CREER Y CONVERTIRNOS
Reflexión para sacerdotes
desde el Corazón de Jesús
P. Gustavo Eugenio Elizondo Alanís
«Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano; métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”» (Jn 20, 27-29).
Amigo mío: yo he venido al mundo para cumplir la voluntad de mi Padre, que es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad.
Y tú me vas a ayudar. Para eso te llamé. Para eso te elegí. Para eso te ordené sacerdote para siempre.
Pero debes creer en mí. Debes convertir tu corazón. Yo te he dado un corazón como el mío, y tú, habiendo sido encendido en fuego vivo de amor divino, lo has dejado enfriar. Es un corazón tibio, que no es digno de mí.
Te has alejado de mí porque ¡no crees totalmente en el poder que yo te di!
Pero yo te digo como le dije a Tomás: “ven aquí, mete tu dedo en mis llagas, mete tu mano en mi costado”.
Te amo tanto, que me humillo ante ti para disipar tus dudas sobre mí.
¿Quién eres tú para dudar de tu Señor que te creó?
Que por ti la vida en la cruz entregó, para salvarte.
Que te eligió entre muchos para ser apóstol, siervo mío, y ser llamado amigo.
Te diré quién eres.
Eres hijo de Dios. Estás configurado conmigo. Eres Cristo, como yo. Eres uno conmigo.
Pero también eres tan solo un hombre indigno y pecador. Y yo soy tu Dios, compasivo y misericordioso, que me dejo tocar, bajando del cielo a tus manos, con tan solo tu voz escuchar.
Me convierto en alimento de vida, en bebida de salvación, para transformarte en mí.
Cree que estoy aquí, frente a ti. Cuando tocas el pan consagrado tocas mi Corazón, de ti enamorado. Y tocas en su totalidad al Hijo de Dios. En cada partícula y en cada gota Yo Soy.
Cree que he resucitado de entre los muertos, porque con mi muerte tu rescate he pagado.
Eres un tesoro para mí, y no voy a dejarte solo. No voy a abandonarte. Te rescaté para llevarte a mi Padre, para darte vida. Y yo soy la vida. No tendrías vida sin mí.
Pero, si no crees que resucité y vine por ti, vana es tu fe.
Cree en el Evangelio y conviértete, para que seas digno de mí.
Y cada vez que pienses en mí eleva tus ojos al cielo y dime: “Señor mío y Dios mío, creo en ti”.
Entonces yo te daré la fe que te falta.
Yo te aseguro que tu corazón se llenará de alegría cuando verdaderamente creas.
«Más provechosa fue para nuestra fe la incredulidad de Tomás que la fe de los otros discípulos, ya que, al ser él inducido a creer por el hecho de haber palpado, nuestra mente, libre de toda duda, es confirmada en la fe. De este modo, en efecto, aquel discípulo que dudó y que palpó se convirtió en testigo de la realidad de la resurrección.
Lo que él vio fue la humanidad de Jesús, pero confesó su divinidad al decir: ¡Señor mío y Dios mío! Él, pues, creyó, con todo y que vio, ya que, teniendo ante sus ojos a un hombre verdadero, lo proclamó Dios, cosa que escapaba a su mirada.
Y es para nosotros motivo de alegría lo que sigue a continuación: Dichosos los que crean sin haber visto. En esta sentencia el Señor nos designa especialmente a nosotros, que lo guardamos en nuestra mente sin haberlo visto corporalmente. Nos designa a nosotros, con tal de que las obras acompañen nuestra fe, porque el que cree de verdad es el que obra según su fe. Por el contrario, respecto de aquellos que creen sólo de palabra, dice Pablo: Hacen profesión de conocer a Dios, pero con sus acciones lo desmienten. Y Santiago dice: La fe sin obras es un cadáver».
(San Gregorio Magno, Homilías sobre los evangelios n. 26)
¡Muéstrate Madre, María!
(Pastores, n. 237)