CONQUISTADOS
POR JESÚS
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: “Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo también te glorifique, y por el poder que le diste sobre toda la humanidad, dé la vida eterna a cuantos le has confiado”» (Jn 17, 1-2).
Amigo mío: el Padre me ha glorificado con la gloria que tenía antes de que el mundo existiera.
Yo he glorificado a mi Padre cumpliendo la misión a la que Él me envió, para darle al mundo vida eterna.
Tengo el poder porque Él me lo dio. Todo lo que tenía que hacer en el mundo hecho está.
Mi Padre no me pidió más. Pero Él sabía que de la humanidad me enamoraría, y no los querría dejar.
Él sabía que yo me quedaría con ustedes por mi propia voluntad, porque al mundo y sus peligros conocería. La tentación experimentaría, y yo mismo sería testigo de la debilidad y flaqueza de la humanidad, y no me arriesgaría a dejarlos expuestos al demonio y su maldad, porque son míos.
Eran suyos, y Él me los dio. Y yo a lo mío lo cuido y lo protejo. Yo no pierdo lo que es mío. Yo lo conservo para la eternidad.
Yo rogué a mi Padre por ti, y por todos los que del mundo elegí para mí. Porque tenía que irme de este mundo, para mi gloria recibir.
Y mi Padre, que todo me concede, me prometió al Espíritu Santo derramar sobre ustedes, ser sentado a su derecha en el cielo, y darle el poder a mis discípulos para bajarme del cielo.
Y entonces, entre ustedes y en ustedes, estaré en el mundo presente, para cuidarlos, para protegerlos, para guiarlos, para acompañarlos, para hacer mis obras, y glorificarlo a Él en ustedes.
Y estoy aquí, frente a ti. Este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre. Este eres tú en mí y yo en ti. Aliméntate de mí, y serás mío para siempre.
Yo no te dejaré. Yo no te abandonaré. Yo soy el amigo fiel. Yo perdonaré todas tus infidelidades. Te llevaré al desierto y te hablaré de amor. Conquistaré tu corazón. No te resistas a mi amor.
Tú eres sacerdote mío para siempre. Yo te he elegido para servirme, pero no te he llamado siervo, te he llamado amigo.
El nombre de mi Padre te he dado a conocer, y todo lo que Él me ha dicho, para que mi gloria sea la tuya.
Solo una cosa te pido: ven, y trae a tu rebaño contigo.
Eso es lo que a mi Padre tanto le he pedido.
«La glorificación que Jesús pide para sí mismo, en calidad de Sumo Sacerdote, es el ingreso en la plena obediencia al Padre, una obediencia que lo conduce a su más plena condición filial: Y ahora, Padre, glorifícame junto a ti con la gloria que yo tenía junto a ti antes que el mundo existiese (Jn 17, 5). Esta disponibilidad y esta petición constituyen el primer acto del sacerdocio nuevo de Jesús, que consiste en entregarse totalmente en la cruz, y precisamente en la cruz —el acto supremo de amor— él es glorificado, porque el amor es la gloria verdadera, la gloria divina.
El segundo momento de esta oración es la intercesión que Jesús hace por los discípulos que han estado con él. Son aquellos de los cuales Jesús puede decir al Padre: He manifestado tu nombre a los que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra (Jn 17, 6). “Manifestar el nombre de Dios a los hombres” es la realización de una presencia nueva del Padre en medio del pueblo, de la humanidad. Este “manifestar” no es solo una palabra, sino que es una realidad en Jesús; Dios está con nosotros, y así el nombre —su presencia con nosotros, el hecho de ser uno de nosotros— se ha hecho una “realidad”. Por lo tanto, esta manifestación se realiza en la encarnación del Verbo. En Jesús Dios entra en la carne humana, se hace cercano de modo único y nuevo. Y esta presencia alcanza su cumbre en el sacrificio que Jesús realiza en su Pascua de muerte y resurrección».
(Benedicto XVI, Catequesis durante la Audiencia General del 25 de enero de 2012)
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 233)
PASTORES: COLECCIÓN DE REFLEXIONES PARA SACERDOTES