SEPARADOS
DEL MUNDO
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Jesús dijo a sus discípulos: “Si el mundo los odia, sepan que me ha odiado a mí antes que a ustedes. Si fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya; pero el mundo los odia porque no son del mundo, pues al elegirlos, yo los he separado del mundo” (Jn 15, 18-19).
Amigo mío: tú eres mi elegido.
Yo te saqué del mundo.
Te llamé para que me sigas.
Para que donde esté yo estés tú.
Para que hagas mis obras y aún mayores.
Para que guíes a mi rebaño y lo reúnas conmigo.
Para que acumules tesoros en el cielo.
Para que te sientes a mi mesa y cenes conmigo, y yo contigo.
Para que trabajes mi tierra y des mucho fruto, y ese fruto permanezca.
Para que ores y unas tus sacrificios a mi cruz.
Para que cargues tu cruz de cada día y no me abandones.
Para que seas ejemplo para el mundo y lo conquistes para mí.
Para que seas mi discípulo, mi siervo, mi amigo.
Para que lleves el Evangelio a todos los pueblos.
Para que administres mi misericordia, derramada en la cruz.
Para que bajes el pan vivo del cielo, y te alimentes y alimentes a mi pueblo.
Para que seas sacerdote como yo, porque el discípulo no es más que su maestro. Pero, configurado conmigo, llegarás a ser como yo.
No te elegí para que seas perseguido, pero, si quieres ser como yo, te perseguirán como a mí.
El mundo te odiará, como me ha odiado a mí. Te calumniarán, te difamarán, te menospreciarán, te ignorarán, te tratarán igual que a mí.
Alégrate cuando te sucedan estas cosas, porque quiere decir que te estás pareciendo a mí. Y yo te recompensaré.
Por soportar los errores de los demás, con paciencia y con amor.
Por corresponder a los golpes con virtudes heroicas.
Por darle libertad a todas las gentes, y no someterlas a tu voluntad o a la mía, porque el amor no se impone. Un corazón se conquista, se convence, se convierte.
Contagia mi carisma.
Habla de mí, para que me conozcan.
Compórtate a la altura del hombre sagrado que eres.
Ten caridad.
Ten compasión.
Sé justo y misericordioso.
Muéstrales el camino.
Entonces, los que te odian y te persiguen te amarán, y te seguirán, porque en ti la verdad encontrarán. A mí me verán.
Pero ten cuidado de no ser perseguido por tus malas obras, por tus engaños, por el mal ejemplo que das con tus pecados. Porque los que hablen mal de ti dirán la verdad, y de mí se alejarán, horrorizados, escandalizados, sintiéndose por su pastor abandonados.
Yo te he elegido de entre el mundo, y tú no eres del mundo. No te comportes como si pertenecieras al mundo, porque eres mío.
Yo te elegí desde antes de nacer, y tú fuiste creado para mí.
«La Carta a Diogneto, del siglo II, define a los cristianos como hombres que habitan en sus propias patrias, pero como extranjeros; participan en todo como los ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros. Se trata, sin embargo, de una manera especial de ser extranjero. Algunos pensadores de la época también definían al hombre extranjero en el mundo por naturaleza. Pero la diferencia es enorme: éstos consideraban el mundo como obra del mal y, por ello, no recomendaban el compromiso con él que se expresa en el matrimonio, en el trabajo, en el Estado. En el cristiano no hay nada de todo esto.
Su manera de ser extranjero es escatológica, no ontológica; es decir, el cristiano se siente extranjero por vocación, no por naturaleza; en cuanto que está destinado a otro mundo, y no en cuanto que procede de otro mundo. El sentimiento cristiano de reconocerse extranjero se fundamenta en la resurrección de Cristo: Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba (Col, 3, 1). Por eso, no rechaza la creación ni su bondad fundamental.
En los últimos tiempos, el redescubrimiento del papel y del compromiso de los cristianos en el mundo ha contribuido a atenuar el sentido escatológico, hasta el punto de que ya casi no se habla de los novísimos: muerte, juicio, infierno y paraíso. Pero cuando la espera en el regreso del Señor es genuinamente bíblica, no distrae del compromiso por los hermanos; más bien, lo purifica; enseña a juzgar con sabiduría los bienes de la tierra, orientándonos siempre hacia los bienes del cielo».
(Raniero Cantalamessa OFM, Comentario al Evangelio de san Mateo 25, 1-13)
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 228)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES