8A. ENVIADOS – SEÑALES CLARAS
DOMINGO II DE ADVIENTO
Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los Cielos.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 3, 1-12
En aquel tiempo, comenzó Juan el Bautista a predicar en el desierto de Judea, diciendo: “Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los Cielos”. Juan es aquel de quien el profeta Isaías hablaba, cuando dijo: Una voz clama en el desierto: Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos.
Juan usaba una túnica de pelo de camello, ceñida con un cinturón de cuero, y se alimentaba de saltamontes y de miel silvestre. Acudían a oírlo los habitantes de Jerusalén, de toda Judea y de toda la región cercana al Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el río.
Al ver que muchos fariseos y saduceos iban a que los bautizara, les dijo: “Raza de víboras, ¿quién les ha dicho que podrán escapar al castigo que les aguarda? Hagan ver con obras su conversión y no se hagan ilusiones pensando que tienen por padre a Abraham, porque yo les aseguro que hasta de estas piedras puede Dios sacar hijos de Abraham. Ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé fruto, será cortado y arrojado al fuego.
Yo los bautizo con agua, en señal de que ustedes se han convertido; pero el que viene después de mí, es más fuerte que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y su fuego. Él tiene el bieldo en su mano para separar el trigo de la paja. Guardará el trigo en su granero y quemará la paja en un fuego que no se extingue”.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: la figura del Bautista es impactante. Tú dijiste que no había hombre, nacido de mujer, mayor que Juan. Llevaba una vida de mucha austeridad, y era muy eficaz su predicación, porque no solo predicaba con su palabra, sino con su ejemplo.
Yo pienso, Jesús, que a él lo santificaste en el seno materno, y por eso dio mucho fruto, porque era tu predilecto. Yo, en cambio, me siento muy limitado. No tengo esa gracia especial con que contaba Juan. Y me pides también que prepare tus caminos. ¿Cómo le voy a hacer?
¿Debo sentirme también tu predilecto, por ser sacerdote? A veces se me olvida que soy “el mismo Cristo”. No soy yo, eres tú el que quiere actuar a través de mí.
Señor ¿qué es lo que esperas de mí?
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: yo te envío a anunciar el Evangelio.
Para que los que tengan ojos vean y los que tengan oídos oigan.
Para que los que no creen, crean y los que creen se dispongan a recibir mi alegría para llenarlos y desbordarlos.
Para que entregues esta alegría en el anuncio de la buena nueva, llegando a todos los rincones del mundo, anunciando que el Reino de los cielos está cerca.
Estoy a la puerta y llamo: que me abran, y que me dejen entrar.
Ustedes, mis sacerdotes, son Juan y son Elías, precursores de mi llegada, los que proclaman mi Palabra, los que construyen mi Reino, anunciando el Evangelio, bautizando en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Ustedes, que no son dignos de desatar la correa de mis sandalias, son los que yo he enviado antes de mí, para anunciar que el Hijo de Dios ha venido al mundo, nacido de un vientre puro de mujer virgen, engendrado por el Espíritu Santo, nacido como hombre siendo Dios, alimentado por los hombres, bautizado, recibido y aceptado por los hombres, escuchado y alabado por los hombres, tentado por el diablo viviendo en el desierto, rechazado por los hombres, juzgado y sentenciado injustamente, despreciado, torturado, despojado de todo, por los hombres, desangrado hasta la muerte en una cruz, sufriendo en carne y en espíritu el destierro y el exilio del mundo, al que Dios tanto ha amado, que entregó a su único Hijo al mundo para salvarlo, para redimirlo, para hacer nuevas todas las cosas, para vencer a la muerte y al pecado en la resurrección del Hijo que trae al mundo la fe, la esperanza y el amor para la vida eterna.
Permanezcan en vela y en oración, esperando a que vuelva, porque nadie sabe ni el día ni la hora, pero el tiempo está cerca.
Crean en el Evangelio, arrepiéntanse, pidan su conversión, y entréguense a mí, para que yo cambie sus corazones de piedra en corazones de carne, para que reverdezca su desierto, para que florezca y dé fruto.
Yo haré florecer sus desiertos, para que sus ofrendas sean grandes y agradables al Padre, si ustedes permanecen a los pies de mi cruz, recibiendo al Espíritu Santo, por quien recibirán la gracia de la perseverancia, y los dones para permanecer en la disposición a recibir y a entregar mi amor.
Sacerdotes míos: yo los envío a anunciar el Evangelio a todos los rincones del mundo, a llevar mi misericordia por medio de los sacramentos.
A buscar, a encontrar, a convertir, a perdonar, a reconciliar y a mantener en una misma fe a todas las almas del mundo.
Yo los envío a predicar y a edificar, a conducir el agua de mi manantial a todos los desiertos del mundo, para que brote la vida que está oculta a los ojos del mundo, a anunciar la buena nueva: que la venida del Hijo del hombre está pronta, y se acerca el día en el que el pueblo de Dios será liberado.
Que ese día los encuentre reunidos, en una misma fe, en un solo pueblo, en una sola Iglesia, en torno a mi Madre, que es Madre de mi pueblo y de mi Iglesia.
Muchos signos son enviados. No cierren sus ojos, para que vean, no cierren sus oídos para que oigan.
Ustedes son menos que Juan y menos que Elías. Ustedes son los más pequeños, pero el más pequeño en el Reino de los cielos es el más grande.
Yo los envío como Juan y como Elías a anunciar y a construir mi Reino, para que en su pequeñez sean fruto, como el fruto bendito del vientre de mi Madre, para que siendo pequeños sean grandes, para que sean sacerdotes, para que sean Cristos en el mundo, anunciando la venida del Cristo, el Rey del Universo.
Yo soy el que soy, el que era y el que vendrá.
Ustedes son mis amigos, por los que yo he dado la vida.
Permanezcan en mi amistad, en sacrificio, unidos a mi sacrificio, entregados a mi servicio, sirviendo, unidos a mí, orando, pidiendo y haciendo penitencia, para que todo lo que yo he venido a buscar sea encontrado, lo que yo he venido a edificar sea construido y lo que yo he venido a salvar sea salvado.
Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá.
Porque todo el que pide recibe, el que busca encuentra y al que llama se le abre.
El que tenga oídos que oiga».
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Madre mía: san Juan hablaba fuerte, y aun así acudían a él para ser bautizado y escuchar su predicación. A todos nos viene bien que nos digan las cosas claras, para corregir lo que haga falta.
Hoy pregunta el Bautista: “¿quién les ha dicho que podrán escapar al castigo que les aguarda?”. Y hace un llamado a la conversión con obras. Dice a los fariseos y saduceos que no se hagan ilusiones pensando que tienen por padre a Abraham.
Puede pasarnos, a tus hijos predilectos, que, por tener el carácter sacerdotal, abusemos de la bondad de Dios, sabiendo que su misericordia es infinita y nos perdona todo.
Juan sentía su indignidad, pero Jesús dijo que era la antorcha que ardía y alumbraba, y todos quisieron alegrarse por un momento con su luz. Era la luz de Cristo, que iluminaba sus corazones. ¿Cómo puedo yo también ser esa antorcha de luz ante los hombres?
Ayúdanos, Madre, para aprovechar muy bien este tiempo de conversión. Intercede para que nos decidamos de verdad a corregir todo lo que nos aparta de Dios y volvamos al amor primero.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: es necesario que ustedes se conviertan.
Es necesario que el pueblo de Dios vea a Cristo en los demás, para que reciban la gracia y comprendan la necesidad de orar, ofrecer y obrar la misericordia con ustedes, mis hijos predilectos sacerdotes, para que se conviertan, para que vuelvan a Cristo, para que conduzcan a sus rebaños en la fe, para que la luz de Cristo ilumine, a través de ustedes, a todos los hombres.
Yo soy la Inmaculada Concepción, la Rosa Mística, que, por ser llena de gracia, derrama las gracias que mis hijos necesitan para una verdadera conversión, para que crean y tengan vida eterna.
Mi esperanza está puesta en ustedes, mis hijos sacerdotes, para que a través de ustedes reine mi paz en el mundo entero.
Es tiempo de que escuchen la voz que clama en el desierto: preparen el camino del Señor y enderecen sus senderos, a través de la predicación de Juan el Bautista y de la Palabra de mi Hijo, para que den fruto con sus obras.
Es tiempo de que ustedes, mis hijos sacerdotes, sean corregidos por la mano de Dios.
Es tiempo de que la espada de dos filos atraviese sus corazones, para que, con sus corazones contritos y humillados, que Él no desprecia, se acerquen a Cristo y pidan perdón.
Es tiempo de que vuelvan al amor primero.
Es tiempo de que pidan mi socorro y reciban mi compañía.
Es tiempo de conversión.
Es tiempo de abrir sus ojos y sus oídos a las verdades eternas, para que hagan conciencia de que su carácter sacerdotal no los librará del fuego eterno como castigo por sus malas obras.
Es tiempo de que las almas consagradas a mi Inmaculado Corazón tengan compasión de mis hijos sacerdotes, y se unan conmigo en oración por ustedes.
Es tiempo de espera, de arrepentimiento, de reconciliación.
Es tiempo de que mi Inmaculado Corazón, unido al Sagrado Corazón de Jesús, sea reparado.
Hijos míos: yo soy la esclava del Señor. En mi vientre ha sido engendrada la luz, para ser llevada a todas las naciones del mundo. Es por esta luz que ha nacido Dios en el mundo, siendo Dios y siendo hombre, conteniendo toda la grandeza del único Dios verdadero en la fragilidad de la humanidad, para redimir, para salvar, para restablecer la paz en el mundo por su infinita misericordia.
Y siendo esclava me ha hecho Madre, y siendo Madre me ha hecho Reina.
Ustedes son esclavos del Señor. Acepten y reciban toda la ayuda que se les ha dado: los Ángeles, los Santos, y las personas que permanecen a su lado, para ayudarles a cumplir los deseos de la Reina, que siendo libre se hizo esclava, para cumplir los deseos del Rey.
Permanezcan dispuestos a los pies del Rey que ha sido crucificado, muerto y expuesto en la cruz y, desde la cruz, muriendo al mundo destruye la muerte, y resucitando en el mundo da vida, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna.
Yo intercedo para que la luz, que es fruto bendito de mi vientre, nazca en el corazón de cada uno de ustedes, mis hijos sacerdotes, para que ilumine a todo el mundo y permanezca para siempre.
Yo soy la Inmaculada Concepción, la Rosa Mística, la llena de gracia, Madre de Dios, Madre los Sacerdotes, Madre de la Iglesia, Madre de todos los hombres.
Cuento con ustedes».