22/09/2024

Jn 3, 31-36

HABLAR DEL CIELO

AL MUNDO

Reflexión para sacerdotes

desde el Corazón de María

P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís

 

«El que viene de lo alto está por encima de todos; pero el que viene de la tierra pertenece a la tierra y habla de las cosas de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. Da testimonio de lo que ha visto y oído, pero nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz. Aquel a quien Dios envió habla las palabras de Dios, porque Dios le ha concedido sin medida su Espíritu» (Jn 3, 31-34)

 

Hijo mío, sacerdote: tú estás configurado con el que viene de lo alto, Jesucristo, el Hijo de Dios. El Padre lo ama y ha puesto todo en sus manos. Por tanto, tienes la seguridad de que te ama y tienes el poder en tus manos, el mismo poder que le ha dado a Él.

Mi Hijo Jesucristo está por sobre todas las cosas. Él es la verdad, su testimonio es veraz. Él habla de las cosas del cielo porque es de donde ha bajado, a donde ha subido, y a donde tú vas.

Entonces, hijo mío, ¿por qué tú hablas de las cosas del mundo? ¿Qué acaso no has comprendido quién eres, de dónde vienes y a dónde vas?

Tú has renacido de lo alto. El Padre, a través del Hijo, te ha dado su espíritu sin medida. Tienes su gracia, y eso te basta. Pero no la sabes aprovechar. 

Si tú no hablas de las cosas del cielo, de las verdades eternas, de los bienes celestiales, ¿quién lo hará? ¿Quién, al pueblo de Dios, hacia Él guiará?

Lo tuyo no es la política, ni las finanzas, ni los chismes y habladurías de la gente. Es verdad que vives en medio del mundo, y debes saber con astucia caminar, sin tropezar, en medio de la vida ordinaria; y debes procurar cubrir las miserias de tu humanidad con lo necesario, cuidando tu integridad física. Pero no descuides tu integridad espiritual, porque tú, hijo mío, no eres del mundo.

Tu testimonio muchos no lo aceptarán. Te perseguirán, te juzgarán, te criticarán. 

Debes darle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. 

Tú eres de Dios. Ten cuidado. No caigas en la tentación de querer hablar y hacer, de querer disfrutar y buscar el placer, como un hombre cualquiera.

Tú tienes una dignidad sacerdotal que debes respetar. Eres un hombre sagrado, elegido desde antes de nacer para servir a Cristo y obrar en el mundo milagros, configurado con Él, para dar testimonio de Él, que viene de lo alto.

Habla, hijo mío, de Cristo, en medio de la política, en medio de las finanzas, en cualquier ambiente; entre los chismes y habladurías de la gente; para que, donde haya pecado, sobreabunde la gracia. 

Sigue el ejemplo de Dios Padre, que tanto ama y confía en su Hijo Jesucristo, que todo lo ha puesto en sus manos.

Entrégale todo, ponte en sus manos, confía en Él.

Ten el valor de renunciar al mundo, para que seas por Él renovado y enviado de lo alto.

El que es del mundo habla de las cosas del mundo.

Tú debes hablar de lo que has visto y has oído.

¡Háblale del cielo al mundo, hijo mío!, para que sepan lo maravilloso que es ser ciudadano del Reino de los cielos, para que acepten el testimonio de Jesús y crean en Él, y los lleve con Él a lo alto, a la vida eterna, a la felicidad plena del Paraíso.

Yo te aseguro, hijo mío, que renunciar al mundo, por Cristo, vale la pena.

Si tú supieras cuánto necesita la gente escuchar las palabras de la boca de un sacerdote, que provengan del corazón de Dios, hablarías, no callarías.

Gritarías todo lo que tú sabes de Él.

Cambiarías al mundo, que está sediento de Dios.

Te creerían. No por el pobre que eres, SINO POR LA DIVINIDAD QUE REPRESENTAS. 

¡Cree en ti, Cristo vivo!

 

«Para llegar a ser un homileta eficaz no es necesario ser un gran orador. Lo esencial es que el homileta ponga la Palabra de Dios en el centro de la propia vida espiritual, conozca bien a su pueblo, reflexione sobre los acontecimientos de su tiempo, busque incesantemente desarrollar esas capacidades que le ayuden a predicar de manera apropiada y, sobre todo que consciente de la propia pobreza espiritual, invoque al Espíritu Santo como artífice principal en hacer dócil el corazón de los fieles a los misterios divinos.

Así lo recuerda el Papa Francisco: Renovemos nuestra confianza en la predicación, que se funda en la convicción de que es Dios quien quiere llegar a los demás a través del predicador y de que Él despliega su poder a través de la palabra humana» (Evangelii Gaudium, n. 136).

(Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Directorio Homilético, n. 3).

 

 

¡Muéstrate Madre, María!

 

 

 

(Pastores, n. 222)

 

 

 

 

PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES

 

 

 

 

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