EL MEJOR PERFUME
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«María tomó entonces una libra de perfume de nardo auténtico, muy costoso, le ungió a Jesús los pies con él y se los enjugó con su cabellera, y la casa se llenó con la fragancia del perfume» (Jn 12, 3).
Hijo mío, sacerdote: ¿acaso hay algo que el hombre posea, de tan grande valor, que el Hijo de Dios no sea digno de recibir como ofrenda?
¿Acaso no es el Señor creador y dueño de todas las cosas?
¿Acaso tú vales tanto, que el Señor no sea digno de ti?
Entonces, ¿por qué no le das todo?
¿Por qué no te entregas completamente?
¿Por qué aún guardas algo para ti?
Tú eres como ese perfume de nardo con el que María de Betania ungió los pies de Jesús, y que su aroma se extendió por toda la casa.
Eres muy valioso, porque eres un elegido de Dios. Y a algunos les parece un desperdicio que hayas dejado todo para entregarle tu vida a Dios…
Pero el Señor sabe que eres suyo, que eres su siervo, que le perteneces, porque Él, desde antes que nacieras, ya te conocía, y para Él te consagró.
Para Él vale tu vida más que mil perfumes costosos. Pero te quiere todo. Y, aunque no te obliga, y tú conservas tu libertad, Él espera con paciencia a que te decidas y le entregues tu voluntad.
Cierra tus oídos al mundo, calla esas voces que te gritan, que te encadenan a todo aquello a lo que estás apegado.
Renuncia al mundo, a sus riquezas, a sus placeres, que son obstáculo para que cumplas con tus deberes.
Entrégate con tu Señor en la cruz. Déjate crucificar con Él, para que mueras al mundo con Él, y resucites renovado, como un hombre nuevo, enamorado de Dios y de sus creaturas. Para que desees, con todo tu corazón, que sean salvados, y reciban tu ayuda.
No veas tu ministerio con desprecio, como si no valiera la pena. Tú eres un hombre sagrado, con una misión única, que el mismo Dios te ha encomendado: guiar, enseñar y santificar a tu rebaño.
Entrégale al Señor el perfume de tus mejores años, de tu juventud, de tu madurez.
No regatees el precio de tu salvación, uno es: el cumplimiento de tus promesas, que hiciste el día de tu Ordenación. Entre ellas, entregarle tu vida entera a Dios. Poner a su disposición tu voluntad, para que Él haga contigo lo que quiera.
Yo te aseguro, hijo mío, que has hecho un buen trato. Tu premio será grande en el Reino de los cielos. La vida eterna vale más que el valor de tu entrega.
Con Cristo siempre sales ganando. Dar la vida por Él vale la pena.
Y aquellos que no lo comprendan, y te reprochen, aún no han conocido la verdad. Si piensan que el don del sacerdocio es un sacrificio, es porque ellos no tienen alma sacerdotal.
Reconoce, hijo mío, que es un gozo y un honor ¡al mismo Cristo representar!, obrar en su persona, en configuración con la verdad.
El Señor te ha elegido para compartir su gloria contigo. Para eso, que dejes todo, tomes tu cruz, y lo sigas, te ha pedido.
Pero si tú crees de verdad, sabrás que la cruz es tan sólo el medio temporal para alcanzar la eterna gloria en la patria celestial.
Cuéntale al mundo la verdad. Manifiesta tu alegría de haber sido ungido por las manos del mismo Cristo, y haber recibido su poder, su cruz y su gloria, en el sacramento del Orden Sacerdotal.
Reconoce tu dignidad. Siéntete honrado. Pero ten humildad, y reconoce también que nada has merecido y, aun así, el mismo Cristo te ha ungido con el perfume invaluable de su preciosa sangre, para perdonar tus pecados, para llevarte de la oscuridad a la luz, para redimirte, para salvarte, y abrirte las puertas del Paraíso.
Tú lo amas porque Él te ha amado primero.
Tú vales porque Él te ha dado su valor, transformándote en Él por su misericordia.
Alégrate, hijo mío. Agradece, y entrégale eso que te falta, para que tu entrega sea total, y alcances, en Él, la santidad.
«El gesto de María es la expresión de fe y de amor grandes por el Señor: para ella no es suficiente lavar los pies del Maestro con agua, sino que los unge con una gran cantidad de perfume precioso.
María ofrece a Jesús cuanto tiene de mayor valor y lo hace con un gesto de profunda devoción. El amor no calcula, no mide, no repara en gastos, no pone barreras, sino que sabe donar con alegría, busca sólo el bien del otro, vence la mezquindad, la cicatería, los resentimientos, la cerrazón que el hombre lleva a veces en su corazón.
María se pone a los pies de Jesús en humilde actitud de servicio, como hará el propio Maestro en la última Cena: la regla de la comunidad de Jesús es la del amor que sabe servir hasta el don de la vida. Y el perfume se difunde.
El significado del gesto de María, que es respuesta al amor infinito de Dios, se expande entre todos los convidados; todo gesto de caridad y de devoción auténtica a Cristo no se limita a un hecho personal, no se refiere sólo a la relación entre el individuo y el Señor, sino a todo el cuerpo de la Iglesia; es contagioso: infunde amor, alegría y luz»
(Benedicto XVI, Homilía, 29.III.10)
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 146)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES