es el Maestro que enseña con perfección, es decir, tanto con palabras como con ejemplo, para que tú, su discípulo, su siervo, a quien Él ha llamado amigo, hagas lo mismo.
Humildad es lo primero que Él vino a enseñar, anonadándose a sí mismo, adquiriendo la naturaleza humana, para ser contado como uno más entre los hombres. De manera que tú no tienes un Sumo Sacerdote que no te comprenda. Él ha sido en todo igual a ti, menos en el pecado, porque nunca cometió pecado y, sin embargo, asumió tus pecados, para cumplir la voluntad del Padre, que quiso salvarte.
En la cruz está la enseñanza de tu Maestro, de la perfecta obediencia. En ella destruyó al pecado, lavando su cuerpo manchado de pecado, con su bendita sangre, derramándola hasta la última gota, para redimirte, para justificarte, amando por sobre todas las cosas la voluntad de su Padre.
Abriendo los brazos te amó hasta el extremo. Uniendo su voluntad a la voluntad del Padre, te dio a su Madre.
Él, que es el justo Juez, no vino a hacer justicia, sino a derramar su misericordia, para que, por su sacrificio, prevalezca en tu juicio su misericordia, antes que su justicia, y se cumpla la voluntad del Padre, que quiere salvarte.
El Maestro te enseña, a través del Evangelio, que Él trabaja, y también trabaja el Padre. Y te envía a predicar su palabra, para que trabajes con Él, haciéndote parte del gran misterio de la salvación del mundo entero.
Pero de tu alma primero. Eso es lo que quiere Él.
Aprende de tu Maestro a humillarte ante Dios, entregándole tu voluntad para que se haga la suya.
Amando la voluntad de Dios tanto, que sea la tuya.
Haciendo las obras que hizo el Hijo de Dios en medio del mundo.
Construyendo el Reino de los cielos en la tierra, en una perfecta obediencia a la voluntad de Dios.
Cumpliendo su ley, viviéndola en plenitud, practicando y enseñando el mandamiento que vino a traer.
Amando a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo.
Considerándote tan sólo un siervo que hace lo que tiene que hacer, porque eso es lo que hizo Él.
Siendo el Hijo único de Dios no exigió ningún derecho. Nunca contra su Padre se rebeló. Contra Dios nunca pecó. Jamás lo ofendió, porque Él es la Palabra de Dios, y no puede contradecirse a sí mismo. Toda prueba superó, pero como hombre le costó. La tentación venció. Él también luchó.
Y si piensas que pudo hacerlo porque tenía la gracia de Dios, yo te digo que su poder te dio. Tienes su gracia y eso te basta.
Aprende de tu Maestro a ser justo, y procura conseguir tu propia salvación con los medios que Él te dio. No lo hagas quedar mal. Cumple tú también la voluntad de Dios, porque ¿de qué te sirve ganar el mundo entero si no te salvas a ti mismo?
Acepta el regalo de tu Maestro. Él te da la vida. Agradece y vive con justicia, predicando la gloria del Resucitado, con la alegría de saber que Él ya te ha salvado.
Santifica, sacerdote, tu trabajo. Esa es la voluntad de Dios.
Ama y entrega tu vida, y salva al pueblo de Dios renovando tu alma.
¡Hágase Señor, en mí, tu palabra!
«Hacer la voluntad» del Padre, en las palabras y en las obras de Jesús, quiere decir: «vivir totalmente para» el Padre. «Así como me envió mi Padre que tiene la vida..., vivo yo para mi Padre» (Jn 6, 57), dice Jesús en el contexto del anuncio de la institución de la Eucaristía.
Que cumplir la voluntad del Padre sea para Cristo su misma vida, lo manifiesta Él personalmente con las palabras dirigidas a los discípulos después del encuentro con la samaritana: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra» (Jn 4, 34). Jesús vive desde la voluntad del Padre. Este es su «alimento».
Y Él vive de este modo —o sea, totalmente orientado hacia el Padre— porque ha «salido» del Padre y «va» al Padre, sabiendo que el Padre «ha puesto en su mano todas las cosas» (Jn 3, 35).
Dejándose guiar en todo por esa conciencia, Jesús proclama ante los hijos de Israel: «Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan (es decir, mayor que el que les ha dado Juan el Bautista): porque las obras que mi Padre me dio hacer, esas obras que yo hago dan en favor mío testimonio de que el Padre me ha enviado» (Jn 5, 36).
Y en el mismo contexto: «En verdad, en verdad os digo que no puede el Hijo hacer nada por Sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre: porque lo que éste hace, lo hace igualmente el Hijo» (Jn 5, 19).
Y añade: «Como el Padre resucita a los muertos y les da vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere» (Jn 5, 21)»
(San Juan Pablo II, Audiencia general 15.VII.87).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 140)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES