22/09/2024

Mt 22, 1-14

70. DIGNIDAD DEL TRAJE DE FIESTA – SER JUSTOS

EVANGELIO DEL JUEVES DE LA SEMANA XX DEL TIEMPO ORDINARIO

Conviden al banquete de bodas a todos los que encuentren.

+ Del santo Evangelio según san Mateo: 22, 1-14

En aquel tiempo, volvió Jesús a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo:

“El Reino de los cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo. Mandó a sus criados que llamaran a los invitados, pero éstos no quisieron ir.

Envió de nuevo a otros criados que les dijeran: ‘Tengo preparado el banquete; he hecho matar mis terneras y los otros animales gordos; todo está listo. Vengan a la boda’. Pero los invitados no hicieron caso. Uno se fue a su campo, otro a su negocio y los demás se les echaron encima a los criados, los insultaron y los mataron.

Entonces el rey se llenó de cólera y mandó sus tropas, que dieron muerte a aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad.

Luego les dijo a sus criados: ‘La boda está preparada; pero los que habían sido invitados no fueron dignos. Salgan, pues, a los cruces de los caminos y conviden al banquete de bodas a todos los que encuentren’. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos y la sala del banquete se llenó de convidados.

Cuando el rey entró a saludar a los convidados, vio entre ellos a un hombre que no iba vestido con traje de fiesta y le preguntó: ‘Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de fiesta?’. Aquel hombre se quedó callado. Entonces el rey dijo a los criados: ‘Átenlo de pies y manos y arrójenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y la desesperación’. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos”.

Palabra del Señor.

+++

REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: la imagen del banquete es muy frecuente en la Sagrada Escritura, y tú la empleas para hablar del Reino de los Cielos. Así será la vida eterna: un banquete interminable, en donde todo será alegría por la presencia del Esposo, porque es el banquete de las bodas del Cordero.

Pero es muy triste considerar en la parábola que los invitados no solo no quisieron ir, sino que insultaron y mataron a los criados que llevaron la invitación. No se entiende que alguien se moleste por haber sido invitado a una fiesta. Esa es la condición del hombre que cierra las puertas a tu amor.

Yo quiero pensar en el amor del rey de la parábola por su hijo, que para celebrar su boda no duda en invitar a todos los que encuentran, buenos y malos, con el fin de que se llene la sala del banquete. Y me imagino también el amor de la madre, siempre discreta, porque no aparece, pero que se desvive por los detalles de la fiesta, pensando en la felicidad del hijo.

Señor, entiendo con esta parábola que debo esforzarme por ser hallado digno de participar en las bodas del Cordero. Pero también yo, sacerdote, debo cumplir con mi misión, para que la sala del banquete se llene de convidados, y que todos lleven el traje de fiesta.

Enséñame a salir a los caminos y a verte a ti, en cada hombre, en cada mujer, en cada joven, en cada niño, en cada anciano.

Y también a verte a ti en los ojos de María, en su vientre, en sus brazos, en su mente, en su corazón, para aprender de su amor de Madre.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

+++

 «Sacerdotes míos: son ustedes los que guían al pueblo Santo de Dios para participar con ellos y conmigo en el banquete de bodas. Porque Dios Padre ha invitado al banquete de la boda de su Hijo, pero los invitados no han venido. Entonces los ha llamado a ustedes, como sus siervos, para ir a llamar a los invitados al banquete. Y los ha llamado a ustedes más que siervos mis amigos, y los ha instruido para que sean anfitriones y purifiquen a sus invitados, y los vistan de fiesta, para que los hagan dignos. Y los ha enviado a anunciar la buena nueva, y a enseñar cómo ser digno de sentarse en la mesa de la fiesta del Rey y ser parte.

Pero ustedes, como anfitriones, deben ser ejemplo, y lavar sus vestiduras y pulir su interior, para que sean dignos de entrar y sentarse con los invitados en la mesa del Señor. Porque, viendo sus miserias, ha visto bien enviar al Hijo, para sacrificarlo como Cordero, para lavar con su sangre y purificar a los invitados, para hacerlos dignos de participar por Él, con Él, y en Él. Y les ha dado el poder a ustedes de unirse en este mismo sacrificio, y los ha enviado a llamar a todos los que encuentren en el camino, para que no se quede ningún lugar vacío en la fiesta de las bodas del Cordero.

Sacerdotes míos: yo soy el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, dichosos los invitados a la mesa del Señor. Pero ¡ay de aquel que haya venido y no lleve vestido de fiesta!, porque será atado y arrojado al fuego eterno, y ahí será el llanto y la desolación, porque muchos son los llamados, pero pocos los escogidos.

Sacerdotes, amigos míos, apóstoles míos: ámenme con amor de hijos, con amor de madres, con mi amor.

Revístanse con el traje del Espíritu Santo, para que puedan entrar al banquete que mi Padre ha preparado para ustedes, y reciban a la novia que está esperando en el altar, para ser desposada, para ser cuidada, para ser protegida, para ser amada. Es con la esposa que darán fruto, y el fruto será bueno.

Sean bienvenidos al banquete los que he invitado y han venido; los que he llamado y se han vestido de fiesta; los que han venido y yo he recibido.

Sean desterrados al fuego y a la desolación los que he invitado y no han venido; los que he llamado y no se han vestido de fiesta; los que no han venido y yo he rechazado.

Es mi Santa Iglesia su esposa. Cuídenla, respétenla, ámenla, provéanla, y sean ustedes santos a través de ella.

Mi Padre ha invitado a muchos justos, que no han querido venir. Entonces me ha enviado a mí a buscar, no a los justos, sino a los pecadores, y a los que quieran venir, porque el banquete está servido, pero muchos son los llamados y pocos los escogidos.

Es por mi Madre que se llega a mí. Es mi Madre madre de la gracia. Búsquenla, llámenla, síganla, que Ella los llevará hasta mí, y les dará las gracias que necesitan para ser uno conmigo. Y yo los recibiré y los sentaré en mi mesa a mi derecha, y comerán conmigo el alimento de vida eterna.

Ese alimento es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía. Es el cáliz de mi Sangre, derramada para el perdón de los pecados. El que come mi Carne y bebe mi Sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi Cuerpo es verdadera comida y mi Sangre es verdadera bebida. El que come mi Carne y bebe mi Sangre permanece en mí y yo en él. Pero el que coma mi Cuerpo y beba mi Sangre indignamente, es como quien pretende participar del banquete sin el traje de fiesta y es arrojado fuera. Por tanto, come y bebe su propia condena.

 Mi Madre está llena de mí. Me lleva dentro y me lleva fuera; me lleva a su lado y me lleva con Ella.

Sus ojos solo me ven a mí; su camino siempre conduce a mí. Ella me ve en cada hombre, en cada mujer, en cada joven, en cada niño, en cada anciano.

Sus ojos están llenos de amor. Llenos de mí. Llenos de Dios.

Sus ojos están puestos en donde está su corazón, y es ahí en donde está su tesoro.

Por eso, amigos míos, es por mi Madre que se llega a mí. Acompáñenla para que vean con sus ojos, para que me vean como hijo, para que me amen con amor de madre, dispuestos a dar la vida por su hijo. Para que amen a sus ovejas como un hijo, y estén dispuestos a dar la vida por ellas, porque nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

Permanezcan unidos a mí, permanezcan en la mirada de mi Madre, para que me vean con sus ojos, para que amen a mi Iglesia con amor de madre, con mi amor de Padre, con mi amor de Hijo».

+++

Madre mía: el banquete de bodas también es la Santa Misa, y la invitación es todos los días. Tengo la oportunidad de celebrar con frecuencia, y quiero pensar que esa invitación me la entregas tú, la Madre del Cordero, quien nunca me deja solo, porque estás siempre presente, vestida de Reina, de pie a la derecha del altar.

Ayúdame, Madre, a no distraerme con las tareas del mundo, sino a participar dignamente en cada celebración, con el traje de fiesta adecuado, que será la limpieza de mi corazón y la preparación previa a través de la oración.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

+++

 «Hijos míos, sacerdotes: contemplen la soledad de mi Hijo. Compartan mis sentimientos. Todo ha sido preparado, muchos han sido llamados, todo está dispuesto para servir a los invitados, la mesa está lista, el banquete está servido. Él es el banquete, y nadie ha venido a cenar.

Yo soy Madre, soy anfitriona, y por eso, servidora de todos.

Yo misma invito, recibo, acojo, sirvo a los invitados, y ceno con ellos.

Yo me encargo de que lleguen las invitaciones a todos los invitados.

Yo me encargo de que la fiesta esté preparada, el banquete listo y los lugares en las mesas llenos.

Yo me encargo de que se honre al festejado.

Yo me encargo de atender y servir a los invitados, para saciar su hambre y saciar su sed.

Yo me encargo de procurar que vengan vestidos de fiesta, para que puedan entrar.

La Palabra de Dios es la invitación, pero el vestido de fiesta depende de cada uno.

Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero.

Ser llamado a dejarlo todo para tomar su cruz y seguir a Jesús, eso es estar invitados al banquete.

Permanecer al pie de la cruz, adorar y alabar al Cordero de Dios, eso es acudir al banquete.

Alimentarse del Cuerpo y la Sangre de Cristo, eso es participar del banquete celestial.

Pero, para ser parte, no basta la invitación, es necesario el vestido de fiesta. Por eso son muchos los llamados, pero pocos los elegidos.

Solo será servido el que sea digno. La dignidad se las ha conseguido el Cordero de Dios, el mismo que se hace banquete, en el único y eterno sacrificio, por el que se entrega para hacerlos a todos hijos, y como hijos, a todos dignos. Dignidad que cada uno es responsable de conservar, como el vestido de fiesta, que con el bautismo les ha sido dado, de una vez y para siempre, pero que, por los sacramentos, puede ser renovado, si su blancura se pierde por las manchas del pecado.

Yo los invito, hijos, y les insisto una y otra vez, porque mi Hijo es banquete para muchos, y merece ser honrado, alabado, adorado, recibido por todos los invitados. El que coma su Carne y beba su Sangre tendrá vida eterna.

Hijos, esta invitación es para todos, pero los mejores lugares están reservados para los amigos del novio, y se tardan en venir, lo han dejado solo.

Mi Hijo les hace un llamado insistente, los busca constantemente el novio, que espera que sus amigos participen con Él.

Jesús envía su invitación a todos los rincones del mundo, para que su llamado llegue a todos sus amigos. A los que están ciegos y no ven, a los que están sordos y no escuchan.

Yo intercedo con corazón de madre, para que mis hijos predilectos reciban la invitación, para vestirse de fiesta y acudir al llamado.

El llamado es hoy y es todos los días, porque el banquete está servido, todo les ha sido dado. Los invitados han sido llamados, pero no todos han venido, y algunos, que han venido, no han sido escogidos, y los han echado fuera, porque no venían con traje de fiesta.

Muchos han sido llamados, pero les hago un recordatorio a los que han sido llamados primero, pero que, para ser escogidos, deben primero ser los últimos.

Escuchen mi llamado».

¡Muéstrate Madre, María!

 

37. DIGNIDAD DEL TRAJE DE FIESTA – SER JUSTOS

EVANGELIO DEL DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO (A)

Conviden al banquete de bodas a todos los que encuentren.

+ Del santo Evangelio según san Mateo: 22, 1-14

En aquel tiempo, volvió Jesús a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo:

“El Reino de los Cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo. Mandó a sus criados que llamaran a los invitados, pero estos no quisieron ir.

Envió de nuevo a otros criados que les dijeran: ‘Tengo preparado el banquete; he hecho matar mis terneras y los otros animales gordos; todo está listo. Vengan a la boda’. Pero los invitados no hicieron caso. Uno se fue a su campo, otro a su negocio y los demás se les echaron encima a los criados, los insultaron y los mataron.

Entonces el rey se llenó de cólera y mandó sus tropas, que dieron muerte a aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad.

Luego les dijo a sus criados: ‘La boda está preparada; pero los que habían sido invitados no fueron dignos. Salgan, pues, a los cruces de los caminos y conviden al banquete de bodas a todos los que encuentren’. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala del banquete se llenó de convidados.

Cuando el rey entró a saludar a los convidados, vio entre ellos a un hombre que no iba vestido con traje de fiesta y le preguntó: ‘Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de fiesta?’. Aquel hombre se quedó callado. Entonces el rey dijo a los criados: ‘Átenlo de pies y manos y arrójenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y la desesperación’. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos”.

Palabra del Señor.

+++

REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE

Señor Jesús: la imagen del banquete es muy frecuente en la Sagrada Escritura, y tú la empleas para hablar del Reino de los Cielos. Así será la vida eterna: un banquete interminable, en donde todo será alegría por la presencia del Esposo, porque es el banquete de las bodas del Cordero.

Pero es muy triste considerar en la parábola que los invitados no solo no quisieron ir, sino que insultaron y mataron a los criados que llevaron la invitación. No se entiende que alguien se moleste por haber sido invitado a una fiesta. Esa es la condición del hombre que cierra las puertas a tu amor.

Yo quiero pensar en el amor del rey de la parábola por su hijo, que para celebrar su boda no duda en invitar a todos los que encuentran, buenos y malos, con el fin de que se llene la sala del banquete. Y me imagino también el amor de la madre, siempre discreta, porque no aparece, pero que se desvive por los detalles de la fiesta, pensando en la felicidad del hijo.

Señor, entiendo con esta parábola que debo esforzarme por ser hallado digno de participar en las bodas del Cordero. Pero también yo, sacerdote, debo cumplir con mi misión, para que la sala del banquete se llene de convidados, y que todos lleven el traje de fiesta.

Enséñame a salir a los caminos y a verte a ti, en cada hombre, en cada mujer, en cada joven, en cada niño, en cada anciano.

Y también a verte a ti en los ojos de María, en su vientre, en sus brazos, en su mente, en su corazón, para aprender de su amor de Madre.

Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.

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 «Sacerdotes míos: son ustedes los que guían al pueblo Santo de Dios para participar con ellos y conmigo en el banquete de bodas. Porque Dios Padre ha invitado al banquete de la boda de su Hijo, pero los invitados no han venido. Entonces los ha llamado a ustedes, como sus siervos, para ir a llamar a los invitados al banquete. Y los ha llamado a ustedes más que siervos mis amigos, y los ha instruido para que sean anfitriones y purifiquen a sus invitados, y los vistan de fiesta, para que los hagan dignos. Y los ha enviado a anunciar la buena nueva, y a enseñar cómo ser digno de sentarse en la mesa de la fiesta del Rey y ser parte.

Pero ustedes, como anfitriones, deben ser ejemplo, y lavar sus vestiduras y pulir su interior, para que sean dignos de entrar y sentarse con los invitados en la mesa del Señor. Porque, viendo sus miserias, ha visto bien enviar al Hijo, para sacrificarlo como Cordero, para lavar con su sangre y purificar a los invitados, para hacerlos dignos de participar por Él, con Él, y en Él. Y les ha dado el poder a ustedes de unirse en este mismo sacrificio, y los ha enviado a llamar a todos los que encuentren en el camino, para que no se quede ningún lugar vacío en la fiesta de las bodas del Cordero.

Sacerdotes míos: yo soy el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, dichosos los invitados a la mesa del Señor. Pero ¡ay de aquel que haya venido y no lleve vestido de fiesta!, porque será atado y arrojado al fuego eterno, y ahí será el llanto y la desolación, porque muchos son los llamados, pero pocos los escogidos.

Sacerdotes, amigos míos, apóstoles míos: ámenme con amor de hijos, con amor de madres, con mi amor.

Revístanse con el traje del Espíritu Santo, para que puedan entrar al banquete que mi Padre ha preparado para ustedes, y reciban a la novia que está esperando en el altar, para ser desposada, para ser cuidada, para ser protegida, para ser amada. Es con la esposa que darán fruto, y el fruto será bueno.

Sean bienvenidos al banquete los que he invitado y han venido; los que he llamado y se han vestido de fiesta; los que han venido y yo he recibido.

Sean desterrados al fuego y a la desolación los que he invitado y no han venido; los que he llamado y no se han vestido de fiesta; los que no han venido y yo he rechazado.

Es mi Santa Iglesia su esposa. Cuídenla, respétenla, ámenla, provéanla, y sean ustedes santos a través de ella.

Mi Padre ha invitado a muchos justos, que no han querido venir. Entonces me ha enviado a mí a buscar, no a los justos, sino a los pecadores, y a los que quieran venir, porque el banquete está servido, pero muchos son los llamados y pocos los escogidos.

Es por mi Madre que se llega a mí. Es mi Madre madre de la gracia. Búsquenla, llámenla, síganla, que Ella los llevará hasta mí, y les dará las gracias que necesitan para ser uno conmigo. Y yo los recibiré y los sentaré en mi mesa a mi derecha, y comerán conmigo el alimento de vida eterna.

Ese alimento es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía. Es el cáliz de mi Sangre, derramada para el perdón de los pecados. El que come mi Carne y bebe mi Sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi Cuerpo es verdadera comida y mi Sangre es verdadera bebida. El que come mi Carne y bebe mi Sangre permanece en mí y yo en él. Pero el que coma mi Cuerpo y beba mi Sangre indignamente, es como quien pretende participar del banquete sin el traje de fiesta y es arrojado fuera. Por tanto, come y bebe su propia condena.

 Mi Madre está llena de mí. Me lleva dentro y me lleva fuera; me lleva a su lado y me lleva con Ella.

Sus ojos solo me ven a mí; su camino siempre conduce a mí. Ella me ve en cada hombre, en cada mujer, en cada joven, en cada niño, en cada anciano.

Sus ojos están llenos de amor. Llenos de mí. Llenos de Dios.

Sus ojos están puestos en donde está su corazón, y es ahí en donde está su tesoro.

Por eso, amigos míos, es por mi Madre que se llega a mí. Acompáñenla para que vean con sus ojos, para que me vean como hijo, para que me amen con amor de madre, dispuestos a dar la vida por su hijo. Para que amen a sus ovejas como un hijo, y estén dispuestos a dar la vida por ellas, porque nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

Permanezcan unidos a mí, permanezcan en la mirada de mi Madre, para que me vean con sus ojos, para que amen a mi Iglesia con amor de madre, con mi amor de Padre, con mi amor de Hijo».

+++

Madre mía: el banquete de bodas también es la Santa Misa, y la invitación es todos los días. Tengo la oportunidad de celebrar con frecuencia, y quiero pensar que esa invitación me la entregas tú, la Madre del Cordero, quien nunca me deja solo, porque estás siempre presente, vestida de Reina, de pie a la derecha del altar.

Ayúdame, Madre, a no distraerme con las tareas del mundo, sino a participar dignamente en cada celebración, con el traje de fiesta adecuado, que será la limpieza de mi corazón y la preparación previa a través de la oración.

Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.

+++

 «Hijos míos, sacerdotes: contemplen la soledad de mi Hijo. Compartan mis sentimientos. Todo ha sido preparado, muchos han sido llamados, todo está dispuesto para servir a los invitados, la mesa está lista, el banquete está servido. Él es el banquete, y nadie ha venido a cenar.

Yo soy Madre, soy anfitriona, y por eso, servidora de todos.

Yo misma invito, recibo, acojo, sirvo a los invitados, y ceno con ellos.

Yo me encargo de que lleguen las invitaciones a todos los invitados.

Yo me encargo de que la fiesta esté preparada, el banquete listo y los lugares en las mesas llenos.

Yo me encargo de que se honre al festejado.

Yo me encargo de atender y servir a los invitados, para saciar su hambre y saciar su sed.

Yo me encargo de procurar que vengan vestidos de fiesta, para que puedan entrar.

La Palabra de Dios es la invitación, pero el vestido de fiesta depende de cada uno.

Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero.

Ser llamado a dejarlo todo para tomar su cruz y seguir a Jesús, eso es estar invitados al banquete.

Permanecer al pie de la cruz, adorar y alabar al Cordero de Dios, eso es acudir al banquete.

Alimentarse del Cuerpo y la Sangre de Cristo, eso es participar del banquete celestial.

Pero, para ser parte, no basta la invitación, es necesario el vestido de fiesta. Por eso son muchos los llamados, pero pocos los elegidos.

Solo será servido el que sea digno. La dignidad se las ha conseguido el Cordero de Dios, el mismo que se hace banquete, en el único y eterno sacrificio, por el que se entrega para hacerlos a todos hijos, y como hijos, a todos dignos. Dignidad que cada uno es responsable de conservar, como el vestido de fiesta, que con el bautismo les ha sido dado, de una vez y para siempre, pero que, por los sacramentos, puede ser renovado, si su blancura se pierde por las manchas del pecado.

Yo los invito, hijos, y les insisto una y otra vez, porque mi Hijo es banquete para muchos, y merece ser honrado, alabado, adorado, recibido por todos los invitados. El que coma su Carne y beba su Sangre tendrá vida eterna.

Hijos, esta invitación es para todos, pero los mejores lugares están reservados para los amigos del novio, y se tardan en venir, lo han dejado solo.

Mi Hijo les hace un llamado insistente, los busca constantemente el novio, que espera que sus amigos participen con Él.

Jesús envía su invitación a todos los rincones del mundo, para que su llamado llegue a todos sus amigos. A los que están ciegos y no ven, a los que están sordos y no escuchan.

Yo intercedo con corazón de madre, para que mis hijos predilectos reciban la invitación, para vestirse de fiesta y acudir al llamado.

El llamado es hoy y es todos los días, porque el banquete está servido, todo les ha sido dado. Los invitados han sido llamados, pero no todos han venido, y algunos, que han venido, no han sido escogidos, y los han echado fuera, porque no venían con traje de fiesta.

Muchos han sido llamados, pero les hago un recordatorio a los que han sido llamados primero, pero que, para ser escogidos, deben primero ser los últimos.

Escuchen mi llamado».

¡Muéstrate Madre, María!