80. CON LAS LÁMPARAS ENCENDIDAS – LA LUZ DE LA VERDAD
VIERNES DE LA SEMANA XXI DEL TIEMPO ORDINARIO
Ya viene el esposo, salgan a su encuentro.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 25, 1-13
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: “El Reino de los cielos es semejante a diez jóvenes, que tomando sus lámparas, salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran descuidadas y cinco, previsoras. Las descuidadas llevaron sus lámparas, pero no llevaron aceite para llenarlas de nuevo; las previsoras, en cambio, llevaron cada una un frasco de aceite junto con su lámpara. Como el esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron.
A medianoche se oyó un grito: ‘¡Ya viene el esposo! ¡Salgan a su encuentro!’ Se levantaron entonces todas aquellas jóvenes y se pusieron a preparar sus lámparas, y las descuidadas dijeron a las previsoras: ‘Dennos un poco de su aceite, porque nuestras lámparas se están apagando’. Las previsoras les contestaron: ‘No, porque no va a alcanzar para ustedes y para nosotras. Vayan mejor a donde lo venden y cómprenlo’.
Mientras aquéllas iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban listas entraron con él al banquete de bodas y se cerró la puerta. Más tarde llegaron las otras jóvenes y dijeron: ‘Señor, señor, ábrenos’. Pero él les respondió: ‘Yo les aseguro que no las conozco’.
Estén pues, preparados, porque no saben ni el día ni la hora”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: nos viene muy bien a todos no saber ni el día ni la hora, para estar siempre preparados. Y también nos viene bien que la parábola hable de un banquete de bodas, para que nos demos cuenta de que la preparación que nos pides es para poder entrar a la fiesta, y celebrar contigo eternamente.
Señor, inflama nuestros corazones para recibir tus dones, y adquirir sabiduría y fortaleza, consejo, ciencia, entendimiento y piedad, pero sobre todo temor de Dios, de esa majestuosidad de Rey que impone, pero convence y enamora, que hace crecer en celo y valentía, que determina la voluntad a dejarlo todo y salir a la batalla a darlo todo, hasta la vida, por quien promete no riquezas ni placeres en este mundo, sino verdaderos tesoros, que no son de este mundo.
Ayúdanos a permanecer con las lámparas encendidas, para que seamos dignos de participar en el banquete de bodas, que es Eucaristía, que compartimos, comemos y bebemos como alimento de vida y bebida de salvación, y que se multiplica para saciarnos a todos; y con los sobrantes llenemos doce canastos, para alimentar la fe de la Iglesia, para que, cuando tú vuelvas, encuentres fe sobre la tierra.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: los que llevan mi luz en ellos mismos son los que tienen fe, porque me conocen y creen en mí, porque me aman y permanecen en mí, como yo permanezco en ellos.
Pronto les haré justicia a mis elegidos, pero dime, amigo mío, ¿están preparados para cuando yo vuelva?
¿Cuántos han salido a mi encuentro?
¿Cuántos permanecen en vela?
¿Han procurado el aceite para las lámparas?
¿Cuántas lámparas habrá encendidas?
¿Encontraré la fe sobre la tierra?
Si ustedes, mis amigos, supieran cuánto los amo, llorarían de alegría. Pero para saber eso necesitan fe.
Unidad, Magisterio, Ministerio. Estén preparados para que, cuando yo venga, los encuentre reunidos en torno a mi Iglesia.
Que los encuentre despiertos y con las lámparas encendidas, no sea que, cuando yo venga, ustedes se hayan ido y el novio cierre las puertas, y el banquete sea servido.
Entonces será el llanto y la desolación, porque, aunque llamen no se les abrirá, y aunque pidan no se les dará, y aunque busquen no encontrarán.
Reúnanse ahora y estén alertas, permanezcan en unidad, y vayan a anunciar el Evangelio, y lleven la Palabra, y llamen, y pidan y busquen, y encuentren, porque el Reino de los cielos está cerca.
No se cansen de pedir, y de llamar, y de buscar, porque al que llama se le abre, y al que pide se le da, y el que busca encuentra.
Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura.
Reúnan a mi rebaño, traigan a las familias, y que sea mi Iglesia una sola familia, miembros de un mismo cuerpo en un mismo Espíritu.
Obediencia al sumo Pontífice, reconciliación, renovación, unidad.
Que el Espíritu Santo, que ha derramado sus dones sobre ustedes, les conceda crecer y permanecer en la fe, en la esperanza y en la caridad.
Pidan el don de la fe, que por su fe serán salvados.
Crean en la esperanza, que sus peticiones son escuchadas y concedidas.
Actúen con caridad, para que demuestren su amor en obras.
Abandónense en las manos del Padre, confíen en su divina voluntad, y obedezcan a sus mandamientos.
Cuando todo esto esté hecho, dejen todo y síganme, aligeren su carga y manténganse en la pobreza de espíritu, que yo los resucitaré en el último día, y mi Padre los coronará de gloria, porque por uno, y de una vez y para siempre, han sido salvados.
Que por ustedes, que son uno conmigo, sea la unidad, la reconciliación, el perdón de los pecados y la paz, porque la salvación es para todos, pero tienen que querer, porque la reconciliación es entre dos partes.
Quieran entonces conformar su voluntad a la voluntad del Padre, y encontrarán la santidad.
Pastores míos: yo les entrego los tesoros del cielo desde ahora, para gozar de ellos. Permanezcan en mi amor, y no tengan miedo, que yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo».
+++
Madre nuestra, maestra de fe: en el banquete de bodas del Cordero tú eres anfitriona, y quieres que se llene la casa, para celebrar la fiesta con tu Hijo.
Y, como anfitriona, estás muy pendiente de los detalles, para que todo salga bien. Por lo tanto, estás muy pendiente de que no falte el aceite, para mantener encendidas las lámparas todo el tiempo, esperando la llegada del Esposo.
Es muy fácil darnos cuenta de que la lámpara que ilumina es la fe, y que el aceite es la oración. De modo que si no hay oración se va apagando la fe, y no hay luz, no hay gracia que permita entrar al banquete celestial.
Madre, yo pido tu ayuda para mantenerme perseverante en la oración, en la vida de la gracia. Que no me falte nunca ese aceite que avive mi fe, no solo para que yo sea hallado digno de entrar al banquete, sino para que pueda iluminar a mis ovejas, porque el sacerdote nunca llega solo al cielo, y eso es una gran responsabilidad.
También te pido que haya muchas ovejas que nos ayuden a los sacerdotes a mantener nuestras lámparas encendidas, para que todos, ovejas y pastores, veamos claro el camino.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
+++
«Hijos míos, sacerdotes: dichosos los invitados al banquete de las bodas del Cordero. Solo los que permanezcan en la fe podrán participar del banquete celestial.
La fe se alimenta en la oración. El alimento es Cristo, y Él es quien ilumina los corazones con el fuego de su amor.
La fe está en la Iglesia. Ustedes sirven a la Iglesia. Es ahí en donde se reunirán todas las naciones en un solo rebaño y con un solo pastor.
Permanezcan ustedes a la luz de la fe sobre los cimientos fuertes de la oración, para que permanezcan en mi Hijo como Él permanece en ustedes.
Yo les pido a ustedes, mis hijos sacerdotes, que esté preparados, para que, cuando Él venga, encuentre a los pequeños iluminando a los sabios y letrados, y muchas lámparas encendidas sobre la tierra, porque hay que iluminar para poder ver.
En la oración se recibe al amor que ilumina los corazones, y enciende la fe que les ha sido dada en el bautismo.
Es la oración el aceite para que las lámparas se mantengan encendidas, pero algunos de mis hijos han sido imprudentes, han olvidado procurar el aceite, y las lámparas se han ido apagando.
Yo soy Madre de la Iglesia. Yo he venido a traer la luz para iluminar la fe de mi Iglesia. La Luz es Cristo. Los que tienen fe llevan la Luz conmigo. Yo quiero que ustedes, mis hijos sacerdotes, tengan y transmitan esa fe, que hablen de su fe con amor, y sostengan su fe para que todos crean.
Yo les pido a ustedes que se dispongan a la oración, para que en la oración encuentren el alimento de su fe».
¡Muéstrate Madre, María!
73. CON LAS LÁMPARAS ENCENDIDAS – LA LUZ DE LA VERDAD
EVANGELIO DEL DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
Ya viene el esposo, salgan a su encuentro.
