SACERDOTES ALEGRES
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de María
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Jesús dijo a sus discípulos: “ahora ustedes están tristes, pero yo los volveré a ver, se alegrará su corazón y nadie podrá quitarles su alegría”» (Jn 16, 22).
Hijo mío sacerdote: tu alegría y mi alegría es Cristo.
Nadie podrá quitarte tu alegría. El Señor está contigo, y estará ―como lo ha prometido―, presente, todos los días de tu vida.
Quien no ha conocido a Cristo no puede tener alegría verdadera. Podría parecer animado y sonriente, pero no alegre como tú, porque quien no ha conocido a Cristo, no ha experimentado la verdadera felicidad.
Y esa es precisamente tu misión, sacerdote de Cristo, hijo predilecto amadísimo de mi corazón, elegido de Dios para ser pastor de su rebaño y extender en el mundo su Reino, predicando la Palabra, para disponer a las almas a recibir al Espíritu Santo.
Dar a conocer a Cristo a todo el mundo es tu misión. Es así como llenas de alegría a cada corazón. Es así como compartes tu alegría por haberlo conocido, por haber dejado todo para seguirlo, y por estar a su servicio.
¡Cuánta alegría hay en tu corazón cuando sientes la satisfacción de haber servido a tu Señor!
¡Cuánta es tu emoción cuando termina la santa Misa y te das cuenta que hiciste bajar del cielo a tu Señor, y que eres uno con Él en perfecta configuración!
Abre tus ojos y tus oídos, descubre la verdad en ti mismo. Tú eres la alegría del corazón de Cristo, eres la alegría de Dios para el mundo.
En un corazón enamorado de Dios la tristeza ha pasado, no hay angustia, no hay oscuridad, se ha disipado. Todo eso no es congruente con tu predicación.
El Señor te ha transformado el corazón. Tú hablas de alegría, de justicia, de paz y de amor. En tus palabras llevas esperanza a todo aquel que te escucha y que desea alcanzar la salvación y el conocimiento pleno de la verdad.
Hijo mío: un sacerdote debe permanecer alegre.
Un sacerdote debe atraer al pueblo de Dios a él, para llevarlo a Cristo, y por Él al Padre.
Pero un sacerdote triste y deprimido, que regaña, que está enojado, que está distraído, que no predica con amor y devoción, no atrae a nadie, no convence, no conquista, no da buen ejemplo.
Más le valdría en su homilía guardar silencio, mirar hacia adentro para ver lo que en él está viendo el pueblo, cambiar su actitud, abrir el corazón, dejarse llenar del Espíritu Santo, y darle al pueblo lo que merece: el fruto de su oración y disposición, que es la alegría que embarga su corazón, porque es el mismo Cristo de pie en el ambón.
Medita todo esto en tu corazón.
Y si un día no sintieras alegría, examina en tu conciencia, busca en tu corazón qué es aquello que te ha alejado de tu Señor, porque el que permanece en Él permanece en el amor, y su alegría es plena.
Acude a mi intercesión y a mi abrazo maternal. Yo te ayudaré a disponerte totalmente en la presencia del Espíritu Santo, para que transforme tu tristeza en alegría, recordándote todas las cosas.
Cristo vive y tú vives con Él.
Cristo está contigo y tú con Él.
¡Cristo es tu alegría! ¡Alégrate!
«El Apóstol nos manda alegrarnos, pero en el Señor, no en el mundo. Pues, como afirma la Escritura: El que quiere ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios. Pues del mismo modo que un hombre no puede servir a dos señores, tampoco puede alegrarse en el mundo y en el Señor.
Que el gozo en el Señor sea el triunfador, mientras se extingue el gozo en el mundo. El gozo en el Señor siempre debe ir creciendo, mientras que el gozo en el mundo ha de ir disminuyendo hasta que se acabe. No afirmamos esto como si no debiéramos alegrarnos mientras estamos en este mundo, sino en el sentido de que debemos alegrarnos en el Señor también cuando estamos en este mundo.
Pero alguno puede decir: «Estoy en el mundo, por tanto, si me alegro, me alegro allí donde estoy.» ¿Pero es que por estar en el mundo no estás en el Señor? Escucha al apóstol Pablo cuando habla a los atenienses, según refieren los Hechos de los apóstoles, y afirma de Dios, Señor y creador nuestro: En él vivimos, nos movemos y existimos. El que está en todas partes, ¿en dónde no está? ¿Acaso no nos exhortaba precisamente a esto? El Señor está cerca; nada os preocupe.
Por tanto, hermanos, estad alegres en el Señor, no en el mundo. Alegraos de tal forma que, sea cual sea la situación en la que os encontréis, tengáis presente que el Señor está cerca; nada os preocupe.
(San Agustín, Sermón: Estad siempre alegres en el Señor)
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 232)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES