VII, n. 22 EL SÍ DE MARÍA – EL SÍ DEL SACERDOTE
EVANGELIO DE LA FIESTA DE LA NATIVIDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
Ella ha concebido por obra del Espíritu Santo.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 1, 18-23
Cristo vino al mundo de la siguiente manera: Estando María, su madre, desposada con José, y antes de que vivieran juntos, sucedió que ella, por obra del Espíritu Santo, estaba esperando un hijo. José, su esposo, que era hombre justo, no queriendo ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto.
Mientras pensaba en estas cosas, un ángel del Señor le dijo en sueños: “José, hijo de David, no dudes en recibir en tu casa a María, tu esposa, porque ella ha concebido por obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del profeta Isaías: He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán el nombre de Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros.
Palabra del Señor.
+++
REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Madre mía, Inmaculada: el santo Evangelio no nos cuenta nada sobre el día de tu nacimiento, pero nos podemos imaginar que, además de celebrarlo tus padres y parientes, y los amigos de la familia, habrá sido una gran fiesta en el cielo, y lo celebraba la Trinidad Santísima, junto con todos los ángeles.
Hoy sí queremos celebrarlo todos, y lo hacemos como se celebra un cumpleaños, recordando los acontecimientos más importantes de tu vida. Los que sí nos cuenta el santo Evangelio. Y te agradecemos por ese fiat, por ese sí a Dios, mantenido fielmente desde el anuncio del ángel, hasta el día de tu asunción gloriosa a los cielos.
Yo te imagino muy joven y bella, y un ángel hermoso frente a ti, anunciándote que Dios te había elegido para ser la madre de su Hijo. Y tú dijiste sí, y hubo una explosión de alegría en el cielo, y la naturaleza entera se conmovió.
Y dijiste sí cuando saludaste a una mujer de edad avanzada que estaba embarazada, mientras el niño que llevaba en el vientre saltaba de gozo. La mujer te bendijo entre todas las mujeres, mientras tú la servías.
Y dijiste sí, y el fruto bendito de tu vientre nació en medio de la pobreza, y fue arrullado en los brazos del hombre que lo cuidaba con el amor de un padre, que lo acogía como a su propio hijo, con la Madre, en el seno del matrimonio espiritual que los unía íntimamente en Cristo en una Santa y Sagrada Familia.
Y dijiste sí, ofreciendo a tu Hijo a Dios en el Templo, mientras te era anunciado que una espada de dolor atravesaría tu alma. Y dijiste sí.
Y dijiste sí, dejándolo todo, para ser perseguida y llevada al desierto, para proteger al Hijo.
Y dijiste sí, y buscaste y encontraste al Hijo que habías perdido, pero que habías encontrado, porque dijiste sí.
Y dijiste sí mientras dos alas como de paloma bajaban del cielo y el Hijo del hombre salía de entre las aguas.
Y dijiste sí mientras el Hijo convertía el agua en vino, y predicaba la Palabra de Dios, expulsando demonios y haciendo milagros, transfigurando su cuerpo y entregándose, amando hasta el extremo, mientras bendecía el pan y el vino.
Y dijiste sí, aceptando la voluntad de Dios, mientras el Hijo de Dios hacía lo mismo sudando gotas de sangre.
Y dijiste sí mientras su cuerpo desnudo era flagelado, asumiendo la culpa del pecado de los hombres, y en ese sí era escupido, burlado, y coronado de espinas, juzgado injustamente, y condenado a muerte.
Y dijiste sí, y compartiste el dolor y el sufrimiento, acompañándolo mientras Él cargaba su cruz.
Y dijiste sí mientras tu Hijo era clavado en la cruz.
Y dijiste sí, entregando la vida con el Hijo de Dios, acogiendo como Madre a través de un hijo, a todos los hijos que Él te dio.
Y dijiste sí mientras Él entregaba su espíritu, y una espada de dolor atravesaba tu alma.
Y dijiste sí a la vida, y en ese sí esperaste, mientras tu Hijo destruía la muerte con su resurrección, haciendo nuevas todas las cosas.
Y dijiste sí, y en ese sí el Hijo subió al cielo, a sentarse a la derecha de su Padre, con la gloria que tenía antes de que el mundo existiera.
Y dijiste sí mientras reunías a los amigos de tu Hijo en torno a ti, recibiendo al Espíritu Santo, que descendía como lenguas de fuego, y los fortalecía, construyendo el Reino de los cielos en la tierra, mientras les enseñabas a decir sí.
