TRABAJO SAGRADO
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«No trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna y que les dará el Hijo del hombre; porque a éste, el Padre Dios lo ha marcado con su sello» (Jn 6, 27).
Hijos míos, sacerdotes: ustedes han sido llamados y han sido elegidos para hacer la obra de Dios, que es que todos crean en aquel que Él envió.
El trabajo sacerdotal es intenso, interminable, abundante, por mucho muy importante. Es un trabajo sagrado, porque tratan con lo sagrado, para darle gloria a Dios.
Ustedes son hombres ungidos, y consagrados a Dios para servirlo, no para trabajar por el alimento que se acaba, sino para trabajar por el alimento para la vida eterna. Ustedes han sido ordenados para la Sagrada Eucaristía.
Denle al pueblo de comer. Denle de beber el Cuerpo y la Sangre de Cristo, verdadera comida y verdadera bebida de salvación.
Reúnan las ofrendas del pueblo con las de ustedes, y preséntenlas en el altar cada día, para que sean santificadas, y por el poder de Cristo que ustedes han recibido, en su Cuerpo y en su Sangre transformadas.
No se preocupen de qué han de comer o con qué han de vestir. Todo se les dará por añadidura si ustedes buscan primero el Reino de Dios y su justicia.
Busquen a Cristo, encuentren a Cristo, amen a Cristo.
Crean en Cristo, presente verdaderamente cuando elevan el pan vivo bajado del cielo. Es Él, mírenlo y déjense mirar por Él.
Crean que ya no es pan y ya no es vino.
Crean en la Sagrada Eucaristía, porque ustedes son ministros sagrados de Cristo.
Y, si ustedes viven, viven por Él. Por tanto, Él vive también. El que ha muerto en la cruz ha resucitado, y frente a cada uno de ustedes, de manera extraordinaria, se ha presentado. Sólo un ciego no lo puede ver.
Ustedes tienen ojos y tienen fe. Su misión es hacer que todos los hombres crean en Él. Crean ustedes primero, para que den testimonio veraz del Hijo de Dios, que cada día está con ustedes en la Eucaristía.
No es un recuerdo de Él, no es un pedacito de cielo, no es un signo de que los mira desde el cielo. Es real y substancial su presencia viva, alimento que los santifica.
Que todo lo que hagan, hijos míos, tenga como fin cumplir con su misión, que es hacer la voluntad de Dios, que es que todos los hombres crean, para que se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad, que es Cristo resucitado y vivo, el que descansa en la patena en forma de pan, esperando ser comido, adorado, amado, venerado, elevado, para atraer a todos los hombres a Él.
Ese es, sacerdotes míos, sacerdotes de Cristo, su trabajo.
Santifíquenlo.
«El sacerdote está llamado a celebrar el Santo Sacrificio eucarístico, a meditar constantemente sobre lo que este significa y a transformar su vida en una Eucaristía, lo cual se manifiesta en el amor al sacrificio diario, sobre todo en el cumplimiento de sus deberes de estado. El amor a la cruz lleva al sacerdote a convertirse en un sacrifico agradable al Padre por medio de Cristo (cfr. Rom 12, 1).
Es necesario recordar el valor incalculable que tiene para el sacerdote la celebración diaria de la Santa Misa —“fuente y cumbre”[1] de la vida sacerdotal—, aun cuando no estuviera presente ningún fiel[2]. Esta recomendación está en consonancia ante todo con el valor objetivamente infinito de cada celebración eucarística; y, además, está motivada por su singular eficacia espiritual, porque si la santa Misa se vive con atención y con fe, es formativa en el sentido más profundo de la palabra, pues promueve la configuración con Cristo y consolida al sacerdote en su vocación»[3].
Él la vivirá como el momento central de cada día y del ministerio cotidiano, como fruto de un deseo sincero y como ocasión de un encuentro profundo y eficaz con Cristo. En la Eucaristía, el sacerdote aprende a darse cada día, no sólo en los momentos de gran dificultad, sino también en las pequeñas contrariedades cotidianas. Este aprendizaje se refleja en el amor por prepararse a la celebración del Santo Sacrificio, para vivirlo con piedad, sin prisas, respetando las normas litúrgicas y las rúbricas, a fin de que los fieles perciban en este modo una auténtica catequesis[4]»
(Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los sacerdotes, n. 67).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 153)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES