34. GUERREROS DEL EJÉRCITO DE JESÚS – INOCENCIA DEL SACERDOTE
FIESTA DE LOS SANTOS INOCENTES, MÁRTIRES
Herodes mandó matar a todos los niños menores de dos años en la comarca de Belén.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 2, 13-18
Después de que los magos partieron de Belén, el ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allá hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo”.
José se levantó y esa misma noche tomó al niño y a su madre y partió para Egipto, donde permaneció hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por medio del profeta: De Egipto llamé a mi hijo.
Cuando Herodes se dio cuenta de que los magos lo habían engañado, se puso furioso y mandó matar, en Belén y sus alrededores, a todos los niños menores de dos años, conforme a la fecha que los magos le habían indicado.
Así se cumplieron las palabras del profeta Jeremías: En Ramá se ha escuchado un grito, se oyen llantos y lamentos: es Raquel que llora por sus hijos y no quiere que la consuelen, porque ya están muertos.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: tu vida quedó a salvo en esa ocasión porque ibas en los brazos de tu Madre, permanecías con ella, y el ángel del Señor los protegía.
Hoy sigue habiendo poderosos que quieren acabar contigo. Pero siempre llegará la ayuda divina para custodiarte.
Para custodiarme, Señor, porque yo soy de los tuyos. Es una guerra, y necesito armas para vencer. Reconozco mi debilidad, que implicará salir herido en alguna batalla.
Además de buscar la ayuda de Santa María, ¿cuáles son las armas con que debo contar?, ¿cuál es el escudo que debo llevar al combate?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: yo soy la inocencia y pureza derramada, sangre y agua que lava, que redime, que perdona, que salva. Mi Madre es la inocencia pura desde la concepción hasta la eternidad, que entrega su vida entregando al Hijo en sacrificio, sangre inocente y pura, derramada en manos de los hombres para la redención del mundo.
Yo quiero madres como ella, que protejan a sus hijos, que no permitan que les sean arrebatados de los brazos; que entreguen sus vidas por ellos, para que su inocencia sea devuelta, fortalecida, preservada, y entregada en mi único y eterno sacrificio, para salvar a todas las almas. Quiero almas dispuestas a morir conmigo al mundo, para vencer al mundo, para resucitar conmigo.
Pero los hijos están muriendo por las manos de sus propias madres, cuya inocencia ha sido desterrada por el pecado, porque son como ovejas perdidas, sin guía, sin rebaño, sin pastor.
Ustedes, mis pastores, son sangre pura e inocente, elegida desde siempre y para siempre para la salvación del mundo. Pero su inocencia está siendo corrompida, y su pureza manchada por el pecado.
Yo soy el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, sangre pura e inocente que sana, que salva, que redime, que purifica y devuelve a los hombres la inocencia de niños, para que sean ofrenda digna y se entreguen conmigo en mi sacrificio inocente, puro y santo para la salvación de todos los hombres.
Sean hombres fuertes, con inocencia de niños. Yo los envío como profetas y apóstoles. A algunos los perseguirán y los matarán para que caiga sangre inocente sobre los hombres, la sangre inocente derramada sobre la tierra. Pero ¡ay de aquel que escandalice a uno de ustedes, mis pequeños, y les robe la inocencia! Mejor sería que le pongan piedras al cuello y los arrojen al mar.
Entréguense conmigo, en mi único y eterno sacrificio, como sangre inocente, para que sean reconciliados, purificados, y ofrecidos en el altar conmigo, para la salvación de todos los hombres. Permanezcan junto a mi Madre para que su inocencia sea preservada, y su sacrificio sea digno y recibido como ofrenda para la gloria del Padre.
Sacerdotes míos: reúnanse con mi Madre y permanezcan con ella, para que sean alimentados, protegidos, fortalecidos, y crezcan en estatura y en sabiduría, alejados de la corrupción del pecado.
Para que sean guerreros en mi ejército al que han sido ustedes llamados, para permanecer de pie, para luchar, para vencer, para enseñar, para santificar y para gobernar, para custodiar mi Cuerpo y mi Sangre.
Los ejércitos del mal son poderosos, porque se les ha permitido tener poder, y hacer daño a los que se dejen vencer. Pero el poder de Dios es más grande.
Fortalezcan su debilidad con mi poder. Permanezcan en la obediencia, en la pobreza, en la castidad, en la fe, en la esperanza, en la caridad, y permanecerán en la inocencia que les ha dado mi sangre derramada en la cruz, escudo protector que no traspasa ningún arma, que no daña ningún mal, pero que justifica y salva.
Y si alguno ha sido tocado por la tentación y ha pecado, revístase con la sangre de mi misericordia en el sacramento de la Reconciliación, y regrese a fortalecerse con mi alimento, que es mi Sangre y es mi Cuerpo, y crea en el Evangelio, que es Palabra de vida.
Y luego entréguense conmigo en el altar, ofreciéndose en el servicio, y en sacrificio para la salvación de los hombres; y salgan a buscar y a encontrar, a predicar y a evangelizar, a convertir y a sanar. Expulsen a los demonios y regrésenme la inocencia que el mundo ha perdido.
Yo no quiero sacrificios ni holocaustos, quiero corazones contritos y humillados, revestidos de la pureza de mi sangre inocente derramada, que quita todos los pecados del mundo.
Participen dignamente de este único sacrificio y permanezcan conmigo de una vez y para siempre».
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Madre mía: tu corazón de madre habrá sufrido mucho con la muerte de aquellos inocentes. Eso fue parte de lo que te había anunciado el anciano Simeón, de que una espada de siete filos te traspasaría el alma. Ya desde recién nacido tu Hijo era signo de contradicción.
Tu inmaculado corazón sigue sufriendo ahora ante la muerte de tantos niños inocentes. Te duele de manera especial cuando son las mismas madres las que le quitan la vida a sus hijos.
¡Cuántas vocaciones de entrega a Dios truncadas desde el seno materno! ¡Cuántas vidas que no llegan a alabar a tu Hijo, porque el pecado de los hombres lo han impedido!
Tú entregaste la vida inocente de tu Hijo para la salvación de todos los hombres. Yo comparto tu dolor, y pido tu protección, para salvar mi vida espiritual y para que cumpla bien con mi misión, cumpliendo la voluntad de tu Hijo, para reconducir a los hombres a Dios.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: acompáñenme y compartan el dolor de mi corazón, por tanta sangre inocente derramada en el mundo, por tantos niños que no nacen y que mueren en el vientre de sus madres.
Ustedes son la sangre inocente elegida para unirse en el sacrificio de mi Hijo. Pero no se están entregando, no están dispuestos, están débiles, y necesitan protección, necesitan ser alimentados y fortalecidos con la oración.
Ustedes son luz, que ilumina y conduce a las almas en el Camino, que es el Principio y el Fin, la inocencia, la pureza, la verdad y el amor derramado en misericordia, para lavar el pecado y restaurar la inocencia en los corazones, para que puedan ser unidos al único y Sumo Sacerdote que es el único Santo, inocente, libre de pecado, incontaminado, que no teniendo que ofrecer sacrificios diarios, realizó un sacrificio de una vez y para siempre, ofreciéndose a sí mismo, por todos los que son débiles, y que es nombrado Hijo perfecto para toda la eternidad, sentado en el trono a la derecha del Padre, para ser coronado de gloria.
En aquel tiempo yo hubiera entregado a mi Hijo recién nacido, para salvar a tantos inocentes. Pero yo no lo sabía. Y su tiempo aún no había llegado. Pero luego lo supe todo el tiempo, yo debía entregarlo para salvarlos a todos. Y lo entregué en la cruz, y lo entrego todo el tiempo en cada Consagración, en que el sacrificio se hace presente, porque es eterno. Yo los abrazo a ustedes, hijos míos inocentes, que se ofrecen en sacrificio en el altar con Cristo, entregando sus vidas al servicio de Dios para salvarlos a todos.
Yo intercedo por ustedes, para que Nuestro Señor les conceda salvar su vida de la muerte espiritual, abriendo sus ojos a la Luz, porque Dios es luz y en Él no hay oscuridad.
Para que abran sus oídos y escuchen el Evangelio y vivan conforme a la verdad.
Para que, viviendo en la luz, estén unidos unos con otros en un solo cuerpo y un mismo Espíritu.
Para que se arrepientan y crean en el Evangelio, y con un corazón contrito y humillado vuelvan a la casa del Padre, para que reciban su abrazo misericordioso cuando se acerquen al confesionario y confiesen sus pecados, para que, por la sangre preciosa de mi Hijo, les sean perdonados.
Adoren a Jesús, vivan y contemplen el misterio. Hagan oración, consagración y sacrificio, y reciban mi auxilio y mi compañía, para que reciban mi protección. Porque el diablo, que es un homicida desde el principio, mentiroso y padre de la mentira, seductor del mundo entero, está al acecho, como león rugiente buscando a quien devorar. Pero el que es de Dios escucha las palabras de Dios.
Es necesario que comprendan bien su misión y pongan en práctica la Palabra de Dios, haciendo lo que mi Hijo les diga, para que sean salvadores también de tantos niños inocentes no nacidos, cuando, predicando con el ejemplo y con la Palabra, que el Espíritu Santo pone en sus bocas, logren persuadir a las madres para que no asesinen a sus hijos, evitando y erradicando el aborto.
Hijos ¡están matando a tantos hijos míos, y a tantas vocaciones desde antes de nacer! Los está matando la oscuridad, porque sus padres no quieren vivir en la luz. Los está matando la mentira, porque sus padres no quieren vivir en la verdad.
Yo les pido que custodien y protejan mis tesoros que llevan en vasija de barro, porque los demonios intentarán robarlos. Pero no tengan miedo, los ángeles del cielo los protegen y los santos interceden por ustedes. Sean dóciles y déjense guiar por el Espíritu Santo, y encomiéndense a mi esposo José, para que los conduzca y los ayude».
¡Muéstrate Madre, María!