AMAR A JESÚS
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Pedro se entristeció de que Jesús le hubiera preguntado por tercera vez si lo quería, y le contestó: “Señor, tú lo sabes todo; tú bien sabes que te quiero”. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas» (Jn 21, 17).
Amigo mío: ¿me amas?
Me gusta que me lo digas.
Pero me gusta más que me lo demuestres.
Dime que me amas con palabras que salen de tu boca, pero provienen de tu corazón.
Dime que me amas haciendo mis obras, y aún mayores, como te enseñé yo.
Dime que me amas cumpliendo bien con tu misión, practicando tu ministerio con caridad, con eficacia.
Dime que me amas administrando a mi pueblo los sacramentos, manifestándoles mi amor a través de mi misericordia derramada en la cruz.
Dime que me amas cumpliendo mi mandamiento, amando a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo.
Dime que me amas predicando mi Palabra a todos los pueblos.
Dime que me amas celebrando la Santa Misa con devoción, elevándome en el altar, como si sólo estuviéramos tú y yo. Y dime: “te amo”. Y recibe mi amor.
Dime que me amas haciendo oración, escuchando mi Palabra, meditando el Evangelio, que es como una espada de dos filos que atraviesa tu corazón.
Dime que me amas acompañando a mi Madre, rezando el Santo Rosario, venerando a los santos, cantando alabanzas con los ángeles, viviendo con ilusión y con amor tu vocación, disfrutando cada día el rezo del Breviario, meditando cada palabra en tu corazón.
Dime que me amas acudiendo con frecuencia al sacramento de la Reconciliación, haciendo penitencia, arrepentido por haber lastimado mi Sagrado Corazón.
Dime que me amas reparándolo, adorando la Sagrada Eucaristía. Cree que yo soy, habla conmigo como un verdadero amigo.
Dime que me amas seguro de que te escucho yo.
Dime que me amas invocando la presencia del Espíritu Santo, pidiendo sus luces, sus dones, sus gracias, para que puedas servirme como merezco yo.
Dime que me amas apacentando y pastoreando a tu rebaño, llevando la paz a donde quiera que vas, reuniendo a todo mi pueblo en un solo rebaño y con un solo pastor.
Dime que me amas amando a la Santa Iglesia como verdadera esposa, y háblale a ella de amor. Que tus palabras sean las mías, y te enamores de ella tanto como yo.
Dime que me amas, abrazando tu cruz con alegría, dispuesto a dar por mí la vida, como por ti la di yo.
Dime que me amas, alimentando tu vida espiritual, viviendo de manera sobrenatural, haciendo el bien, glorificando a Dios.
Dime que me amas convirtiendo cada día tu corazón, buscando la santidad, permaneciendo en mí, como en ti permanezco yo.
Dime que me amas anhelando mi Paraíso, y te lo daré yo.
Amigo mío: yo soy el Amor, y tú sabes que te amo.
«Aquí descubro a todos los buenos pastores en uno solo. Pues no faltan los buenos pastores, pero se hallan en uno solo. Los que están divididos son muchos. Aquí se anuncia uno solo, porque se encarece la unidad. En verdad, si aquí no se habla de pastores sino de un solo pastor, no se debe a que el Señor no haya encontrado a quien confiar sus ovejas. Entonces las confió porque encontró a Pedro; más aún, hasta en el mismo Pedro se encareció la unidad. Eran muchos los apóstoles y sólo a uno se dice: Apacienta mis ovejas (Jn 21, 17).
¡Lejos de mí decir que faltan ahora buenos pastores; lejos de mí pensar que lleguen a faltar; lejos de su misericordia el que no los engendre y constituya como tales! En efecto, si hay buenas ovejas, hay también buenos pastores, pues de las buenas ovejas salen buenos pastores. Pero todos los buenos pastores están en uno, forman una unidad. Apacientan ellos: es Cristo quien apacienta. Los amigos del esposo no profieren su voz propia, sino que gozan de la voz del esposo (Cf Jn 3, 29). Por lo tanto, es él mismo quien apacienta cuando ellos apacientan. Dice: «Soy yo quien apaciento», pues en ellos se halla la voz de él, en ellos su caridad.
Quería que el mismo Pedro a quien confiaba sus ovejas, como si fuera su otro yo, formase unidad consigo, para de este modo confiarle las ovejas. Porque así Cristo sería la cabeza y Pedro representaría al cuerpo, es decir, a la Iglesia, y como esposo y esposa serían dos en una sola carne (Cf Mt 19, 5; Gn 2, 24). Por lo tanto, al confiarle las ovejas, ¿qué le pregunta antes como para no confiárselas a otro distinto de sí? Pedro, ¿me amas? Y respondió: Te amo. De nuevo: ¿Me amas? Y respondió: Te amo. Y por tercera vez: ¿Me amas? Y respondió: Te amo (Jn 21, 15-17)»
(San Agustín, Sermón: La caridad consolida la unidad)
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 168)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES