YO SOY
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo Soy» (Jn 8, 28).
Amigo mío: Yo Soy. Repite conmigo estas palabras.
Nadie más puede llamarse así.
Solo tú y yo.
El que cree en mí debe creer en ti. Quien no cree en el sacerdocio tampoco cree en mí.
El que dice “Señor, Señor”, y se postra ante el sagrario, y no cree que yo estoy vivo ahí, tan solo se presenta ante un símbolo, un signo, una imagen, una idea; aunque me llame, aunque pida perdón, aunque suplique, no cree que Yo Soy.
Aquel que mira al cielo y habla con Dios, pide perdón, pero no cree en el sacramento de la Reconciliación, administrado por el sacerdote, no cree que Yo Soy.
Aquel que me alaba con palabras, pero sus obras no corresponden a sus palabras, no cree que Yo Soy.
Aquel que dice amarme y adorarme, que estudia las Escrituras y las recita, aunque sea con devoción, pero no cree en la virginidad perpetua de mi Madre, no cree que Yo Soy.
Aquel que difama, calumnia, persigue, juzga o falta al respeto de cualquier manera, a un sacerdote, no importa de qué tamaño los pecados que cometa sean, no cree que Yo Soy.
El que cree en mí contempla la cruz y agradece, busca al sacerdote porque sabe que Yo Soy, lo respeta, reconoce su dignidad sagrada; y, si se equivoca, lo ayuda, para que refleje en él al mundo que Yo Soy.
Yo soy Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, Víctima y Ofrenda, Cordero de Dios, Mesías, Salvador de los hombres, Libertador del mundo, Hijo único de Dios, que he sido enviado para padecer y morir, para justificar a los hombres, destruyendo el pecado, para ser levantado de la tierra, y el mundo en mí crea.
Tú eres sacerdote para siempre. Tú has sido enviado para darme a conocer, para conquistar el querer de los hombres, y quieran creer. Nadie va al Padre si no es por el Hijo. Y nadie va al Hijo si no es atraído por el Padre hacia Él. Ustedes, sacerdotes, son instrumentos de gracia, para atraer a los hombres al Hijo, para que crean y vayan al Padre por Él, con Él y en Él.
Todo lo que tienen que hacer es ¡creer que Yo Soy! Y yo, con la ayuda de mis sacerdotes, los llevaré al Paraíso. Pero primero, los sacerdotes deben creer.
Tú, amigo mío, sacerdote de mi amor, cree que eres en mí, como yo soy en mi Padre. Somos uno. Y he venido primero por ti.
Predica mi Palabra, haz mis obras, pórtate bien, cumple mi ley, realiza tu ministerio con amor, da buen ejemplo, para que el pueblo de Dios crea en ti cuando vea que nada haces por tu cuenta, sino que en todo obedeces a aquel que te envió.
Entonces creerán en mí, porque conocerán que, en ti, Yo Soy.
«Entre las afirmaciones de Cristo relativas a este tema, resulta especialmente significativa la expresión: “YO SOY”. El contexto en el que viene pronunciada indica que Jesús recuerda aquí la respuesta dada por Dios mismo a Moisés, cuando le dirige la pregunta sobre su Nombre: “Yo soy el que soy… Así responderás a los hijos de Israel: Yo soy me manda a vosotros” (Ex 3, 14).
Ahora bien, Cristo se sirve de la misma expresión “Yo soy” en contextos muy significativos. Aquel del que se ha hablado, concerniente a Abraham: “Antes que Abraham naciese, YO SOY”; pero no solo ese. Así, por ejemplo: “Si no creyereis que YO SOY, moriréis en vuestros pecados” (Jn 8, 24), y también: “Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, entonces conoceréis que YO SOY” (Jn 8, 28), y asimismo: “Desde ahora os lo digo, antes de que suceda, para que, cuando suceda, creáis que YO SOY” (Jn 13, 19).
Este “Yo soy” se halla también en otros lugares de los Evangelios sinópticos (por ejemplo, Mt 28, 20; Lc 24, 39); pero en las afirmaciones que hemos citado el uso del Nombre de Dios, propio del Libro del Éxodo, aparece particularmente límpido y firme.
Cristo habla de su “elevación” pascual mediante la cruz y la sucesiva resurrección: “Entonces conoceréis que YO SOY”. Lo que quiere decir: entonces se manifestará claramente que yo soy aquel al que compete el Nombre de Dios. Por ello, con dicha expresión Jesús indica que es el verdadero Dios.
Y aún antes de su pasión Él ruega al Padre así: “Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío” (Jn 17, 10), que es otra manera de afirmar: “Yo y el Padre somos una sola cosa” (Jn 10, 30).
Ante Cristo, Verbo de Dios encarnado, unámonos también nosotros a Pedro y repitamos con la misma elevación de fe: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt16, 16)»
(San Juan Pablo II, Catequesis, Audiencia general, 26.VIII.87).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 142)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES