LA ALEGRÍA DE LA CRUZ
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por él» (Jn 3, 17)
Hijo mío: la alegría de la cruz es la alegría de Dios Padre recibiendo a sus hijos, como un padre recibe en sus brazos al hijo que acaba de nacer.
La alegría de la cruz es la complacencia del Padre en el Hijo que le ha mostrado su fidelidad y obediencia.
La alegría de la cruz es la creación de Dios, renovada por el triunfo de Cristo sobre el mundo; es la destrucción del mal; es la derrota del enemigo; es el brillo de la luz en medio de las tinieblas; es la victoria de la vida sobre la muerte.
La alegría de la cruz es el gozo de la humanidad entera, porque tanto amó Dios al mundo que les entregó a su único Hijo, para que todo el que crea en Él se salve y tenga vida eterna.
La alegría de la cruz es el amor de Cristo por sus amigos hasta el extremo.
La alegría de la cruz se manifiesta en los siete sacramentos, que es la misericordia de Dios derramada por la sangre del Hijo, para el mundo entero.
La alegría de la cruz es la misión cumplida de Cristo, compartida con su Madre, la Virgen María.
La alegría de la cruz pueden sentirla cada día al recibir la Sagrada Eucaristía.
¡Cuánta alegría hay en el corazón de un sacerdote configurado con la Vida, y que se desborda en cada celebración de la Santa Misa, en la que en el único y eterno sacrificio del Hijo de Dios participa!
El sacerdote debe llevar, y a su rebaño enseñar, a llevar su cruz de cada día con alegría.
La salvación del pueblo de Dios es lo que la cruz significa. Signo de amor, de libertad, de misericordia y de justicia. Cristo ha sido elevado en medio de los hombres como remedio de todo mal.
Contemplar la cruz con devoción produce dulces frutos del corazón, que deben expresarse en agradecimiento al Creador que, viendo a los hombres condenados por sus pecados, tuvo compasión y les envió su divina misericordia, hecho hombre, para asegurarles la salvación.
¡Gloria a Dios!
«¡Qué dicha tener la Cruz! Quien posee la Cruz posee un tesoro” (S. Andrés de Creta). (...) Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único para salvar a los hombres (cf. Jn 3,16).
El Hijo de Dios se hizo vulnerable, tomando la condición de siervo, obediente hasta la muerte y una muerte de cruz (cf. Fil 2,8). Por su Cruz hemos sido salvados. El instrumento de suplicio que mostró el Viernes Santo, el juicio de Dios sobre el mundo se ha transformado en fuente de vida, de perdón, de misericordia, signo de reconciliación y de paz.
“Para ser curados del pecado, miremos a Cristo crucificado”, decía san Agustín. Al levantar los ojos hacia el Crucificado, adoramos a Aquel que vino para quitar el pecado del mundo y darnos la vida eterna.
La Iglesia nos invita a levantar con orgullo la Cruz gloriosa para que el mundo vea hasta dónde ha llegado el amor del Crucificado por los hombres, por nosotros los hombres.
Nos invita a dar gracias a Dios porque de un árbol portador de muerte, ha surgido de nuevo la vida. Sobre este árbol, Jesús nos revela su majestad soberana, nos revela que Él es el exaltado en la gloria.
Sí, “venid a adorarlo”. En medio de nosotros se encuentra Quien nos ha amado hasta dar su vida por nosotros, Quien invita a todo ser humano a acercarse a Él con confianza»
(Benedicto XVI, Homilía en Lourdes, 14.IX.08)
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 21)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES