16. LA AUTORIDAD DEL SACERDOTE – EL PODER DE DIOS
LUNES DE LA SEMANA III DE ADVIENTO
¿El bautismo de Juan venía del cielo o de la tierra?
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 21, 23-27
En aquellos días, mientras Jesús enseñaba en el templo, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo y le preguntaron: “¿Con que derecho haces todas estas cosas? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?”.
Jesús les respondió: “Yo también les voy a hacer una pregunta, y si me la responden, les diré con qué autoridad hago lo que hago: ¿De dónde venía el bautismo de Juan, del cielo o de la tierra?”.
Ellos pensaron para sus adentros: “Si decimos que, del cielo, él nos va a decir: ‘Entonces, ¿por qué no le creyeron?’ Si decimos que, de los hombres, se nos va a echar encima el pueblo, porque todos tienen a Juan por un profeta”. Entonces respondieron: “No lo sabemos”.
Jesús les replicó: “Pues tampoco yo les digo con qué autoridad hago lo que hago”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: tu actitud cuando expulsaste a los mercaderes del templo había impresionado a los sumos sacerdotes, a los escribas y a los ancianos, y se cuestionaron sobre tu autoridad. Era comprensible.
Pero tú eres la sabiduría, y sabías manifestar tu autoridad en cualquier situación, por más difícil que pareciera. Sabías que no te iban a creer si decías que tu autoridad la tenías por ser Dios, y por eso los cuestionas tú a ellos, para medir su visión sobrenatural.
Qué difícil es para algunos reconocer tus manifestaciones sobrenaturales. Les falta fe. Y es que la fe la concedes con tu gracia, cuando el alma te busca en la oración y en los sacramentos. La fe es un don, y hay que pedirlo. Y tener la disposición para recibirla. Y luego hay que ponerla por obra.
Señor, tus sacerdotes tenemos que ser hombres de fe, porque nuestro ministerio nos exige tratar continuamente con realidades sobrenaturales. Por tanto, tenemos que ser almas de oración y practicar los sacramentos, fuentes de tu gracia.
Tenemos un gran poder, porque tú nos lo has dado el día de nuestra ordenación, y porque quieres que seamos tus instrumentos todos los días. Porque somos Cristo que pasa, para todas las almas, arrojando demonios y curando enfermos.
Jesús: enséñame a ejercer bien ese gran poder.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdotes míos: les ha sido dado el poder para expulsar demonios y para sanar enfermos. Vayan por el mundo a predicar el Evangelio, vayan con confianza y determinación a anunciar que el Reino de los Cielos ya está cerca.
Sean piadosos, como mi Padre es piadoso.
Sean misericordiosos, como mi Padre es misericordioso, porque la misericordia que por mi pasión y muerte ha derramado el Padre, llegará hasta donde ustedes la lleven, con sus pies, con sus manos y con mi Palabra.
Sean santos, como mi Padre que está en los cielos es santo.
Que por las llagas de mis pies sus pies han sido lavados, y por las llagas de mis manos sus manos han sido purificadas.
Manténganse en gracia, mantengan la pureza de las manos que convierten el pan en mi carne y el vino en mi sangre, que bendicen y absuelven, que sanan y expulsan demonios.
Y por su sacrificio unido al mío será la conversión y la redención, y la salvación.
Pero no se alegren por el poder y la gloria que reciban en la tierra, sino porque sus nombres estén inscritos en el cielo, para la gloria de Dios.
Aunque la enfermedad los rodee y los demonios los persigan, yo los protegeré. Expulsen a los demonios y liberen a mi pueblo.
Hombres de poca fe. Si tuvieran la fe del tamaño de un grano de mostaza y dijeran a esa montaña muévete, la montaña se movería.
Mi brazo los sostiene, y la protección del manto de mi Madre los guarda.
Sean justos, y cuiden que la balanza esté siempre inclinada hacia el bien. Pero yo no he venido a salvar justos, sino pecadores. Busquen pecadores y conviértanlos al bien. Permanezcan en el bien.
Únanse en oración, que la oración fortalece, anima y obtiene. Todo lo que pidan en oración les será concedido, si lo piden sabiendo que les ha sido ya concedido por mi amor.
Ustedes, que son los primeros, sirvan, y sean los últimos. Porque los últimos serán los primeros.
Sacerdotes míos: yo les mando dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Ustedes son instrumentos de Dios para devolverle a Dios lo que es suyo. Ustedes han sido enviados a proclamar el Evangelio con la autoridad de Dios, porque es la Palabra de Dios.
Bienaventurados los pobres de espíritu, los mansos de corazón, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los que son perseguidos por mi causa y por mi justicia. No busquen tesoros en la tierra, pongan su corazón en el cielo, porque donde está su corazón está su tesoro.
Ustedes son la alegría con la que mi copa rebosa. Alégrense, porque su recompensa será grande en los Cielos.
Abandónense en las manos de mi Padre, siguiendo mi camino, permaneciendo en oración, pidiendo y recibiendo los dones del Espíritu Santo, adorando y agradeciendo, aceptando y entregando por sus obras la misericordia y el amor de Dios, llevando el alimento por la Palabra y la Eucaristía a todos los rincones del mundo, iluminando con su luz, reconciliando al mundo conmigo, construyendo y edificando mi Reino, restableciendo la paz y la unidad de mi pueblo en un solo pueblo, una sola Iglesia, un solo cuerpo y un mismo espíritu.
Amen con mi amor. Mis ángeles y arcángeles los protegen en la batalla. No tengan miedo, que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo».
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Madre mía: me resulta fácil imaginarte todo el tiempo haciendo oración. Eras la llena de gracia desde tu concepción inmaculada, y por eso tu trato con Dios era constante, y estabas llena de fe, de esperanza y de amor.
Te pido que me acompañes en mi oración, para que sea más eficaz.
Ya sé que al celebrar la Santa Misa siempre estás a mi lado, como cuando estuviste junto a la cruz de Jesús. Ayúdame a no olvidar esa presencia tuya, que me da consuelo.
Y también a tener presente que tú eres la Omnipotencia Suplicante. Todo lo puede tu intercesión ante Dios.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
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«Hijos míos, sacerdotes: el sacrificio de mi Hijo es único y eterno. Permanece todo el tiempo en un sacrificio real, vivo, el mismo, aunque incruento. Pero es la misma carne y la misma sangre inmolada en la cruz.
Porque, aunque Cristo vino al mundo y murió, y resucitó de entre los muertos, haciendo nuevas todas las cosas, Dios respetó la naturaleza humana tal como había sido creada en un principio, para su gloria. Y es carne mortal, tentada y probada para unirse con Cristo en la mortificación, en un solo y eterno sacrificio.
El alma ha sido transformada y purificada por el agua del bautismo, para ser preservada en la pureza sin mancha ni pecado, para unirla a Cristo en una misma ofrenda para Dios Padre, creyendo en que Cristo es su único Hijo que vino para salvarlos, y darles la vida eterna, y cumpliendo los mandamientos de la ley de Dios.
Esa es la cruz que deben compartir, en la que deben permanecer y perseverar.
Pero esto solo se logra con Cristo. La fuerza es de Él. La fuerza está en el amor, y el amor es Él, y se recibe a través de la oración.
La oración es dedicar tiempo al amado, pensar en el amado, compartir con el amado, confiar en el amado, entregarse al amado, agradecer al amado, adorar al amado, alabar al amado, disponerse a recibir al amado y a recibir del amado, mirar al amado y dejarse mirar por Él, amar al amado y dejarse amar por Él, descansar en el amado y ofrecerle una morada de descanso a Él.
La oración es la unión entre el que ama y el amado. La perfección en la oración se alcanza en una unión indisoluble del alma con su creador.
Permanezcan conmigo al pie de la cruz, orando, adorando, amando, para que, por el poder de la oración, sean como el discípulo amado, a los pies de Jesús, compartiendo su cruz, para que se abandonen en Él, pero que nunca lo abandonen».
¡Muéstrate Madre, María!