+ Del santo Evangelio según san Mateo: 25, 1-13
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: “El Reino de los cielos es semejante a diez jóvenes, que tomando sus lámparas, salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran descuidadas y cinco, previsoras. Las descuidadas llevaron sus lámparas, pero no llevaron aceite para llenarlas de nuevo; las previsoras, en cambio, llevaron cada una un frasco de aceite junto con su lámpara. Como el esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron.
A medianoche se oyó un grito: ‘¡Ya viene el esposo! ¡Salgan a su encuentro!’ Se levantaron entonces todas aquellas jóvenes y se pusieron a preparar sus lámparas, y las descuidadas dijeron a las previsoras: ‘Dennos un poco de su aceite, porque nuestras lámparas se están apagando’. Las previsoras les contestaron: ‘No, porque no va a alcanzar para ustedes y para nosotras. Vayan mejor a donde lo venden y cómprenlo’.
Mientras aquéllas iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban listas entraron con él al banquete de bodas y se cerró la puerta. Más tarde llegaron las otras jóvenes y dijeron: ‘Señor, señor, ábrenos’. Pero él les respondió: ‘Yo les aseguro que no las conozco’.
Estén pues, preparados, porque no saben ni el día ni la hora”.
Palabra del Señor.
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REFLEXIÓN PARA EL SACERDOTE
Señor Jesús: nos viene muy bien a todos no saber ni el día ni la hora, para estar siempre preparados. Y también nos viene bien que la parábola hable de un banquete de bodas, para que nos demos cuenta de que la preparación que nos pides es para poder entrar a la fiesta, y celebrar contigo eternamente.
Señor, inflama nuestros corazones para recibir tus dones, y adquirir sabiduría y fortaleza, consejo, ciencia, entendimiento y piedad, pero sobre todo temor de Dios, de esa majestuosidad de Rey que impone, pero convence y enamora, que hace crecer en celo y valentía, que determina la voluntad a dejarlo todo y salir a la batalla a darlo todo, hasta la vida, por quien promete no riquezas ni placeres en este mundo, sino verdaderos tesoros, que no son de este mundo.
Ayúdanos a permanecer con las lámparas encendidas, para que seamos dignos de participar en el banquete de bodas, que es Eucaristía, que compartimos, comemos y bebemos como alimento de vida y bebida de salvación, y que se multiplica para saciarnos a todos; y con los sobrantes llenemos doce canastos, para alimentar la fe de la Iglesia, para que, cuando tú vuelvas, encuentres fe sobre la tierra.
Permítenos a nosotros, sacerdotes, entrar en tu Corazón, y concédenos la gracia de escucharte.
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«Sacerdote mío: los que llevan mi luz en ellos mismos son los que tienen fe, porque me conocen y creen en mí, porque me aman y permanecen en mí, como yo permanezco en ellos.
Pronto les haré justicia a mis elegidos, pero dime, amigo mío, ¿están preparados para cuando yo vuelva?
¿Cuántos han salido a mi encuentro?
¿Cuántos permanecen en vela?
¿Han procurado el aceite para las lámparas?
¿Cuántas lámparas habrá encendidas?
¿Encontraré la fe sobre la tierra?
Si ustedes, mis amigos, supieran cuánto los amo, llorarían de alegría. Pero para saber eso necesitan fe.
Unidad, Magisterio, Ministerio. Estén preparados para que, cuando yo venga, los encuentre reunidos en torno a mi Iglesia.
Que los encuentre despiertos y con las lámparas encendidas, no sea que, cuando yo venga, ustedes se hayan ido y el novio cierre las puertas, y el banquete sea servido.
Entonces será el llanto y la desolación, porque, aunque llamen no se les abrirá, y aunque pidan no se les dará, y aunque busquen no encontrarán.
Reúnanse ahora y estén alertas, permanezcan en unidad, y vayan a anunciar el Evangelio, y lleven la Palabra, y llamen, y pidan y busquen, y encuentren, porque el Reino de los cielos está cerca.
No se cansen de pedir, y de llamar, y de buscar, porque al que llama se le abre, y al que pide se le da, y el que busca encuentra.
Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura.
Reúnan a mi rebaño, traigan a las familias, y que sea mi Iglesia una sola familia, miembros de un mismo cuerpo en un mismo Espíritu.
