Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Jesús, por su parte, mientras enseñaba en el templo, exclamó: “Conque me conocen a mí y saben de dónde vengo... Pues bien, yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; y a él ustedes no lo conocen» (Jn7, 28)
Amigo mío: así como mi Padre me envió, así te envío yo.
Yo no vine a este mundo por mi cuenta. Vine para hacerme hombre, como todos, por obediencia, porque tanto los amó mi Padre, que no dudó en desprenderse de sí mismo, para salvarlos.
El Padre y yo somos uno.
Tú piensas que me conoces, que sabes todo de mí. Porque, para ser uno conmigo, te elegí, te configuré con mi humanidad y mi divinidad, para que, cumpliendo tu misión, que es de la mía continuación, recibas la misma gloria que recibí yo cuando subí al cielo a sentarme a la derecha de mi Padre. La misma gloria que tenía antes de que el mundo existiera.
Y tienes razón en pensar que me conoces, porque de eso se trata la configuración. Pero yo te pregunto: ¿estás seguro de conocer la verdad en plenitud?
Tú sabes de dónde vengo. Aceptas mi condición divina y humana. No comprendes los misterios de Dios, pero luchas por creerlos.
Si tú me conocieras realmente, no te atreverías a ofenderme. Sufrirías amargamente por cada pecado, incluso venial.
Tienes toda la vida por delante para conocerme cada vez más. Yo no me voy, aquí estoy. Pero es preciso que te conozcas a ti mismo en tu condición sacerdotal. Que reconozcas quién eres. Que vivas con esa dignidad. Que aceptes que no andas por tu cuenta, estás sujeto a alguien más. Eres mío. Yo te creé. Desde antes de nacer te conocí, y a mí te consagré. Me perteneces, porque, aunque la libertad te dio mi Padre, como a toda la humanidad, yo te llamé, y tú dijiste sí. Te dije “ven”, y me seguiste.
Me entregaste tu libertad. Juraste servirme toda tu vida, y es por eso que, en congruencia con tu entrega y tus promesas, debes hacer mi voluntad, y no la tuya. Debes ir a donde yo te envío, y hacer todo lo que te pido.
Ningún ministerio es igual a otro. Cada uno de mis amigos es único, irrepetible, aunque esté configurado conmigo.
Tú tienes dones particulares que yo te di. Descubre todo lo que puedes hacer con ellos, para multiplicarlos y rendirme buenas cuentas.
No mires hacia fuera. Mira dentro de ti: llevas un tesoro en vasija de barro. Deja que el mundo quiebre, si quiere, el barro; pero conserva el tesoro para ti. Si eres perseguido, y despreciado; si eres un incomprendido del mundo; si piensas que no tienes amigos, tan solo a mí, yo te digo que con eso te basta. Y no los tienes, porque eres perseguido por mi causa.
Alégrate, porque se dan cuenta de que andas conmigo, que te pareces a mí. Hablas como yo, piensas como yo, caminas en medio del mundo teniendo mi valor, haciendo mis obras. Ellos no conocen tu corazón, no pueden ver lo que veo yo.
Pero tú, amigo mío, no me has elegido. Soy yo quien te ha elegido a ti, y te he enviado, para que des fruto, y ese fruto permanezca.
No para que seas aceptado.
No para que te aplaudan, y seas en este mundo glorificado.
No para que seas popular.
No para que seas el alma de la fiesta, con quien todos quieren estar.
No para que te rías con los que me ofenden, sino para que los corrijas; para que te conozcan y me conozcan a mí, y a aquel que me envió, y que es veraz, y que también te envió a ti.
Yo estoy contigo. Ten la seguridad de que nada, absolutamente nada, que yo no permita, te pasará. Lo que tengas que sufrir, lo que tengas que aprender, lo que tengas que vivir, las pruebas que debas superar, tendrán como recompensa mi gloria, en la eternidad.
Pero yo te aconsejo de una vez: conóceme. Yo soy la Palabra de Dios. Escucha mi Palabra y vívela, ponla en práctica. Conoce el Evangelio y cree en él. Y, si crees que no te alcanzará la vida para conocerme bien, ahí tienes a mi Madre. Entrégale tu corazón, y ella te conducirá al conocimiento pleno de la verdad, porque ella me conoce desde antes de nacer, y te conoce a ti también. Es tu Madre.
Bajo su manto vas seguro. Nadie podrá echarte la mano encima, porque ella bella es, tierna es, delicada es, dulce es, pero tiene pie firme, y pisa la cabeza del enemigo. Sobre ella el enemigo no tiene ningún poder. Ella es Reina de cielos y tierra.
Acércate, refúgiate en ella. El mismo que a mí me envió la envió a ella, delante de mí, para asegurarse de que yo al mundo conociera, para amarlos tanto como Él, y amándolos hasta el extremo mi vida diera.
Eso debes hacer tú también. El buen pastor conoce a sus ovejas.
Conóceme en cada sacramento. YO SOY.
«Los habitantes de Jerusalén se opusieron con fuerza ante la pretensión mesiánica de Jesús, afirmando que se conoce bien «de dónde viene; mientras que el Mesías, cuando llegue, nadie sabrá de dónde viene» (Jn 7, 27). Jesús mismo hace notar cuán inadecuada es su pretensión de conocer su origen, y con esto ya ofrece una orientación para saber de dónde viene: «No vengo por mi cuenta, sino que el Verdadero es el que me envía; a ese vosotros no lo conocéis» (Jn 7, 28). Cierto, Jesús es originario de Nazaret, nació en Belén, pero ¿qué se sabe de su verdadero origen?
En los cuatro Evangelios emerge con claridad la respuesta a la pregunta «de dónde» viene Jesús: su verdadero origen es el Padre, Dios; Él proviene totalmente de Él, pero de un modo distinto al de todo profeta o enviado por Dios que lo han precedido...
Desde el inicio de los Evangelios [se ve claro], cuál es el verdadero origen de Jesús: Él es el Hijo unigénito del Padre, viene de Dios. … El Hijo de Dios, por obra del Espíritu Santo, se ha encarnado en el seno de la Virgen María.
El ángel dice a María: «La fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra». Es una referencia a la nube santa que, durante el camino del éxodo, se detenía sobre la tienda del encuentro, sobre el arca de la Alianza, que el pueblo de Israel llevaba consigo, y que indicaba la presencia de Dios (cf. Ex 40, 34-38). María, por lo tanto, es la nueva tienda santa, la nueva arca de la alianza: con su «sí» a las palabras del arcángel, Dios recibe una morada en este mundo, Aquel que el universo no puede contener establece su morada en el seno de una virgen».
(Benedicto XVI, Audiencia General, 2 de enero de 2013)
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 214)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES