22/09/2024

Jn 19, 25-34

MADRE DE LA IGLESIA

Reflexión para sacerdotes 

desde el Corazón de María

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís 

 

«Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, Jesús dijo a su madre: “Mujer, ahí está tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Ahí está tu madre”. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa» (Jn19, 26-27).

 

Hijo mío, sacerdote: yo soy Santa María Virgen, Madre de la Iglesia, Madre de Cristo, tu Señor y mi Señor. 

El Hijo de Dios, el Verbo hecho carne, que fue engendrado en mi vientre inmaculado por obra del Espíritu Santo, para que habitara entre los hombres, para hacerse camino para que los hombres pudieran llegar a Dios, camino de cruz, de muerte y de resurrección.

Él vino a reunir a sus ovejas en un solo rebaño y con un solo pastor. Y en su infinita sabiduría y misericordia, fundó la Iglesia, y estableció a la Iglesia como su cuerpo místico, del cual Él –y tú, configurado con Él–, es cabeza. 

Y te dio su poder, para que obres en su nombre.

Y te dio su heredad, la salvación que Él, entregando su vida, vino a ganar.

Y te dio facultad para ganar para Él el tesoro de la humanidad que, con su sangre, su rescate vino a pagar; pero que no se quiso llevar, sino que Él en su bondad, amándolo hasta el extremo, les concedió la libertad para aceptar o rechazar el Paraíso, en el que a cada uno tiene un lugar preparado ya.

El Señor te dio a su Madre para acompañarte, para buscar y encontrar; y convencer, y conquistar los corazones de los hombres, que se dignan aceptar la herencia del Padre, entregándole a cambio su voluntad, siguiendo con docilidad las mociones e inspiraciones del Espíritu Santo, para que aprendan a caminar por el único camino que lleva al cielo, y que es Cristo.

Tú, hijo muy amado de mi corazón, eres camino que lleva a Cristo. Tu misión es reunir a todos los hombres, como el Buen Pastor reúne a sus ovejas en su rebaño, en Una, Santa, Católica y Apostólica Iglesia.

Yo soy Madre de todos los hombres desde aquel día en que el Señor, dando su vida en la cruz por ti, y por ellos, me los entregó, diciendo: “He ahí a tu hijo”, y en la persona de Juan acogí a toda la Iglesia.

Tú eres Juan, ese discípulo amado que ha estado al pie de la cruz de su Señor y no lo ha abandonado; que se entrega en esa cruz cada día abriendo los brazos para acoger y salvar a toda la humanidad con las gracias derramadas en la santa Misa, muriendo al mundo, derramando las gracias de Dios, administrando su misericordia, perdonando los pecados de los hombres en el confesionario.

Yo a ti te digo, hijo mío, déjame acompañarte, llévame a tu casa a vivir contigo, recibe mi auxilio en tu labor ministerial. Yo deseo a tu lado estar para ayudarte a conquistar los corazones de mis hijos, los que están perdidos y yo quiero encontrar. 

Que el Espíritu Santo, que está conmigo, esté contigo, para fortalecerte con sus dones, sus frutos y sus carismas, mientras yo te sostengo en tu cruz, la misma cruz de Jesús. 

Y una vez renovado, lleves al mundo la vida del resucitado, la alegría de haber sido elegido para ser con Él el mismo Cristo que habita entre los hombres, y que, en medio de la tribulación, de la dificultad, de la persecución, del arduo trabajo, de las acechanzas del diablo, de la extensa mies escasa de obreros, tengas valor y no tengas miedo, porque Cristo, el Señor, ha vencido al mundo, y tú con Él vencerás también.

Yo soy Madre de la Iglesia, yo piso la cabeza de la serpiente. El mal no prevalecerá sobre ella. 

Confía en mí.

Recibe las gracias que el Espíritu Santo ha puesto en mis manos para ti. Yo soy medianera de todas las gracias.

Yo estoy a la derecha del Rey. Por tanto, estoy siempre contigo. Yo te ayudo a que tu configuración sea plena con Él.

¡Viva Cristo Rey! Y tú, hijo mío, con Él.

 

«Los Padres de la Iglesia lo entendieron muy bien, igual que entendieron que la maternidad de María no acaba en Ella: va más allá. Siempre los Padre dicen que María es Madre, que la Iglesia es madre y que tu alma es madre. Pues en esa actitud que viene de María, Madre de la Iglesia, podemos comprender la dimensión femenina de la Iglesia que, cuando falta, pierde su verdadera identidad y acaba en una especie de asociación de beneficencia o en un equipo de fútbol, o en lo que sea, pero ya no es la Iglesia. Existe lo femenino en la Iglesia, pues es maternal. La Iglesia es femenina, porque es ‘iglesia’, ‘esposa’ y es ‘madre’, da a luz. Esposa y madre. Pero los Padres van más allá y dicen: “También tu alma es esposa de Cristo y madre”.

La Iglesia es “mujer”, y cuando pensamos en el papel de la mujer en la Iglesia debemos remontarnos a esa fuente: María, madre. Y la Iglesia es “mujer” porque es madre, porque es capaz de “parir hijos”: su alma es femenina porque es madre, es capaz de dar a luz actitudes de fecundidad. La maternidad de María es una cosa grande. Dios quiso nacer de mujer para enseñarnos ese camino. Es más, Dios se enamoró de su pueblo como un esposo de su esposa: lo dice el Antiguo Testamento, y es un gran misterio. Podemos pensar que, si la Iglesia es madre, las mujeres deben tener funciones en la Iglesia: sí, es verdad, hay tantas funciones que ya hacen. Gracias a Dios, son muchas las tareas que las mujeres tienen en la Iglesia.

Qué curioso es el lenguaje de María en los Evangelios: cuando habla al Hijo es para decirle cosas que necesitan los demás; y cuando les habla a los demás, es para decirles: “haced lo que Él os diga”»

(Francisco, Homilía del 21 de mayo de 2018, Fiesta de Santa María Virgen, Madre de la Iglesia).

 

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

(Pastores, n. 170)

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

 

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