Obediencia al sumo Pontífice, reconciliación, renovación, unidad.
Que el Espíritu Santo, que ha derramado sus dones sobre ustedes, les conceda crecer y permanecer en la fe, en la esperanza y en la caridad.
Pidan el don de la fe, que por su fe serán salvados.
Crean en la esperanza, que sus peticiones son escuchadas y concedidas.
Actúen con caridad, para que demuestren su amor en obras.
Abandónense en las manos del Padre, confíen en su divina voluntad, y obedezcan a sus mandamientos.
Cuando todo esto esté hecho, dejen todo y síganme, aligeren su carga y manténganse en la pobreza de espíritu, que yo los resucitaré en el último día, y mi Padre los coronará de gloria, porque por uno, y de una vez y para siempre, han sido salvados.
Que por ustedes, que son uno conmigo, sea la unidad, la reconciliación, el perdón de los pecados y la paz, porque la salvación es para todos, pero tienen que querer, porque la reconciliación es entre dos partes.
Quieran entonces conformar su voluntad a la voluntad del Padre, y encontrarán la santidad.
Pastores míos: yo les entrego los tesoros del cielo desde ahora, para gozar de ellos. Permanezcan en mi amor, y no tengan miedo, que yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo».
+++
Madre nuestra, maestra de fe: en el banquete de bodas del Cordero tú eres anfitriona, y quieres que se llene la casa, para celebrar la fiesta con tu Hijo.
Y, como anfitriona, estás muy pendiente de los detalles, para que todo salga bien. Por lo tanto, estás muy pendiente de que no falte el aceite, para mantener encendidas las lámparas todo el tiempo, esperando la llegada del Esposo.
Es muy fácil darnos cuenta de que la lámpara que ilumina es la fe, y que el aceite es la oración. De modo que si no hay oración se va apagando la fe, y no hay luz, no hay gracia que permita entrar al banquete celestial.
Madre, yo pido tu ayuda para mantenerme perseverante en la oración, en la vida de la gracia. Que no me falte nunca ese aceite que avive mi fe, no solo para que yo sea hallado digno de entrar al banquete, sino para que pueda iluminar a mis ovejas, porque el sacerdote nunca llega solo al cielo, y eso es una gran responsabilidad.
También te pido que haya muchas ovejas que nos ayuden a los sacerdotes a mantener nuestras lámparas encendidas, para que todos, ovejas y pastores, veamos claro el camino.
Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote: déjame entrar a tu corazón, y modela mi alma conforme a tu Hijo Jesucristo.
+++
«Hijos míos, sacerdotes: dichosos los invitados al banquete de las bodas del Cordero. Solo los que permanezcan en la fe podrán participar del banquete celestial.
La fe se alimenta en la oración. El alimento es Cristo, y Él es quien ilumina los corazones con el fuego de su amor.
La fe está en la Iglesia. Ustedes sirven a la Iglesia. Es ahí en donde se reunirán todas las naciones en un solo rebaño y con un solo pastor.
Permanezcan ustedes a la luz de la fe sobre los cimientos fuertes de la oración, para que permanezcan en mi Hijo como Él permanece en ustedes.
Yo les pido a ustedes, mis hijos sacerdotes, que esté preparados, para que, cuando Él venga, encuentre a los pequeños iluminando a los sabios y letrados, y muchas lámparas encendidas sobre la tierra, porque hay que iluminar para poder ver.
En la oración se recibe al amor que ilumina los corazones, y enciende la fe que les ha sido dada en el bautismo.
Es la oración el aceite para que las lámparas se mantengan encendidas, pero algunos de mis hijos han sido imprudentes, han olvidado procurar el aceite, y las lámparas se han ido apagando.
Yo soy Madre de la Iglesia. Yo he venido a traer la luz para iluminar la fe de mi Iglesia. La Luz es Cristo. Los que tienen fe llevan la Luz conmigo. Yo quiero que ustedes, mis hijos sacerdotes, tengan y transmitan esa fe, que hablen de su fe con amor, y sostengan su fe para que todos crean.
Yo les pido a ustedes que se dispongan a la oración, para que en la oración encuentren el alimento de su fe».
¡Muéstrate Madre, María!