Y dijiste sí, y fuiste subida al cielo, y coronada de gloria como Reina de los cielos y la tierra.
Y dijiste sí, mientras pisabas la cabeza de la serpiente, porque en el principio Dios dijo “hágase”, y por el Hijo creó todas las cosas, y a los hombres; y si por la desobediencia de un hombre y de una mujer vino la muerte al mundo, por la obediencia del Hijo del hombre y una mujer pura e inmaculada, vino la salvación y la vida del mundo, cuando por amor de Dios tú dijiste sí, y el Hijo renovó su creación haciendo nuevas todas las cosas.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
+++
«Hijo mío, sacerdote: yo dije sí a la divina voluntad de Dios. Dije sí a la vida, sí constante, sí eterno. Y en ese sí el Hijo de Dios obedece, y despojándose de todo, hasta de sí mismo, y dejando la gloria que tenía con su Padre antes de que el mundo existiera, se hizo obediente hasta la muerte y una muerte de cruz.
Y por obra del Espíritu Santo el Verbo se hizo carne, para habitar entre los hombres. Por lo que proclama mi alma la grandeza del Señor.
Y se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque el Todopoderoso ha hecho grandes obras por mí.
Su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes.
A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia por siempre.
Decir sí a la vida es decirle sí a Dios, sí al amor, sí a la gracia, sí al don, sí a la misericordia, sí a la fe, sí a la esperanza, sí a la caridad, sí a la obediencia, sí a la fidelidad, sí a la confianza, sí al abandono, sí a la alegría, sí a la luz para el mundo, sí a la paz entre los hombres, sí a renovar todas las cosas, sí a la redención, sí a la salvación de la humanidad en todas sus generaciones.
Sí a la vida es el sí de mis padres y de los padres de mis padres.
Sí a la vida es el sí a la redención, para la salvación de todos los hombres.
Sí a la vida es el sí a la re-creación de Dios, a través del Hijo, por quien son hechas nuevas todas las cosas.
Mi sí es constante y eterno, y se renueva por cada sacerdote en cada sacramento.
Es por mi sí que el Verbo es encarnado en mi vientre, y es por el sí del sacerdote que el Verbo es encarnado en el altar. Es Eucaristía.
Es por ese sí por el que el Hijo de Dios se despoja de todo, hasta de sí mismo; y por transubstanciación, el Verbo se hace carne para habitar entre los hombres, en la renovación incruenta de su sacrificio, por el que constantemente hace nuevas todas las cosas.
Hijos míos: yo nací inmaculada y pura, y fui concebida en la fe, sin mancha ni pecado, por un sí, para que, siendo virgen, concibiera por obra del Espíritu Santo, para dar a luz un hijo, y ser la Madre de Dios. Pero en la libertad de mi propia voluntad, para decir sí, hágase en mí la voluntad de Dios.
Y le dije: “sí, hágase en mí según tu Palabra”. Y se hizo, y se hace, y se hará. Porque el Verbo, que se hizo carne y habitó entre los hombres, es el mismo ayer, hoy y siempre.
Ustedes han sido llamados a decir sí, para contribuir en la construcción del Reino de los cielos en la tierra, renovando y perfeccionando su entrega.
Yo intercedo para que ustedes aprendan a decir sí constantemente, convirtiendo su vida en un sí como el mío, para renovar sus almas y abrir las puertas a través de los sacramentos, para la salvación de los hombres.
Sí a amar a Dios por sobre todas las cosas, rechazando todo apego al pecado, incluso al venial.
Sí a amarse unos a otros, como mi Hijo los amó.
Sí a ejercer sus ministerios y su vida en santidad.
Sí a vivir una vida de virtud.
Sí a la vida, a través de los sacramentos.
Hijos míos, yo los llamo a ser partícipes de mi sí, diciendo sí a la vida a través del ejercicio de su ministerio.
Ustedes han sido predestinados y llamados por Dios para que reproduzcan en sí mismos la imagen de su propio Hijo.
Aprendan a imitar mi sí constante, que es un sí a la fe, a la esperanza y a la caridad, que lleva la disposición del corazón a la fidelidad y la obediencia, para renovar sus almas y alcanzar la santidad en Dios Hijo, para la gloria de Dios Padre, porque a quienes predestina los llama, a quienes llama los justifica, y a quienes justifica los glorifica».
¡Muéstrate Madre, María!