VIVIR EL EVANGELIO
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«El que me ama, cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada. El que no me ama no cumplirá mis palabras. Y la palabra que están oyendo no es mía, sino del Padre, que me envió» (Jn 14, 23-24).
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Amigo mío: Yo te he enviado para que des fruto, y ese fruto permanezca. Permanece tú en mi amor, para que tus frutos sean de amor.
Yo sé que tú me amas. Muéstrame ese amor cumpliendo mis mandamientos, viviendo del mismo modo que viví yo. Te aseguro que es posible, porque tú no tienes un Sumo y Eterno Sacerdote que no te comprenda.
Yo soy en todo igual a ti, pero yo no cometí pecado alguno. Esa es la única diferencia. Y te digo que sí se puede, amigo mío, obedecer en todo a Dios, cumplir sus mandamientos, cumplir su Palabra.
Tú tienes mi gracia, y eso te basta.
Tú escuchas y comprendes mi Palabra. Solo necesitas fortalecer tu voluntad.
Con un poco de ayuno y sacrificio conseguirás dominar tus pasiones y fortalecer tu voluntad, para que hagas lo que yo te mando.
Contra la humildad y la obediencia nada puede el diablo.
Yo soy tu Maestro y tú eres mi discípulo. Te he enseñado bien. Tú sabes lo que debes hacer, y lo que no debes hacer.
No justifiques tu falta de virtud, tu falta de obediencia, tu falta de voluntad, ni tu indiferencia, con la debilidad de tu humanidad. Porque yo también la padecí. Y al mundo vencí.
Tú dices que me amas, y yo te creo. Pero que me lo demuestres requiero, para presentarte purificado y santificado ante mi Padre.
Esfuérzate por imitarme. Tú tienes el poder de hacer mis obras, y aun mayores. Yo te lo di.
Vive el Evangelio. Es mi Palabra viva. Yo soy. Ahí está mi sabiduría. Escucha mi voz en cada una de las palabras reveladas en las Escrituras: ¡Yo Soy!
Yo no vine al mundo a cambiar la ley de mi Padre Dios. Yo vine a darle plenitud en el amor. A eso te invito yo. Ama, amigo mío, con perfecto amor.
Yo sé que tú quieres amarme y cumplir mi Palabra.
Yo sé lo difícil que es para ti renunciar a todo para tomar la cruz que yo te di. Pero aquí estoy para ayudarte. Aquí estoy para salvarte.
Recibe al Espíritu Santo, que mi Padre te envía en mi nombre, para enseñarte y recordarte todas las cosas. Yo te amo, y deseo con todo mi corazón que seas santo. Para que vivas eternamente conmigo en mi Paraíso.
Pero se requiere tu fe, tu obediencia, tu fidelidad, tu esperanza, tu humildad, tu caridad y tu renuncia a todo aquello que te impide aceptar, amar y cumplir mi voluntad.
Yo te animo a tomarte de la mano de mi Madre. Acepta su compañía. Ella está a tu lado para auxiliarte. Entrégate en sus brazos, como un niño pequeño en los brazos de su madre, y ella te cubrirá de sus besos y su ternura; te alejará de toda tentación y todo mal; te llevará a mis brazos, y mi Padre te amará, y su morada en ti pondrá.
Solo tienes que escucharme y hacer lo que yo te digo. Mi Palabra está viva. ¡Yo Soy!, amigo mío.
Aplica mis enseñanzas a tu vida. Haz lo mismo que hice yo.
Aprende de mí, para que sepas actuar con sabiduría en todas las circunstancias de tu vida.
Si escuchas mi Palabra y haces lo que yo te mando, el mundo sabrá que me amas como yo te amo.
Loco estoy de amor por ti. Tú eres el amor de mi corazón.
Sacerdote mío: yo te bendigo.
«Al abrir el Santo Evangelio, piensa que lo que allí se narra —obras y dichos de Cristo— no sólo has de saberlo, sino que has de vivirlo. Todo, cada punto relatado, se ha recogido, detalle a detalle, para que lo encarnes en las circunstancias concretas de tu existencia.
El Señor nos ha llamado a los católicos para que le sigamos de cerca y, en ese Texto Santo, encuentras la Vida de Jesús; pero, además, debes encontrar tu propia vida.
Aprenderás a preguntar tú también, como el Apóstol, lleno de amor: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?...” —¡La Voluntad de Dios!, oyes en tu alma de modo terminante.
Pues, toma el Evangelio a diario, y léelo y vívelo como norma concreta. —Así han procedido los santos»
«¿Quieres acompañar de cerca, muy de cerca, a Jesús?... Abre el Santo Evangelio y lee la Pasión del Señor. Pero leer sólo, no: vivir. La diferencia es grande. Leer es recordar una cosa que pasó; vivir es hallarse presente en un acontecimiento que está sucediendo ahora mismo, ser uno más en aquellas escenas.
Entonces, deja que tu corazón se expansione, que se ponga junto al Señor. Y cuando notes que se escapa —que eres cobarde, como los otros—, pide perdón por tus cobardías y las mías»
(San Josemaría Escrivá, Forja 754 y Via Crucis, IX Estación, 3).
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 160)
PASTORES: REFLEXIONES PARA SACERDOTES