RENACER EN EL ESPÍRITU SANTO
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Jesús dijo a Nicodemo: “No te extrañes de que te haya dicho: Tienen que renacer de lo alto. El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así pasa con quien ha nacido del Espíritu”» (Jn 3, 7-8)
Hijo mío, sacerdote: era necesario que mi Hijo Jesucristo fuera levantado de la tierra, exaltado en la cruz; que muriera, y al tercer día resucitara de entre los muertos; y en medio del mundo caminara, mostrando a sus discípulos sus llagas, abriendo sus ojos al partir el pan, para que lo reconocieran, y testimonio de Él dieran, para que los incrédulos crean.
Era necesario que al cielo subiera a sentarse a la derecha de su Padre, para que, el mundo que Él salvó, por el que murió y resucitó para darle vida nueva, renaciera de lo alto, cuando el Padre, como lo había prometido al Hijo, enviara al mundo al Espíritu Santo.
Este es el tiempo, hijo mío, del reinado del Espíritu sobre el mundo. El Señor te ha dado su poder para que obres por Él, con Él y en Él, bajo la sombra del Espíritu Santo, Espíritu consolador, Espíritu de amor, Espíritu de alegría, Espíritu de vida, porque quien no ha nacido del Espíritu, no puede tener verdadera vida.
Quien se deja tocar y mover por el Espíritu Santo, cree en la verdad, recibe la gracia para perseverar hasta el final y salvar su alma.
Pero el mundo lo tiene por el gran desconocido. Para muchos pasa inadvertido. Acuden a Él para recibir su don en el Bautismo, reciben innumerables dones y gracias de Él, regalos divinos, y después lo olvidan.
Y muchas veces esos regalos tan preciados se quedan guardados, no los procuran, no los aprovechan, los dejan olvidados, y después se quejan contra Dios, cuando se sienten por Él abandonados.
No se dan cuenta de que tan solo con invocar la presencia del Espíritu de amor, volverían a encender de fuego vivo su corazón. Despertaría en ellos el deseo de Dios, les daría los medios para su conversión, porque está escrito que Dios le da el Espíritu Santo a los que lo aman.
Pero, para amar a Dios, es necesario primero conocerlo y creer en Él, dar testimonio de Él, testimonio de la verdad, que es Cristo, el Hijo de Dios que, revelándose a sí mismo en el mundo, ha revelado a su Padre.
Por eso, el que no cree en el Hijo, no puede creer tampoco en el Padre. Porque todo el que conoce a Cristo, lo ama y cree en Él, y conoce al Padre, lo ama y cree en Él, el Espíritu Santo está con él. Pero el que no cree en Jesucristo está condenado a la muerte, porque el Espíritu Santo no está con él.
Para salvarse las almas necesitan de tu poder, de tu ministerio sacerdotal, de tu guía, de tu consejo, de tu perdón, de la misericordia de Cristo que ha confiado en tus manos, de tu predicación para fortalecer su fe, de tu acompañamiento como pastor y padre.
Pero antes que todo esto, el pueblo necesita ver tu fe y tu buen ejemplo, tu virtud, tu amor por tu sacerdocio, tu devoción eucarística a través de la adoración, para que se sientan atraídos a ti y crean en el testimonio que das de lo que has visto y has oído, y dispongas tu corazón a recibir lo que para ellos tú has recibido.
Qué difícil es para el pueblo de Dios creer en el Cristo que representas cuando en ti ven tan solo a un pecador, a un hombre frágil y débil que se deja llevar por la pasión, que cae en la tentación, que no tiene virtud, que le hace daño.
Y a pesar del sufrimiento que le causan los sacerdotes infieles, la fe en muchos se mantiene firme, aunque en otros se debilita y muere.
Pero en los que la fe sigue ardiendo, porque llevan al Espíritu Santo dentro, el Señor los renovará de lo alto, y lo santificará, para que sean ejemplo, para que den testimonio de la verdad y consigan la conversión de los pastores, sacerdotes santos para el pueblo, no por sus méritos, sino porque el Espíritu, el Paráclito, el dador de paz, el santificador, obrará en ellos.
Reza, hijo mío sacerdote, por el fortalecimiento de la fe del pueblo de Dios, instrumentos de misericordia que a ustedes, indignos siervos, les manda Dios, para que se conviertan, para que crean y se salven.
¡Cuánto sufre mi corazón por los sacerdotes que no creen!
Y, aun así, conservan la configuración con Cristo, porque a través del sacramento del Orden, se convierten en sacerdotes para siempre. Y algunos alejados de la fe arden con sus corazones fríos y vacíos en el fuego del infierno, porque no han querido, porque no han creído.
Y aunque nacieron del Espíritu, por sus malas obras se alejaron, lo rechazaron, y lo expulsaron de su alma cuando contra Él blasfemaron.
El que blasfema contra el Espíritu Santo no tiene perdón de Dios, porque rechaza la vida, desprecia el amor. Y el que no tiene amor, nada tiene. Dios es amor.
¡Renueva tu alma sacerdotal, hijo mío!
¡Confiesa tus pecados, y vuelve a la vida del Espíritu!
¡Vuelve a la alegría de estar resucitado con Cristo, y ejerce con amor tu ministerio sagrado!
Darás alegría infinita a mi Corazón Inmaculado cuando crean en ti, y crean en Cristo y lo sigan, porque serán salvados.
No te fíes de tu condición sacerdotal. Tú también debes luchar, el cielo aún no lo tienes ganado.
Persevera hasta el final. Con la ayuda del Espíritu Santo lo harás.
«Cuando dice Jesús: No te maravilles, da a conocer la turbación de su alma. Y pone un ejemplo que no participa ni de la grosera materialidad de los cuerpos, y que tampoco raya en lo inmaterial de las cosas incorpóreas como sucede con el soplo del viento, diciendo: El espíritu, donde quiere sopla: y oyes su voz, mas no sabes de dónde viene ni a dónde va; así es todo aquél que es nacido del espíritu.
Lo que dice significa: si no hay quien detenga al viento, sino que va adonde quiere, mucho más es el Espíritu, cuya acción no podrán detener las leyes de la naturaleza, ni los términos, ni los límites del nacimiento corporal, ni ninguna otra cosa parecida. Lo que dice aquí respecto del viento lo manifiesta cuando dice: oyes su voz, esto es, el rumor. Pues no diría esto, si fuera que hablaba con un infiel que desconocía la acción del Espíritu. Dice también, Donde quiere sopla, no porque el viento pueda elegir, sino porque obedece a aquel movimiento que tiene por naturaleza, que no puede detenerse y que se ejecuta con poder.
Y no sabes de dónde viene, ni a dónde va, esto es, si no sabes explicar la vida de este elemento que percibes por el sentido del oído y del tacto, ¿cómo querrás escudriñar la operación del divino Espíritu? Por esto añade: Así todo el que es nacido de espíritu, etc.
(San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Juan, n. 23)
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 221)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES